viernes, junio 15, 2018

UNA MUERTE EN LA FAMILIA de JAMES AGEE


 



















UNA MUERTE EN LA FAMILIA de JAMES AGEE
A Death in the Family (1958).

Edhasa 350 Pág
Traducción de Lucrecia C. de Mathé

Algo va mal, un cielo oscuro amenaza entre ruinas de tiempos pasados, un rugir del tiempo que no para con un gesto de la mano, un detalle que no se quiere olvidar entre millares de ellos, uno solo; un despido de miradas perdidas; una voz que no se repetirá; un abrazo que no verás; un sistema que cede, un recorrido que se acaba. Algo va mal, sí, pero para cada persona que mira desde dentro de la tristeza tiene un diferente sentido: el dolor, el miedo, la pena, no tiene el mismo sentido, ni la misma medida para todos, creemos que somos diferentes, nos ponemos a pensar en cuál será el pensamiento, cuál la medida de la lágrima o de la tristeza del otro, nunca mides el tuyo bajo ninguna regla. ¿Cómo medir el dolor? ¿Cómo medir tu dolor, con qué compararlo? ¿Es más que eso o que aquello? Sintiéndote culpable en un momento de no sufrir te refuerzas en tu postura para seguir viviendo, y, otras veces, para flagelarte. Y sientes todas las mirada en ti, y ves el mismo suelo abisalmente parado, y, en él, el sentido de las flechas parado hacia un mismo lado; todos parecen que ven lo mismo, pero su reacción será distinta: ¿Verán que el mundo gira hacia adelante o lo hace hacia atrás? o ¿ Verán  las flores cortadas o solo sentirán su olor?¿Sentirán la abeja que revolotea buscando su polen para crear vida, o solo verán la hoja lenta y marchita caer, suevamente, al suelo? Agee ve todas las caras del gigantesco poliedro que es la vida, y las mira, y oye todos los pensamientos, los absorbe, oye todos los sonidos y los acaricia. Agee siente todas las pisadas pasar silenciosas hacia la nada, las arrulla; siente compasión por ellos, que están, más que por el que no está.

En Knoxville, comenzado ya hace algunos años el siglo XX, pasea un hombre con su hijo, Rufus, ha salido del cine, y coquetea con el alcohol, en una barra lejana de su casa, para que nadie lo vea. Pasea para que se vaya el olor de su aliento, y se sienta con su hijo, pequeño aún, el contacto de las manos, y de las palabras sobreentendidas es suficiente para que niño piense en el amor que siente. Recuerda, Rufus, la vida en casa, a su madre y a su padre, dejando pasar, cómodos, el tiempo. Viviendo en la orilla de cualquier río serían igual de felices, de calmos, ; recuerda que existen   palabra queridas; piensa en las noches y los días que han pasado, suaves, en su vida aun corta; piensa en el nacimiento de su hermana. Con esos pensamientos eL tiempo va saltando en la novela y recorre el momento en el que una llamada de un hermano del padre, hace que este deba visitar a su padre enfermo. No volverá. No podrá volver. Y entonces la casa cae de su pedestal, la madre se derrumba entre sollozos y su búsqueda de la religión: Dios como ayuda, pero también como explicación, impuesta explicación, denodada explicación; el mundo se derrumba y ella recurre a lo infinito para explicar la vida; sus hermano, su padre, confrontarán ese pensamiento con el más destrozado de los descreimientos, la nada desde la nada, el amor como simple explicación a la vida, el amor como explicación o solución a la nada, luego no queda otra cosa detrás.
Rufus y su pequeña hermana, sorprendidos en la ausencia, sorprendidos en la novedad, descubren la inutilidad de sus pasos, en la torpeza de su camino por lo desconocido, esperando confusos con la esperanza que sirva para algo lo que no sirve para nada: un niño, una niña, buscan la explicación terrena a lo que no es más que aire, más que futuro polvo, eterno aire. Un niño que no encuentra más caminos que la de buscar ser lo que su padre quiso que fuera, pero medido desde la altura, el espacio y el tiempo no adecuado.


Agee confronta dos mundos en esta novela, la religión con el ateísmo, pero no por el puro sentido social o académico de los términos, sino como la explicación y el consuelo en algo que es superior, una esperanza de que eso que sucedió tenía un cometido o una explicación, que no fue un puro azar un despedida inacabada; eso lo enfrenta al frío saber que detrás de todo no hay plan, que la vida no es un sitio de paso, es de término, EL mundo tropieza en las raíces de los que vivieron pero no se salva por ello.

Recuerdo, que la primera vez que leí este libro, hice una minúscula reseña en la que hablaba de que escribía con ternura, hoy no creo que sea así. Habla, creo, desde el dolor y la compresión , parece casi una manera de espantar fantasmas, un excusa para interpretar la vida, en descubrir a la niña y a Rufus (trasunto de él mismo) a su padre ( que murió como el de la novela en un accidente) y ver que tenían, así debía ser,  perdón-no había culpa ni daño en los comportamientos-por que los niños no pueden dominar todo,  no pueden entender el dolor, solo asumir o fingir por algo que no comprenden, sumidos en un sueño de juegos del que creen que despertarán. La madre, los adultos, se buscan entre nubes bajas, entre eternos ocasos que saben, ellos sí lo saben, no acabarán nunca. El mundo ajeno casi fantasmagórico del dolor, del recuerdo cruel, de la soledad instantánea pueblas las líneas del libro, que a pesar de lo que cuenta, descubre un universo sorprendente, donde cada personaje va entrando y saliendo del foco del escritor para contar lo que sale de sus mentes, de sus ojos, de su sueño, de sus bocas.
El día está oscuro, pero, siempre, sea cuando el sol o la luna alumbran detrás de las nubes o sea el reflejo de las mínimas luces de las casas en la noche o el de los ojos de los pájaros dormidos, todo parece que se ilumina, aunque sea solo un poco.

wineruda

4 comentarios:

  1. Hay un destello lejano de religiosidad en el ateo, y un pequeño resquicio para el ateísmo en el religioso, en estas grandes cuestiones, nada permanece puro en esencia, incontaminado... claro, esto es así en la mente adulta, esa confrontación entre dos maneras de estar en el mundo.

    No son cavilaciones que correspondan a la mente infantil, excepto que determinados acontecimientos familiares, o no, pero siempre excepcionales... hagan caer de bruces al niño en un mundo al que aún no tenía que haber llegado, una puerta que no tenía que atravesar.

    Así que me suena tentador un Agee escriba sobre esa realidad adulta que, sin pedir permiso, invade el espacio de un hijo, de una hija, una realidad que frecuentemente llega en forma de muerte, a veces la figura paterna, otras la materna... pero llega para quedarse.

    Cuídate, Wineruda, y sigue trazando tus propios senderos con las palabras que encuentras en los libros, para eso leo yo también ;)

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    1. Es un libro sobre sentir, la nada o lo religioso , el dolor o la pena, y en el caso de los niños, diría que el estupor la sorpresa , la incomprensión..
      Agee es un enorme escritor, poco conocido por su escasa producción literaria debía a su muerte, pero era muy bueno.
      gracias Paco
      cuídate

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  2. Debe ser que soy un gnóstico creyente; un ateo con ganas de creer o un creyente descreído. Leí esta reseña tuya, Wine, hace algo más de un mes. Lo busqué y me hice de una versión digital, no fuera cosa que me se me pasara. No tengo dudas acerca de aquello que creo, aunque últimamente prefiero no creer en nada.
    Un abrazo, Maestro. Cuídate.

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    1. Espero que te guste, Agee es una de mis debilidades, como persona y como escritor, me parece que fue un tipo excelente.
      un abrazo

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