martes, mayo 24, 2016

ANTONIO PEREIRA, CONTADOR DE CUENTOS





ANTONIO PEREIRA, CONTADOR DE CUENTOS









Lo que deja huella, como esas pisadas en el cemento viejo que parecen enseñarnos acaso un juego de niño, o una travesura, o, quizás, eran solamente la torpeza de un caminante, o que alguien quiso mostrarnos que estuvo allí; es lo que termina siendo importante cuando vas cumpliendo años, y te alejas de esa estúpida sensación de que todo debe ser nuevo y estrenado por ti. Vas acomodando tu vida y tu intelecto a apreciar todas esas cosas que hacen que vuelvas a recordar un pedacito de tiempo, que no tiene porque ser propio, y ni siquiera estrictamente memorable, pero sí son herencia de los cuentos y vivencias de tus padres o tus abuelos, de forma que son parte de tu memoria casi tan claros y vivos, como si hubieran sido vividos por ti mismo. Las personas no mueren hasta que tú las olvidas, y esas personas, como las cosas ligadas a ellas, son necesarias siempre, en cada instante de tu vida y la de tus hijos, porque tú eres su legado. Recuerdo esas fotos en blanco y negro en las que identificas un bisabuelo, una boda olvidada, la foto de la niña que fue amiga del alma en la infancia de tu madre o tu abuela, o las fotos de un niño saltando en los charcos con zapatos de charol, u otras de amigos de larga gabardina esperando al emigrante en la estación de tren o las amigas llevando pasteles a bendecir a la iglesia...Todas esa cosas, extremadamente hermosas para mí, se agolpan en mi mente cuando he leído a Antonio Pereira. Aunque no vivo en León y nací años después...

Quizá hubiera debido hacer un comentario por cada uno de los tres pequeños libros de cuentos que he leído de él: “Picassos en el desván”, “Una ventana a la carretera”, “Cuentos de la Cábila”. Pero pienso que aunque no son, por suerte, iguales y han sido escritos con algunos años de diferencia; sí que me han resultado, evidentemente, hijos de una misma fuente temática, de la que brota, casi sin excepciones, un mismo licor, de color y textura de tierra adentro y olor a pueblo y lluvia, a iglesia y burdel, a caricia y golpe, a sabiduría y trastada, a anís y vino peleón, a caldo y matanza de cerdo. El cuentista nos habla de esas cosas que oyó o vio, y las cuelga de la cuerda de colgar la ropa, exponiendo sus riquezas y sus miserias al lector: sus olores, sus herencias,  colores, calores, las patrias, los milanos, las sabidurías, los consejos... Todo está entre sus líneas. Pero la lluvia solo empapa, es el olor a tierra mojada la que te trae recuerdos. Y si Pereira es lluvia, es una lluvia de esas que va impregnándote a cada paso, llenado tu cabeza y tus hombros, de donde bajan por el pecho y la espalda, hasta entrarte en los huesos, con esa sensación de que todo es agua, el mundo es agua. Como los textos, las palabras, de los cuentos que te hacen creer que todo el mundo se circunscribe a lo que describen esas frases.

Aquí, en estos libros que describo, vives tras los pasos del narrador, que casi siempre es en primera persona, como si fuera la persona que te está contando al oído las cosas que va viendo de lo que le rodea o sintiendo en su propia carne. Nos sentimos espectros del pasado y del presente que acompañamos a los niños corriendo por la plaza, o al cura en la iglesia el día de difuntos, o el alcalde jugando a las cartas en el café, o a los mozos y mozas del pueblo en el baile, o el vendedor que abre una puerta de una tienda que huele a bacalao sin desalar, o acompañamos al hidalgo de la casa señorial a punto de derrumbarse de pobreza y descuido, o al soltero, de viejas costumbres, anonadado por una mujer que le lleva al presente...

Los cuentos de Pereira estás casi todos centrados en una zona de León, en unos años que se adivinan cerca de la mitad del siglo XX, en la posguerra en España, en pueblos más o menos  pequeños, donde no ocurre nada especial, sino el vivir y sobrevivir bajo la estrictas reglas morales, políticas y sociales, bajo aquellas condiciones, tradiciones y maldiciones. Pereria nos describe esa época, que se adivina cenicienta y triste, pero a la que él saca los colores, sabe rebuscar en los momentos de vida que aparecen hasta en lo que pudieran parecer eriales, y descubre un mundo de realidades casi siempre escondidas tras las paredes o en los silencios atronadores de los pueblos donde parece que no ocurre nada, pero donde debajo de lo tradicional, de lo estricto, de lo mandado, aparece un mundo más libre, mas liberal, más sexual, mas sensual, mas colorido, menos decrépito de lo que aparenta desde nuestra vista de hoy; pero, también hay que decirlo, más profundamente hipócrita o quizá, simplemente, era ese sentido de la supervivencia que las personas bajo estrictos mandamientos impuestos desde el poder o la iglesia han sabido siempre sacar.


La prosa de Pereria es, sin duda, particular y, con leerla una vez, profundamente reconocible. En ella se mezcla lo mundano con lo serio, los localismos con la palabra culta, la poesía con el dictado clásico; todo unido parece ubicarnos en el centro una plaza de pueblo donde queremos estar, un lugar al que volver y revisitar cuando quieres encontrarte, en mi caso, con momentos y personajes, que por locales no dejan de ser universales, y parecen que reviven, desde sus cuentos, a ciertos sitios comunes,  lenguajes y comportamientos a los que aprecias o rememoras o te dan lástima o simplemente son el reflejo de una época que no por lejana o triste debe ser olvidada. Y los cuentos de Pereira son una magnifico ejemplo de buena literatura que no debe ser olvidada bajo ningún concepto.

Wineruda




4 comentarios:

  1. He veraneado mucho en León, durante muchos años. Conozco bien sus pueblos, los arrimados a Asturias. Mis mejores recuerdos proceden de ahí. Dicho esto ¿a qué espero para leer a Pereira? Un lugar para volver, tú lo has dicho.

    Un abrazo

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    1. Hola Ana

      Son cuentos que merecen mucho la pena leer, tanto por su calidad literaria como por ser reflejos de una época, que seguro fue peor, pero que debe ser mirada y tenida en cuenta al menos para recordar y rememorar a la gente que vivió y sobrevivió entonces, con sus errores y sus pequeños triunfos., con sus vidas oscuras o sus muertes de luz. Tener la prepotencia del presente único, es olvidar la historia y sus gentes.
      un abrazo

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  2. Hola Wineruda.
    El mundo rural, ese que describes tan seductoramente en estos cuentos de Pereira, me atrae poderosamente, y aun siendo un entorno duro el de aquellos pueblos de León, y otros tantos, todavía propician una relación más íntima con la naturaleza, o disfrutar de las cosas sencillas, escuchar el viento entre los árboles, ver al milano en el cielo, sentarse al atardecer en la plaza del pueblo entre las acrobacias de las golondrinas... En las ciudades, donde tenemos casi todo, en realidad no tenemos casi nada, solo una multitud de artefactos y cachibaches que en los pueblos casi siempre sobran. Sé que no todo es idílico en los pueblos, pero la hostilidad de una ciudad es un enemigo más poderoso y mejor armado.

    Por eso me encanta esta propuesta de Pereira, porque me encanta escuchar el sonido de la lluvia, limpio, sin estridencias.
    Tomo nota.

    Un abrazo!

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    1. Hola Paco

      Pero creo que de los cuentos de Pereira te gustarán más los ecos. Esos que vienen de lejos, y que puede ser el aullido del lobo o el canto de las niñas saltando a la comba, o el atronador ruido de las campanas llamando a difuntos, o el griterío de un bar con el olor de vino malo caído en el suelo. Todo esos ecos, y muchos más, y que te llevarán otros tiempos, diferentes, que a mi me han resultado dignos de la mayor curiosidad y que apetece curiosear -sí, a veces bien protegidos por la distancia- pero como todo lo que ha existido entre tus gentes, obligatoriamente acreedores de tu atención.
      Un abrazo. Cuídate

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