sábado, septiembre 25, 2021

LAS DIEZ MIL COSAS DE MARIA DERMOUT

 



LAS DIEZ MIL COSAS DE MARIA DERMOUT

de tienduiz end dingen 1959
ED. DESTINO 1959




Algo se me escapa de la novela de  María Dermout,-es la segunda vez que la leo y ya ves...- algo se me había escapado de entre los dedos como la arena fina de aquellas playas de las Molucas cuando la leí por  primera vez, puede que lo que me escondió su cara real fuese  algo parecido a una  espuma de cieno y agua, o el retroceder del agua, o el sorber de las rocas o simplemente la resaca que arrastra arena, piedras , animales y cuerpos, e ideas. Sí, se me escapó mucho. Así que escurro mis memorias y me queda un sabor a desconocido, un  sabor a cosas que dejas pasar, como un amor que el tiempo solo te deja reconocer su lado más pequeño, perdido entre brumas o solo menospreciado por que era otra cosa, siempre otra cosa.

Y así es... La lista de detalles, a veces ínfimos a veces aparatosos, que se habían despeñado por acantilados  o por las hojas, por los lomos, de este  viejo libro, eran muchos, casi como un mes sin cuento. Asi que...por mi falta de atención o porque con el tiempo uno aprende a leer con más sabiduría y  presteza, vas descubriendo que se perdieron demasiados para un mínimo de rigor literario. Y disfrutas de una nueva lectura.  Cada detalle era una nueva forma que aparecía en el recuerdo, de entre aquellas diez mil cosas que aparecen casi una por una despejando las  hojas del libro, todas las disfrutas. Yo voy  reconociendo unas pocas, voy, paso a paso, mezclando, empastando, todo el imaginario del libro que se desvela apabullante. Únicamente armando, en principio, de ese  saber literario que presupones alto y destacado, pero mi orgullo se hunde, mísero, en una sorpresa de esas que te exigen que calles la boca, que parece Maria Dermout decirte, calla tonto y lee; ella te rodea, te señala, te deletrea todos sus nombres para que no los vuelvas a olvidar.


Siempre me ha impresionado la capacidad de un escritor para  combinar lo bello y lo triste, lo poético con lo cruel y lo crudo. María Dermout lo lleva más allá, compagina las páginas, los lugares, los sentimientos, las situaciones más bellas, contraponiéndolas a lo más duro, a la cara menos dulce de la vida, la que quiere andar en puntillas, y quizás por ello puede construir un libro sobre la vida, sin artificios ni atajos, claro como un destello de luz en un lago oscuro. Así son las cosas. ..A fin de cuentas el transcurrir del tiempo es una sucesión de malos y buenos momentos, de imágenes bellas y trágicas, de momentos para recordar o para olvidar, de vivos y muertos, de amor y odio. Y todo eso se pasea por los reversos y anversos de sus papeles manchados de húmedades, pequeños puntos de humedad que parecen darte el mapa del mundo.


El libro te seduce, casi te fascina, por el recorrido por la vida de una sucesión de mujeres y hombres, en las que la principal protagonista es“ La Dama del Pequeño Jardín” , que educada por su abuela, maestra en las cosas mágicas, maravilla del mundo, ama de  las formas invisibles, de los elementos que confunden realidad y deseo. Ella es la dueña de un pequeña parte del mundo en una isla de las Molucas en un momento indeterminado entre el siglo XIX y XX, donde la vida se mueve lenta y ordenadamente, donde cada cosa debe ser respetada y llevada por un cauce acorde a su dignidad e importancia, donde las pequeñas cosas tienen la misma importancia que las grandes, donde los detalles mueven el mundo.

 Pero, el libro, asombrado y asombroso,  también te seduce por el recorrido por el lado oscuro de la vida: la muerte. Pero que en el libro aparece como un suceder de la vida, un paso más en ese destino, en el paseo por la carretera del tiempo, de las cosas y personas que van y vienen, y se acaban: porque hay personas que matan y las hay que mueren. Todos son, quizá, victimas al mismo tiempo, pero son las asesinadas las que vuelven a hacerse preguntas, a regañar a los vivos, a comprender su principio y su fin, a jugar en sus playas o sus selvas., a reclamar la vida que se fue, la que no dejaron que sucediera, la que se olvidó en las manos , o cuchillo o arma del que le quitó el siguiente paso. Y....Nadie sabe si son de verdad o es la mente de las personas que se apenan por ellos los que las han atraído, pero ahí están , vivos por un momento, explosiones de realidad que duran un momento o siempre. Sí....Sobreviviendo entre las palabras y la memoria de las personas que las amaron o que simplemente las recuerdan o respetan tanto su vida como su muerte.

Parece por un momento, mientras lees el libro, que de las páginas del libro emana un olor a especias y mar, que el calor inunda la habitación y los pájaros de vivos colores sobrevuelan la lámpara del techo, golpean los colores el techo y los ojos; ¿es la magia de la literatura, de la buena literatura? o acaso solo sea la simple realidad más allá de lo normal, de lo pisado y hundido, de lo crédulo, la que hace parecer ciertos los hechos que se describen, las cosas que se cuentan, nada parece distante, no hay océanos separándonos, entre tú y “la dama del pequeño jardín”. Vives, ríes, te matan, remas entre las “proas” de la bahía exterior de la isla, recoges cocos, cortas orquídeas, ves fantasmas y los delatas, recoges moluscos y caparazones, pescas pequeños peces a la luz de las antorchas, tocas campanas para despedir a los invitados, guardas cosas mágicas en los cajones, y todas aquellas miles de cosas que cuando cierres los ojos, ahora o dentro de muchos años, te harán recordar cosas importantes o bellas que has leído, visto,  hecho o soñado.



jueves, septiembre 16, 2021

ELOGIEMOS AHORA A HOMBRES FAMOSOS de JAMES AGEE y WALKER EVANS

 


















ELOGIEMOS AHORA A HOMBRES FAMOSOS de JAMES AGEE y WALKER EVANS





A finales de los años 30 del siglo pasado dos periodistas reciben el encargo de hacer un reportaje sobre los agricultores arrendatarios del sur de Alabama en Estados Unidos. James Agee lo escribiría y Walker Evans lo fotografiaría. Rechazado el proyecto una vez escrito se convertiría en este libro. Por lo tanto, este libro debería ser un reportaje o, más allá, un ensayo sobre las formas de vida de esos arrendatarios pobres. Ambas cosas lo son, cierto, pero va más lejos, a algún lugar incierto entre la narrativa de ficción , la poesía y  el relato intimista, todas esas formas que podrían incluirse en una novela. Pero .. ¿ Lo es? Cada lector tendrá su propia opinión, sin duda hay momentos que lo parece, otros son más una expresión de un ensayo político, otras veces social o ético o un relato periodístico puro, pero la aparición de una especie de monologo interior , de recursos estilísticos totalmente literarios, de prosa poética -o directamente poemas-, de descripciones natural y firmemente también literarias, haría dudar a cualquiera que este libro es un híbrido de la literatura de ficción o un cuerpo extraño en la corriente de sangre del ensayo o el periodismo.

El libro se divide en tres partes: la primera es la aparición de los dos periodistas en el pueblo, en las casas y en la vida cotidiana de las tres familias protagonistas -los Ricketts, los Woods y los Gudger-. En esta parte,Agee, habla sobre cosas normales: del paisaje, de lo diario, de cada individuo, del trabajo duro -del cansancio que sobrelleva-, de la falta de futuro, de que no hay nada tras el día siguiente sino la misma rutina esclavizada y harapienta. Pero lo que da valor a lo contado es la épica que hace de lo habitual , aclama el respeto y el amor por cada una de las personas de las que habla a través del fragor y lo barroco de su prosa poética, que requiere concentración en la léctura para que nada se te escape, para que nada se te oculte, para recuperar el significado profundo de lo que cuenta James Agee, que utilizará contínuas digresiónes para dar su visión de ese mundo y de su mundo  particular, de como ve las cosas y como querría que fuesen.

La segunda parte es el análisis pormenorizado de lo que tienen esas familias: dinero, vivienda, ropa, educación, trabajo, del cultivo del algodón y el maiz, ... Todo ello, ese simple análisis -que no lo es tanto-, más sus reflexiones, le servirán para reflejar las terribles condiciones de vida de esos arrendatarios blancos que son el centro de su “reportaje” (aunque en todo el libro aparecerán las condiciones aún más atroces de los agricultores negros) . Todo está contado y casi enumerado de manera minuciosa, y lo que pudiera parecer un informe burocrático se convierte en casi un poema -desde las descripciones,  hasta esas reflexiones de lo inhumano de la situación - donde Agee parece espiar a sus actores y su escenario para ver que sus defectos son bellos, que cada cosa, por pobre y fea que sea, es parte de un todo único y estremecedor que remueve la mente y los sentidos, y allí muestra su admiración y su amor por cada una de las cosas que ve, y renueva su rabia, política y racional, por esa situación y por lo que significa para todos los que la sufren.

En la tercera parte, la más corta, Agee habla directamente a sus tres familias protagonistas, les habla a la cara, se dirige a ellos y les dice que los entiende, que comprende sus problemas, que sabe de su dolor, que sufre el calor y el frío de sus cuerpos, que nota las heridas que provoca la recolección del algodón . Y, a través de una suerte de monologo interior, cuenta sus reacciones ante ellos, el sentimiento que le producen, y, a través de múltiples digresiones, habla de sus fantasías y de sus fantasmas, de las imágenes que le vuelven del pasado y le proyectan a un mundo querido posterior, habla del paisaje que le rodea. Y más allá de la unión de la realidad y la ficción aparece un mundo repleto de personas que pueblan una vida sin futuro y donde el presente es una extensión de la nada.


Las extraordinarias fotos de Walker Evans -adoro esas fotografías-   merecen que, una vez acabado el libro, se vuelva a ellas para ver a esas  importantes, famosas,  personas que han sido fotografiadas. Ésas que a través de sus ojos, sus ropas o sus gestos, improvisan un canto a la dignidad humana más allá de la posición social, económica, educativa que les ha tocado vivir. Son personas que ya no existen en la realidad, pero son expresión de todo lo que puede poblar, pobló y poblará el mundo pasado, presente y el futuro. Y que son dignos de ser conocidos, y contadas sus historias aunque no sean personajes importantes o no aparezcan más allá del reflejo en una partida de nacimiento, de boda o de defunción.






sábado, septiembre 11, 2021

LA CRIPTA DE INVIERNO de ANNE MICHAELS

 



LA CRIPTA DE INVIERNO de ANNE MICHAELS





No sé si sabré escribir sobre este libro y exponer todo lo que cuenta, el cómo lo cuenta y para qué lo cuenta. No sé si me perderé en todos los mares, ríos, caminos, cuerpos, pieles, piedras, flores, muertes, vidas, sonidos, mensajes, tentaciones, silencios, gritos, lágrimas, colores, sensaciones táctiles y visuales, penas, cantos, sufrimientos, explicaciones, abandonos, búsquedas, amores, olvidos, recuerdos... Sobre todo recuerdos, esos que explican y dan sentido a la vida, lo quieras o no. No sé si sabré encontrar el camino por el que pueda mostrar apenas una ventanita, pequeña y solitaria, por el que pueda entreverse aunque sea sólo el matiz del color de las historias que cuenta o el último rastro del olor que queda tras el paso ágil de una persona; no sé si sabré siquiera eso,  tan extensa de sentimientos como profunda de explicaciones es esta novela, que no sé si lo conseguiré.


Recuerdo escribir con aquel bolígrafo en aquel cuaderno: “la tía Grace murió en el otro lado del océano”, y también pensar en lo raro que era que hubiera vivido toda su vida, y también muerto, en un lugar que yo nunca había visto, la clase de revelación dolorosa de maravilla y pena, excitación y desorientación, y el proceso lentísimo de comprender que la propia ignorancia sigue creciendo precisamente al mismo ritmo que la propia experiencia”


No sé si he podido siquiera advertir si esta novela está escrita en prosa poética o, a veces,  es poesía pura y simple. Sus textos buscan la belleza, a veces por el sentido de las palabras, a veces por el placer desnudo de la belleza de las imágenes, -la detallada descripción de un acto, de un pensamiento de una escena, de un olor o de una simple flor-, a veces por el sentido profundo -oculto o brillante- de lo que realmente expresan. La belleza se encuentra sostenida entre versos sin rima, y frases sin verso. Es una novela de palabras, de expresiones, de remembranzas, de penas esculpidas, pero no es una novela de olvidos. Nada esta expuesto a la amnesia, nada a la ingratitud, nada a la oscura esquina rota de la indiferencia. Y tan contundentes son sus historias, tan expresivas sus convicciones, tan vehementes sus recuerdos, que ni siquiera la densa suavidad de las palabras puede suavizarla, ni ocultarla al lector menos atento. Está ahí, caliente y viva, para hacer masticar al lector las piedras férreas de los ríos, las nieves frías de los páramos o las secuencias crudas que quisieran hacernos hacer cerrar los ojos y no verlas.



Un jardín tiene que tener un sendero” solía decir mi madre, y tenía razón. Un sendero que se ha ido labrando su camino en la tierra, hundiendo cantos, con hierba que comienza a crecer en las hierbas -dijo Jean- un sendero que el uso constante ha ido grabando en la tierra. Igual que con el correr de los siglos, los escalones de la piedra se ahuecan en el centro. Imagina si unas simples botas son capaces de gastar la piedra, igual que algunas historias se curvan en el centro tras siglos de ser contadas. La tierra sabe por donde hemos caminado...




Son dos historias separadas y unidas a la vez. Una es la historia de un matrimonio, Jean y Avery, La otra es la historia de unos enamorados, la propia Jean y Lucjan. La primera situada en Egipto en los años sesenta del siglo pasado, durante al construcción de la presa de Asuán. Allí  Avery es un ingeniero que trabaja en el traslado del templo de Abu Simbel y jean lo acompaña. En el segundo la propia Jean se refugia, se agarra, se sostiene, vive entre los sentimientos e ideas de Lucjan, un artista exiliado polaco en Canadá. Pero no es una historia sobre el amor, o, al menos, no sólo es eso. Esta novela es una historia sobre el pasado, sobre los recuerdos, sobre la muerte, sobre la reconstrucción, sobre el imposible olvido, sobre el implacable poder del mal y el odio sobre las personas inocentes.

Pero no, no es solo eso. La novela habla de muchas cosas,: habla de como el pueblo Nubio tuvo que dejar sus tierras, casas, muertos, vida, tras la construcción de la presa de Asuan, y dejo allí sus recuerdos, su forma de ver el mundo, sus olores, sus pasos en el sueño, sus paredes manchadas, sus balcones al ocaso...todo perdido por el afán de unos por dominar la naturaleza, sin tener en cuenta a las personas, y el poder creador y protector del recuerdo, de las pisadas repetidas por los mismos caminos, de las tumbas no olvidadas, de los años sumados que constituyen décadas y siglos en los que las personas aprenden a conocer el mundo -su mundo- y la naturaleza. Habla , también, el libro del pasado de Jean , Avery y Lucjan, y de todas las personas que le rodean, de la soledad y el desarraigo que les convoca, que los une, de la pena por las cosas que hicieron o no, de las cosas que olvidaron, de las personas que perdieron, de los deseos que no cumplieron. Y del horror... del horror de la guerra en el gueto de Varsovia o de Alemania, de las muertes, de todas aquellas muertes sin sentido,pero también del intento inútil de olvidar, y de tratar de reconstruir el mundo sobre los huesos de los muertos, sobre la sangre de aquellos cuerpos: mentiras poderosas sobre verdades que no se debieran ocultar. Habla sobre la falta de inocencia del mundo, sobre tragedias que se asumen, pero no se olvidan, como partidas de ajedrez entre la mente y el espíritu,, entre las lágrimas y el rencor solitario. Y habla de la perdida; de la perdida de los padres, de los seres queridos, pero también de la perdida de la confianza, del amor, de la propia estima. Nada puede compararse a la desaparición, a la súbita, tremenda, y irreemplazable perdida de algo que quieres, la rabia escupida desde la mente y la entrañas... ese sabor acre de la rabia... Y habla del dolor, oculto o público, que reposa sobre todo como un manto de nieve en la pradera, como una nube de polvo en la carretera, todo el dolor del mundo que se agolpa a veces en las sienes de una persona, o sobre el hombros de la multitud agolpada en los andenes de la última estación o sobre las paredes de los muros de ejecución o sobre los margenes de los cementerio. Habla de darle sentido al mundo, aunque sea a una pequeña partícula del mundo, ésa que sostiene tu mente, da equilibrio a tus actos y a tus ausencias, ésa que mantiene el cuerpo en la posición adecuada al movimiento de la esfera terrestre. Habla, también, de las palabras, da las voces, de los cuentos en la oscuridad, en las conversaciones que añaden valor a tu mente, de la comprensión por la palabra y el pensamiento, único camino útil. Habla.....


-Cuando la tierra está demasiado helada como para cavar tumbas -dijo Lucjan-, los muertos esperan en criptas de invierno. Estos edificios siempre tienen una cierta dignidad, ya sean de ladrillo o de piedra con caros apliques de bronce, o un humilde cobertizo de madera, porque se construyen con respeto por quienes yacen entre sus muros.





No sé, por fin, si sabré decir qué es esta novela: ¿novela filosófica? ¿novela sobre la vida?¿el amor? ¿el recuerdo? ¿la pena?... No lo sé, acaso todas, quizá ninguna. Solo podré decir lo que dije para describirla a una amiga: buena como una larga conversación entre amigos, como una historia contada por un viejo profesor, bella como un poema, difícil como todo lo que merece ser encontrado


DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE AMOR de RAYMOND CARVER

 





DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE AMOR de RAYMOND CARVER


Puede que hayan pasado 16 o 17 años desde la primera vez que leí algo de Carver. Primero me produjo perplejidad , no estaba acostumbrado a ese tipo de literatura, a ese estilo de escritura. La perplejidad se tornó en curiosidad y la curiosidad en empeño. Los filos casi cortantes de sus textos, los silencios llenos de ruido, -de mucho ruido-, los acantilados que son sus finales cayendo a plomo desde la última frase del cuento hasta el agua oscura de sus pasados, y que son como una pared de cristal que protege el abismo de la sorpresa. Esa es la sensación me dejó aquel primer Carver. Recuerdo  que hice una reseña realmente patética en la que dije cuatro cosas y hablé de minimalismo y de escuetos silencios y de elipsis y de blah blah... Todo cierto, todo evidente, todo nada. Nada.

Volví a leer a Carver, meses después, este libro en concreto; para entonces ya me había leído todo lo relativo al realismo sucio, a la vida de Raymond, al alcoholismo, a Tess, sobre la influencia de Lish; todo lo que hiciera falta para entender aquel “minimalismo” literario que creía que era, más bien, técnico o estilístico. Pero... pasó lo mismo al leer este “De qué hablamos, cuando hablamos de amor”: entendía el ambiente posesivo, casi decadente -en el amor y la vida-, anuncios que gritan el final de todo -el final de las cosas , los momentos de consumación de algo, de término, de decadencia, todo... casi cerrado y lleno de telarañas-. Olía, en el texto,  el alcohol, sentía a veces la agresión contenida o descubría a veces  la violencia directa o la ilógica del comportamiento humano, veía el humo del tabaco ascendiendo en habitaciones cerradas, me abrasaba, me llenaba el cuerpo; en los cuentos aparecía la pena por la nada,... de nuevo la nada. Cuando veía y pensaba en el amor del que me hablaba el libro: pensaba en el aburrimiento y abandono de las parejas, sabía de sus vidas, destruía sus silencios incluso, pero Carver se me escapaba, algo de Carver se me iba por los desagües de mi entendimiento real, no me valía con saber de qué iba aquello, yo quería ser aquello, estar plegado en el papel, ser  relleno en el libro, estar en la pluma de Carver, en sus ojos rojos de escribir en noches o en los días que cerraban aquellas páginas, más cercanas a las sensaciones como la de un pellizco doloroso en tu carne que a un soplo de aire en la cara, sentía que eran reales para él. Y, además, seguían estando sus finales como paradas en seco delante de un abismo sin que consiguiera ver el fondo, acaso solo el ruido de la piedra, o el cuerpo,  al caer.

Leí “De qué hablamos cuando hablamos de amor” por segunda vez -esta de ahora es la tercera vez- y entonces lo entendí,- como lo he entendido ahora- Carver es un poeta, sí, como tal deja que la idea, unas veces, otras solo la sensación o la certidumbre asustada prevalezca sobre el texto, pero, como está escribiendo prosa , te la cuenta,-sus diálogos son de lo mejor que he leído nunca-, te dice en una palabra o una frase o en una imagen -como lo hacen los poetas- todo lo que te quiere contar de su historia, el corazón del texto, lo que hace que todo lo que le rodea a esas palabras  tenga sentido, tenga un camino y, como tal, una llegada, un fin. Otras veces te deja la exacta sensación de estar viviendo aquello, de ser el que está mirando lo que sucede, el que está contento o perplejo con lo sucedido, Carver te cuenta toda una historia, relevante, claro está,
- no podría existir ese punto de central sin que tenga un mundo creado a su alrededor, una razón para existir o dejar de hacerlo-. Y eso es lo que deja conocer el lector, lo que Carver quería contar, o, más bien, hacer comprender qué era eso que desaparecía en ese abismo que he contado que me aparecía al final de sus cuentos, como si no tuviera fin, Sí, había un fin evidente, estaba, ahora, claro. Si alguien quiere leer el libro, si no lo ha leído, el primer cuento, todo el primer cuento de este libro se explica por una palabra, una simple palabra, que pasa por tus ojos, descubridla y la cueva se abrirá. Por ejemplo, en el cuento:"Una conversación sería" se revela todo el cuento en una frase , en una simple imagen.

Todos sus cuentos tienen una centro que los sostiene, como la clave de un arco, en ella se apoya y hasta se explica lo que has leído, hay veces que está al principio del cuento, otros al final, en otros es la sensación, en otros es el propio silencio -Sí, el silencio como grito, como explicación-, descubrirlo es la obligación del lector, Los cuentos que parecen más cortos son, para los buenos escritores, los que pueden contar más cosas, porque hay más palabras, ideas, sensaciones que no se dicen que las que se dicen, y todas esas cosas son las que te están obligando a pensar, a descubrir: ¿Qué ocurrió en esa casa?, ¿Cuándo nació el odio? ¿Dónde empieza y acaba el amor? ¿Existe el amor o es pura costumbre? ¿Qué ocurrió en esa relación, es esa mente, en esa....?

Carver era un genio, bueno es un genio, si sus libros viven, él vive. Todas estas historias de perdedores que viven en suburbios de ciudades o pueblos perdidos en la nada, en casas donde parece que nada puede ocurrir, donde los protagonistas son siempre parejas -unidas o alejadas, pegadas o en la lejanía, en la mente o en el recuerdo-; donde el alcohol, el olvido, el aburrimiento, la soledad obligada, la pérdida, la necesidad, a veces la locura, es el ambiente por la discurren sus historias. Sus personajes sobreviven en falsos o verdaderos amores, a veces anestesiados por el alcohol, a veces por la costumbre, otras veces se descubre y se desprecian de repente, desnudos delante de los espejos que van descubriendo en la casa, en ellos donde se ven reflejados como son, ven cómo es su vida...

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Que a nadie que le guste la literatura romántica se le ocurra comprar este libro -conozco algún caso-, será un auténtico shock-casi anafiláctico-. No es difícil descubrir que Carver no cree demasiado en el amor- al menos en la definición “oficial y seria y estudiada y, a veces,  esquilmada a Hollywood” del amor, la más concurrida en los `papeles de la literatura universal- Sus historias hablan, sus 17 cuentos cortos, del amor, pero no esperes que te cuenten sobre esperanzas y futuro, acaso se permite una caricia a una pareja de ancianos perdidos en un hospital o en un juego de bingo, o el amor fraternal de unos padres a un hijo. No, Carver no se permite creer en el amor de películas, los de los libros rosas y de azúcar pulido; él va mirando por las ventanas de los que han sobrepasado la frontera del disimulo, y llegan el hartazgo. Carver mira en las casas en las que la gente cree en el amor como un efecto de atracción obsesivo o recurrente, al que se aferra la gente como el arpón se agarra al costado del pescado, no importa que haga daño al ser que crees querer, solo importa el arpón. Otras veces destruye el mundo por las bajezas del hombre por la simple creencia en el poder del perdón donde no existe, donde no respetar es la muerte, y la vida atada por la influencia de sucesión de derrotas de las parejas que casi siempre han vaciado sus bolsillos y sus vidas en años sin futuro y pasados sin presente. Así todos los personajes, o casi, tienen una sombra del mal; un mal acaso inocente por estúpido, o un mal cruel, o un  mal por estar poseídos por lo necio. El mal aparece en las vidas de la gente cuando se acaba el amor y hay veces que lo confunde con él, otras veces con la codicia de retener a  la que crees tu posesión o tu futuro.. Y, si, aparece el bien, pero asociado a la derrota, a la caída, a dejar pasar la vida, a vivir de recuerdos, juntos o cuando el otro ya te ha olvidado, de hijos que ya no son más que una voz de teléfono, casi abriendo las espuertas de la presa y dejar que el agua desborde el mundo, tu mundo, su mundo.
 Sus cuentos son Bastillas tomadas y derruidas.

Carver es un poeta, pero sus escritos no hablan de belleza, no hablan , casi nunca , de compasión, no hablan de risas y amaneceres de sol, de auroras sin nubes, pero sí hablan de sentimientos; utiliza el filo del bisturí de la prosa  para mostrar lo que descubren los poemas: la realidad última de la vida: habla de la tristeza, sus historias son asedios al mundo real, cercos a la realidad, son desengaños o verdades, engaños o certezas de que todo es pasado; todo eso  pasa por sus palabras. Quizá sea una verdad cosida a una vida de gente derrotada, o sin suerte o sin control sobre su presente, o sobre la realidad, pero es una vida real, que existe, que conozco, que la he visto. ¿Quién quiere una literatura creada solo para contar historias sobre amores imposibles, bodas reales, y muchachas adineradas que se casan con príncipes pobres?, El mundo se parece más a Carver, lo sé, tengo la suficiente edad para saberlo, que al que te enseñan en las películas y en muchos libros y en las revistas, en los anuncios y en la radio; no amas sino que estás acostumbrado; no salvas, te salvas; no hay amores eternos hay miedo a la soledad; el amor es una enfermedad de jóvenes que se cura con la edad,  no hay mundo solo está tu mundo, está ese mundo lleno de un “YO” continúo en el que todo los demás es un “vosotros” que te aleja, que no importa a nadie; solo existe unas vacaciones de alcohol y tabaco en una motel de playa durante quince días, y once meses de ser el mismo que el pasado mes  y el anterior y el anterior y... y pensar que eres mejor. El amor se parece demasiado a la soledad compartida o la displicente repetición de cosas porque siempre han sido así y da miedo cambiar.

En los 17 cuentos de Carver, puede que te asustes, que veas una parte del mundo que no quieras, incluso que haya violencia gratuita, y alcohol y tabaco a raudales, y violencia real o soterrada, cariño olvidado, que haya esa sensación de soportarse por soledad, y hay olvido, sueños perdidos, de recuerdos que se van y ya no quedan, de esos que quieren aferrarse pero se escurren, puede que no haya que creer que el amor solo es eso, pero sí debes saber que el amor también es eso. Cuando algunos hablan de amor, hablan de eso.
Y la tristeza...

Hoy...

50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS de EZEQUIEL ZAIDENWERG

  50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS SELECCIÓN, TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE EZEQUIEL ZAIDENWERG     Decían que decía...