jueves, agosto 06, 2015

¡MOKUSEI! y EL BUDA TRAS LA EMPALIZADA de CEES NOOTEBOOM














¡MOKUSEI! y EL BUDA TRAS LA EMPALIZADA de CEES NOOTEBOOM
¡mokusei! - de boedáha achter de schutting 1982/1986
Edtar. Siruela 113 Pág
Tradct. Julio Grande








Hay muchas guías de viajes, algunas para gente sin dinero, otras para ricos, la mayoría para la gente común. Dentro de ellas las hay que derrochan fotos, otras aconsejan hospedaje y visitas turísticas, otras enseñan los rincones más desconocidos. Las hay de mil formas, precios o atractivo. Pero muy pocas enseñan el alma del país. Ese lugar profundo que identifica las caras, los olores, los sentimientos, los pasos silenciosos por las noches en las calles desnudas, las miradas perdidas entre el gentío, las máscaras colgadas en las pestañas, el sabor ácido de la monotonía cuando tú disfrutas de la variedad, el sucio hartazgo de sentirte libre del todo por una vez. ¡Mokusei! y “El buda tras la empalizada”, no son guías de viajes, no esperes buscar caminos físicos, ni adelantos emocionantes ni siquiera consejos para inexpertos. No. Estos dos cuentos van más allá. Son la impresión de una pisada en el barro, ésa que deja una huella de zapatos pesados en la tierra mojada, que el tiempo seca y los hace eternos, como esas zancadas de dinosaurio en las piedras. Son marcas profundas en la mente del los protagonistas: uno en Japón y el otro en Tailandia. Son guías de retorno -acaso imposible-, a lo que fueron, a sus patrias menores, a sus grandes paraísos cotidianos. Lo que no enseñan las guías de viajes ni las de retornos, es a olvidar. A olvidar amores y olores, lluvias y desiertos, desencantos y alegrías, imágenes y cantos, besos y lloros, situaciones y sueños.




¡Mokusei! Es la historia de un fotógrafo de guías de viajes que conoce en una sesión de fotos a una joven japonesa de la que se enamorará. Aparentemente todo muy clásico, muy obvio. Pero no... Nooteboom no es de esos. El cuento es una reflexión ambivalente: sobre el imposible olvido, sobre el amor, sobre la tristeza... Es también una reflexión sobre Japón, acerca de la inesperada semejanza del país, de la búsqueda inútil de esencias imposibles que esperabas pero no existen, acerca de que todo el mundo es igual: esa diferencia que buscas no la encuentras. Sólo son otras calles en otro país pero son los mismos edificios y el mismo cemento y las mismas miserias. Pero en la lógica de la ambivalencia del protagonista, donde el amor por Mokusei se contrapone al desamor por Japón, se descubre que ella es Japón, que todo lo que la rodea: sus costumbres, su presencia, su olor, su pasión... todo es Japón. Un país no son sus edificios, no son, siquiera, sus paisajes o monumentos, un país son sus personas. Inmutables...




“ La tristeza se iría desgastando, como todo, pero nunca escaparía
a la sensación de que era él mismo quien se desgastaba con ella.




En “ El Buda tras la empalizada” un amigo pide al viajero -así denomina al protagonista- que cierre los ojos, que deje de querer ver Tailandia con ellos y los mire con los ojos de la mente. Pide que le cuente lo que ha sentido, lo que ha perdido y ganado, lo que ha descubierto y perdido en los días que ha pasado allí. Y desde ese instante, un torrente de emociones y sensaciones discurre por el cuento, desde bailarines adolescentes y putas tristes, calles llenas de gente con rostro inmutables, Budas de todos los colores y en todas las posturas, hoteles desconocidos y bares sucios, de tuktuks velocísimos, tardes tristes, templos olvidados, ancianas que dan masajes celestiales, tropas de rostros idénticos, calles como mares, y ríos como calles, amores prohibidos y risas urticantes, aguas fecales y bebidas que enferman, pero...


“No puedes tomar nota de un océano.”


Para “el viajero” aquel mundo está tan lejos de él que dándose la vuelta, sabiendo hacerlo, apenas está a unos pasos de distancia por el otro lado. Todo es cuestión de perspectiva... y de amor por lo diferente. Lo que necesitas conocer para identificarse con un país es usar todos los sentidos, no solo la vista, y así digerirlo para que, con una masticación lenta, poder hacer una digestión suave, atenta, en la que como los bovinos, regurgites lo aprendido y lo saborees de nuevo, con todo lo malo y lo bueno, y lo aceptes y lo agregues a tu sangre, a tu saliva, incluso a tu orina.


Wineruda



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