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martes, octubre 04, 2016

NOSTALGIA de MIRCEA CARTARESCU




















NOSTALGIA de MIRCEA CARTARESCU
nostalgia 1993
Ed Impedimenta 375 Pág.
Trad. Marian Ochoa de Eribe



Creo que he leído desde siempre. Aún recuerdo de muy pequeño cuando, obviamente, no sabía leer, mirar con curiosidad un libro rojo de pastas rotas y dibujos extraños que luego supe que se titulaba “Cabeza de chorlito” de Twain, o los dibujos de los viejos libros ilustrados de “Tom Sawyer” o alguno de caballeros de Walter Scott o Dumas o Dickens. Cuando aprendí a leer devoraba cómics (Carpanta, Zipi y Zape, El capitán trueno, Anacleto agente secreto...) y leía esos libros capados con dibujos anexos; y poco después yo mismo arrojaba los libros de Enid Blyton-los cinco, misterio- encima de los armarios para no acabarlos en un día -con la ayuda de mis hermanos los recuperaba enseguida-. Luego vinieron los demás... En todos ellos siempre he buscado cosas diferentes: cuando era niño busqué la compañía de los personajes de los libros, el viaje por la lectura; más tarde busqué aprobar exámenes, y luego le siguió un desenfrenado intento de buscar mi gusto personal, de manera que leía todo lo que me caía en mis manos. Entonces aprendí a arrinconar cosas y acunar a otras. Llegado ese momento fue fácil, solo debía -y todavía lo hago- seguir las reglas que me  auto-impuse: leer por placer, buscar a veces la belleza en lo que leo, y otras buscar la mirada de los escritores en cosas que me importan; pero aun en estos no desprecio -la persigo- la escritura hermosa, las palabras acertadas; indago sobre dónde encontrar los brutales destellos de la imaginación o la huida de formulas trilladas o la sencillez amable de las frase. Siempre pretendo distinguir, entre un mar de papeles, las miradas tristes que destilan y desbordan poesía, prados enteros de poesía, desiertos completos observados por la poesía. Leer “Nostalgia” es un placer, comparable a los cuentos de Enid Blyton que leía a dentelladas de niño, equiparable a cuando descubrí los cantos hermosos de Whitman  o los pueblos desorbitantes de Márquez, asemejable a las tardes de largas conversaciones con tus amigos, aquellas en las que arreglabas el mundo con diez ideas y contabas tus sensaciones como si fueran nuevas para el universo entero. “Nostalgia” es para quien quiera recuperar el deleite por las historias bien contadas, por la búsqueda por los recovecos de las palabras y de las esquinas dobladas de los libros, allá donde se oculta una parte importante de lo que nos quería contar el escritor.

“Nostalgia” es un libro que, debiera decir, está compuesto por cuatro cuentos; por cuatro narraciones que hablan de personas diferentes, hablan de literatura, hablan de sueños y viajes, juguetean con los sentidos de las palabras, con la realidad -con lo que creemos que es la realidad-; nos cuenta historias sobre gente sin suerte, sobre apostadores; nos vigila el mundo desde los ojos de un adolescente enamorado y la desconcertante jovencita de la que cree estarlo. Piensan, las hojas del libro, desde el cerebro de una niña que se va convirtiendo en mujer, o una mujer en niña,  en medio de libros, amigas, fantasmas, sueños, viajes, recreos, fantasía deshabitada de fronteras. Nos habla de extraños conciertos desde un coche aferrado al suelo. Pero esta descripción, somera e inútil, no puede describir qué es el libro. No es eso, todo es una excusa para descubrir un lado de la literatura que se derrite y se muestra tal y cómo es solo cuando el sol cruza por algún ojo de aguja donde antes pasó un camello, o cuando la luna se posa sobre la espalda de un lector insomne que lee poesía a un niño que sonríe. Es ese lado que despierta, esas raras veces, para descubrimos que leer no es apoyar el brazo en el sillón y sostener la mirada sobre una hoja que va pasando, monótona, no. Leer es inmiscuirse en plena batalla de palabras, en la dura competencia de los verbos por brotar de sus suelos abonados, es adentrarte y escuchar el paso del sonido de los versos cuando cruzan tu habitación salidos de la voz de algún fantasma que aún relee a Lorca, Neruda, Plath, O'Hara, Cernuda o Ferlinghetti.

No creo que a estas alturas decir que me gusta el libro sea útil, pero quizá han pesado más mis sensaciones que una mirada fría y descriptiva sobre él. Intentare hacerlo en el último momento para cerrar puertas: Cartarescu tiene un estilo absorbente y acaparador, acompaña todos sus textos de una maraña de palabras que adornan los textos y las ideas con algo que debería decir que es un estilo barroco, pero sería demasiado obvio, demasiado fácil; creo más que el término barroco, muchas veces, es la descripción confortable de algo que está escrito o descrito con demasiadas cosas, incluso superfluas; y no es este el caso. Creo que usa adjetivos, sustantivos y verbos de forma que muestren todos los lados de las imágenes que crea, de las impresiones que quiere dejar; de tal manera que las realidades son vistas y descritas por un universo de formas y palabras, donde siempre roza el contenido cercano a la poesía. Las personas de las que habla -me niego a llamarlos personajes- son seres excéntricos o, como poco, diferentes, son individuos que se adaptaron a unos mundos extraños como si fueran partes idénticas a la realidad de todos los días, más allá de su aparente inverosimilitud. Así, con esta palabra, llego a una parte de la descripción de libro que me preocupaba: quería describir el estilo literario con el fácil uso del termino “realismo mágico”, pero no creo que debiera usarlo, no creo que sea esa una definición afortunada. Creo más bien que si quisiera, -enrabietado, obligado- darle un nombre a su estilo diría que es “fantasía irrebatible” o “Irrealidad cuestionable” o... Los textos que se leen son aventuras en cosmos especiales, en lados del mundo que probablemente existieron en algún lado, de alguna forma, pero que se retuercen para que por sus calles, por sus casas, por sus cuevas, por sus paisajes, aparezcan formas de vida y comportamiento que nunca pasaron allí y no pasarán, nunca, en ningún sitio que no sea el de la literatura y la imaginación desbordante.


En cualquier caso, y a pesar de la fama -bien ganada- del cuento titulado “El ruletista”, me quedo, me lo guardo, me apasiona, con el cuento -largo- llamado “REM”, una auténtica obra de arte.

wineruda



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