ANTONIO PEREIRA, CONTADOR DE CUENTOS
Lo que deja huella, como esas pisadas
en el cemento viejo que parecen enseñarnos acaso un juego de niño,
o una travesura, o, quizás, eran solamente la torpeza de un
caminante, o que alguien quiso mostrarnos que estuvo allí; es lo que termina siendo importante cuando vas cumpliendo años, y te alejas de esa estúpida sensación de que todo debe ser nuevo y estrenado por ti. Vas acomodando tu vida y tu intelecto a apreciar todas
esas cosas que hacen que vuelvas a recordar un pedacito de tiempo,
que no tiene porque ser propio, y ni siquiera estrictamente
memorable, pero sí son herencia de los cuentos y vivencias de tus
padres o tus abuelos, de forma que son parte de tu memoria casi tan
claros y vivos, como si hubieran sido vividos por ti mismo. Las
personas no mueren hasta que tú las olvidas, y esas personas, como
las cosas ligadas a ellas, son necesarias siempre, en cada instante
de tu vida y la de tus hijos, porque tú eres su legado. Recuerdo
esas fotos en blanco y negro en las que identificas un bisabuelo, una
boda olvidada, la foto de la niña que fue amiga del alma en la
infancia de tu madre o tu abuela, o las fotos de un niño saltando en
los charcos con zapatos de charol, u otras de amigos de larga
gabardina esperando al emigrante en la estación de tren o las amigas
llevando pasteles a bendecir a la iglesia...Todas esa cosas,
extremadamente hermosas para mí, se agolpan en mi mente cuando he leído a
Antonio Pereira. Aunque no vivo en León y nací años después...
Quizá hubiera debido hacer un
comentario por cada uno de los tres pequeños libros de cuentos que
he leído de él: “Picassos en el desván”, “Una ventana a la
carretera”, “Cuentos de la Cábila”. Pero pienso que aunque no
son, por suerte, iguales y han sido escritos con algunos años de
diferencia; sí que me han resultado, evidentemente, hijos de una
misma fuente temática, de la que brota, casi sin excepciones, un
mismo licor, de color y textura de tierra adentro y olor a pueblo y
lluvia, a iglesia y burdel, a caricia y golpe, a sabiduría y
trastada, a anís y vino peleón, a caldo y matanza de cerdo. El
cuentista nos habla de esas cosas que oyó o vio, y las cuelga de la
cuerda de colgar la ropa, exponiendo sus riquezas y sus miserias al
lector: sus olores, sus herencias, colores, calores, las
patrias, los milanos, las sabidurías, los consejos... Todo está
entre sus líneas. Pero la lluvia solo empapa, es el olor a tierra
mojada la que te trae recuerdos. Y si Pereira es lluvia, es una
lluvia de esas que va impregnándote a cada paso, llenado tu cabeza y
tus hombros, de donde bajan por el pecho y la espalda, hasta entrarte
en los huesos, con esa sensación de que todo es agua, el mundo es
agua. Como los textos, las palabras, de los cuentos que te hacen
creer que todo el mundo se circunscribe a lo que describen esas
frases.
Aquí, en estos libros que describo,
vives tras los pasos del narrador, que casi siempre es en primera
persona, como si fuera la persona que te está contando al oído las
cosas que va viendo de lo que le rodea o sintiendo en su propia
carne. Nos sentimos espectros del pasado y del presente que
acompañamos a los niños corriendo por la plaza, o al cura en la
iglesia el día de difuntos, o el alcalde jugando a las cartas en el
café, o a los mozos y mozas del pueblo en el baile, o el vendedor
que abre una puerta de una tienda que huele a bacalao sin desalar, o
acompañamos al hidalgo de la casa señorial a punto de derrumbarse
de pobreza y descuido, o al soltero, de viejas costumbres, anonadado
por una mujer que le lleva al presente...
Los cuentos de Pereira estás casi
todos centrados en una zona de León, en unos años que se adivinan
cerca de la mitad del siglo XX, en la posguerra en España, en
pueblos más o menos pequeños, donde no ocurre nada
especial, sino el vivir y sobrevivir bajo la estrictas reglas
morales, políticas y sociales, bajo aquellas condiciones,
tradiciones y maldiciones. Pereria nos describe esa época, que se
adivina cenicienta y triste, pero a la que él saca los colores,
sabe rebuscar en los momentos de vida que aparecen hasta en lo que
pudieran parecer eriales, y descubre un mundo de realidades casi
siempre escondidas tras las paredes o en los silencios atronadores de
los pueblos donde parece que no ocurre nada, pero donde debajo de lo
tradicional, de lo estricto, de lo mandado, aparece un mundo más
libre, mas liberal, más sexual, mas sensual, mas colorido, menos
decrépito de lo que aparenta desde nuestra vista de hoy; pero,
también hay que decirlo, más profundamente hipócrita o quizá,
simplemente, era ese sentido de la supervivencia que las personas
bajo estrictos mandamientos impuestos desde el poder o la iglesia han
sabido siempre sacar.
La prosa de Pereria es, sin duda,
particular y, con leerla una vez, profundamente reconocible. En ella
se mezcla lo mundano con lo serio, los localismos con la palabra
culta, la poesía con el dictado clásico; todo unido parece
ubicarnos en el centro una plaza de pueblo donde queremos estar, un
lugar al que volver y revisitar cuando quieres encontrarte, en mi
caso, con momentos y personajes, que por locales no dejan de ser
universales, y parecen que reviven, desde sus cuentos, a ciertos sitios comunes, lenguajes y comportamientos a los que aprecias o rememoras o te dan lástima o
simplemente son el reflejo de una época que no por lejana o triste
debe ser olvidada. Y los cuentos de Pereira son una magnifico ejemplo
de buena literatura que no debe ser olvidada bajo ningún concepto.
Wineruda
He veraneado mucho en León, durante muchos años. Conozco bien sus pueblos, los arrimados a Asturias. Mis mejores recuerdos proceden de ahí. Dicho esto ¿a qué espero para leer a Pereira? Un lugar para volver, tú lo has dicho.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Ana
EliminarSon cuentos que merecen mucho la pena leer, tanto por su calidad literaria como por ser reflejos de una época, que seguro fue peor, pero que debe ser mirada y tenida en cuenta al menos para recordar y rememorar a la gente que vivió y sobrevivió entonces, con sus errores y sus pequeños triunfos., con sus vidas oscuras o sus muertes de luz. Tener la prepotencia del presente único, es olvidar la historia y sus gentes.
un abrazo
Hola Wineruda.
ResponderEliminarEl mundo rural, ese que describes tan seductoramente en estos cuentos de Pereira, me atrae poderosamente, y aun siendo un entorno duro el de aquellos pueblos de León, y otros tantos, todavía propician una relación más íntima con la naturaleza, o disfrutar de las cosas sencillas, escuchar el viento entre los árboles, ver al milano en el cielo, sentarse al atardecer en la plaza del pueblo entre las acrobacias de las golondrinas... En las ciudades, donde tenemos casi todo, en realidad no tenemos casi nada, solo una multitud de artefactos y cachibaches que en los pueblos casi siempre sobran. Sé que no todo es idílico en los pueblos, pero la hostilidad de una ciudad es un enemigo más poderoso y mejor armado.
Por eso me encanta esta propuesta de Pereira, porque me encanta escuchar el sonido de la lluvia, limpio, sin estridencias.
Tomo nota.
Un abrazo!
Hola Paco
EliminarPero creo que de los cuentos de Pereira te gustarán más los ecos. Esos que vienen de lejos, y que puede ser el aullido del lobo o el canto de las niñas saltando a la comba, o el atronador ruido de las campanas llamando a difuntos, o el griterío de un bar con el olor de vino malo caído en el suelo. Todo esos ecos, y muchos más, y que te llevarán otros tiempos, diferentes, que a mi me han resultado dignos de la mayor curiosidad y que apetece curiosear -sí, a veces bien protegidos por la distancia- pero como todo lo que ha existido entre tus gentes, obligatoriamente acreedores de tu atención.
Un abrazo. Cuídate