jueves, diciembre 31, 2020

PEQUEÑOS TRATADOS de PASCAL QUIGNARD

 















PEQUEÑOS TRATADOS de PASCAL QUIGNARD

 

 

Uno se sabe, así que piensa y cree que no puede ser capaz de desnudar o describir, -ni en muchas ni  en pocas palabras- algo que es inefable para él; sabe, también, que todo lo que explica, cuenta, inventa, crea, sacude, exprime o apareja Quignard en este escrito es tan abrumador que te cae como lluvia torrencial y te deja perplejo entre ideas, palabras, saberes y descuentos que no puedes sino cerrar el paraguas y absorber la lluvia, que te empape o que te resbale dejando que te  marque, aunque sea, un ligero rastro de gota o de lágrima o de tinta que  te marque para siempre, como un tatuaje grave y delicado.

Pequeños Tratados que cuestan, a veces, que revelan y ocultan en su potencia de saberes que te dejan pequeño y estrellado entre sus páginas sobre el lenguaje, el habla, la etimología de las palabras; sobre el saber de los libros, del papel, de las imprentas; sobre el saber de los escritores, los filósofos, los escribas o los esclavos; sobre el saber en las verdades, en los olvidos, en la muerte y en los oficios. Pequeños Tratados que hablan del mundo del saber, del conocimiento, que resbalan del pasado al futuro, que nacen heridos de belleza y conocimientos y se mueren entre ese destino que siempre nos llega: la muerte de lo escrito o lo sabido o lq nuestra misma. Pero siempre queda ese abstracto sitio donde sobrevive el saber: los libros. Ahí es donde sobrevive ese recuerdo que se quedó en la raíz o en la impronta del  pasado el presente –lengua, lenguaje, trazos de  músicas, recuerdos, palabras perdidas o  lienzos-. Quedan las figuras sobre los paisajes, quedan las letras sobre el fuego, sobre lo destruido, quedan los nombres y los textos sobre la creación, el nacimiento, el análisis y la muerte.

Quignard apabulla por su conocimiento, pero sobre todo por esa combinación casi mefistofélica o, simplemente, alquímica de poesía, prosa, filosofía, historia, saber, verdad y ficción; apabulla por ese desnudar de palabras y nombres para descubrir su esqueleto inverso, su vida al margen de sus escritos; para encontrarnos con ese travelling literario que te lleva desde la punta de la pluma del escritor medieval o del poeta romano o el escriba egipcio, o de la mano del pintor de Lascaux,y que va ascendiendo por su madera, pluma o carne para llegar a la mente y de ahí a su mundo, a las ideas o creaciones o respuestas a la vida que los rodeaban. El travelling  acaba con un fundido a negro entre letras y textos que vienen del pasado y se diluyen en lo oscuro, en el presente que se acaba.

Uno imagina a Quignard oyendo a Jordi Savall mientras dirige e interpreta, por ejemplo, “El llibre vermell de Montserrat”, golpeando, a veces, como lo hace Jordi su viola di gamba, al modo col legno, Quignard golpearía suave las teclas de su máquina de escribir o de su ordenador para crear textos  e ideas, o haciendo frotar sus cuerdas y papel para sacar el sonido de las palabras, para decidir el modo de decir las cosas, de contarlas y de emparejarlas. Dicen que el sonido del cello es el más parecido a la voz humana; supongo que el modo más atrevido y bello de sacar sonoridad  conjunta a la música y las letras. Así el viejo cellista que fue Quignard hace de los libros justo lo contrario; hace del libro un cello que atrapa los sonidos como un recorrido inverso: el libro es el cello que recoge todos esos sonidos, palabras, recuerdos,  ideas y música que vienen de fuera, que vienen de las cosas que se mueven, respiran o nadan en el mundo, recogidos entre papeles, tintas, inventos, ficciones y verdades por Pascal, en ese intento por demostrar que el mundo giraba mucho antes de que naciera el primer día del primer humano que aún queda vivo; que la vida no responde a facilidades y textos sobrescritos, que no hay papeles con cera ni ventanas abiertas para ver el mundo. A veces los lectores agachan la cabeza y se acurrucan, cerrados como un nuevo círculo fetal para comprender su mundo –o el mundo- asomados a unas páginas en las que se escapa el texto y las ideas y las atrapas como cuando  un pájaro  alza el vuelo y apenas puedes coger un puñado de plumas de las cuales la mayoría se las lleva cualquier ráfaga de viento indiscreto que sopla desde las calles ruidosas de coches y de pisadas de  ciudad. Nadie quiere sentarse para penar o nadie quiere silbar tonadas medievales en estos años de certezas impuestas; pero del mismo modo que las voces de los cantos sacros Medievales parecen escritas en el latín muerto que solo nace y renace en libros, en voces rescatadas; la cultura, los libros, las ideas, la voz, la lectura, el lenguaje, todo nace y muere con cada persona; sí de ese mismo modo, yo releo los poemas de Sylvia Plath y con ellos renace la poetisa de mente febril o nace el ciego escritor cuando leo la Odisea o Perec está sentado a mi izquierda en el último bar que cerré entre humo y vasos rotos, Georges me mira y apunta. Todo vive entre textos, voces, escrituras y recuerdos.

No, no es un libro fácil, pero no tiene razón de serlo, además no debería ser de otro modo, son palabras para recorrerlas, pequeños textos que representan- como manos, impresas, como gacelas cazadas o mamuts dormidos de las cuevas paleolíticas- la representación de lo que en  su  mundo debe ser creído o tomado por sagrado; y debe ser escuchado –o leído- sentado, cerradas la ventanas, la luz encendida y dejando que las hojas-el libro-, ellas solas, sepan que deben ceder el paso a las siguientes.

domingo, diciembre 20, 2020

LA LLAMA DE UNA VELA de GASTON BACHELARD,

 

La imaginación, la creación, el generador de ideas y posiciones , nacen del pensamiento de una sola persona, -sola, individual, en silencio-, quizá de una persona que mira una vela que arde en su mesa, sentada delante de sus papeles en blanco, con su pluma, su estilográfica, su bolígrafo, su máquina de escribir, sentado sin luz, su  nacimiento sin nada, sin nada que salga de su pantalla, es la persona que pudiera  mirar fijamente a la llama de la vela para crear -o leer que también es crear-, esa ensoñación creadora, -recuerdos o sueños o imaginación- ese viaje al fondo del fuego, al fin del humo, al origen del calor; -a la soledad, al ensimismamiento- esa persona que  mira, fija sus ojos en la llama ascendente para que de la nada surjan textos, palabras, imágenes, fantasmas, ecos, muertes y vidas - De la luz salen el destello y la ceguera, ( el cero y el infinito) y sale la sombra y la nada, el sitio de la nada de donde crecerá la imaginación-; sí, de la nada y de lo ciego sale la imaginación; de ahí nacerán cosas en el vacío,  lo oscuro del fondo donde el absoluto vacío  crece hasta que sale de la mente, el mundo de tu mente, de la vela que titila, de la mariposa que vuela hacia su muerte fulgurante de luz, el Ícaro de alas de cera que se funden para crear mitos, verdades y mentiras, y chorrear frases.

Bachelard habla de la Vela, -el fuego , la luz- como síntoma, símbolo y significado; juega con las imágenes y textos, juega con la Idea,  -del mismo modo que se puede cimbrear una llama u ofuscarse y apagar-, juega con la imagen de la vela, como fuente de luz y de sombras; la vela como alumbrador de creación y lectura, la llama como recuerdo, la luz del fuego como parte de la literatura-Boecio, Goethe, Novalis, Octavio Paz…- juega con la poesía y con los textos de aquellos y nuestros; textos que se desprenden de la imagen de luz, de la llama que asciende; esa parte de la literatura  como descifradora del mundo. La llama, que debe destruir para crearse, que se alimenta, como el árbol, en las raíces de tierra, chispa y alimento, para ascender al mundo, para nacer-generarse, regenerarse a cada instante-, para morirse.- Es la llama, es el fuego, los cuales son el oriente y el occidente a la vez.

Crear para destruir, destruir para crear.

El poeta crea criaturas de los animado y lo inanimado, la luz es quien las descubre y las oculta, es, por ello, quien las inventa y las destruye, es el poeta quien acompañado,- como de antiguo, en la luz de las velas, en la luz de donde nace todo, es el aceite de la lámpara o el petróleo o la cera- es el patrón de las cosas que desaparecen, el que guía las velas del barco para insuflar el aliento que las empuje hacia adelante y que apaga las lámparas.

El lector y el creador lee y descubre en soledad, bajo la luz, bajo el fuego, bajo lo que será su luz y su fuego,- mi luz y mi fuego-, será ese momento, y solo ese, el que dirigirá su entendimiento o su creación, será, por lo tanto, lo que creen esas figuras de la llama o de las lámparas las que crearan ese mundo –su o  mi mundo-.. Y en esa esfera de luz y de sombra serán parte, también, del recuerdo, de lo que deja la vida de lo que deja la muerte.

 

 

 

Las ideas van y vienen, los pensamientos, los deseos, las cosas de ese recuerdo que crees importantes ya no lo son y el mundo rueda y se cae, el poder de creer en las cosas creo que es el único poder humano, el que los hace pedazos de mundo diferentes a pesar de todo, lejos de esas tentaciones de creerte diferente entre los que siempre serán tus iguales, el poder creer en algo, en diferenciarlo, te hace nunca diferente, nunca otro ladrillo diferente en el  muro,  nunca, pero sí dueño de tu destino o de tu manera de pensar, de poder precipitarte en el fondo de un abismo, o todo lo contrario, ser parte del grupo; a pesar de todo, -la decisión, el poder de tu decisión, si eres consciente  de ello, si tu manera de ver cómo una llama de vela titila diferente, que un pedazo de vela pequeña, sucia, que gotea su propia muerte, que define y crea su propia vida-, es algo que te hace pensar que hay algo que lo define y que te define, entonces, en ese breve espacio del mundo y del tiempo en el que reflexionas y amas un llama, una vela, un reflejo, una luz apagada, un pasado, una sombra que todo lo ilumina, solo entonces, sabes que tu decisión mala o buena, será solo tuya.

Será tuya del mismo modo que si juegas al juego de decir palabras, simples palabras al azar: cielo, sobrero, tierra, marsupial, estornudo, rupia, mecer…una palabra, una simple palabras te llevará a otro mundo, al mundo del recuerdo, al sabor a chocolate con pan quemado, o al olor de las maderas en el fuego, o al sabor de la sangre de tu labio partido. Una palabra, un recuerdo, una decisión son capaces de crear pasados, recrearlos, renacerlos y hacerlos  de hoy; hacerlos vivos, sacarlos de entre la muerte; del mismo modo una imagen reflexionada, un imagen inventada por otros, un fogonazo de la nada, de esa misma manera te hará ver el futuro de otra forma, reconocerlo, o creer reconocerlo, saber que de entre esas reflexiones inventas tu nuevo mundo, o lo acabas, qué más da. Supongo, creerán , que da igual creer en eso  que en el último creador de autoayuda, que dará igual. Pero no. Unos, los autoayuda, te manda  a cielo alcanzable, a un lugar seráfico y complementario; el otro,  te mandará, al cielo o al infierno, y dará igual, el cielo y el infierno, al final, son el mismo sitio, y esa siempre será la gran diferencia entre los dos.

Oigo, ahora, el directo en Pompeya de Pink Floyd, y no dejo de pensar en los sonidos que se elevan que crean ambiente, arriba, y  abajo todo ese fuego –lava-destructor que destruyó un mundo y creó otro. El continuo generar vida y muerte de la vida, de la literatura, del pensamiento que al final es el paso del tiempo.

El fuego.

La llama.

La nada.

Todo.

 

 

Hoy...

50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS de EZEQUIEL ZAIDENWERG

  50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS SELECCIÓN, TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE EZEQUIEL ZAIDENWERG     Decían que decía...