UN POCO DE AZUL EN EL PAISAJE de PIERRE BERGOUNIOUX
Ed Minúscula Pág. 96
Traducción de David Stacey
Somos lo que fuimos, somos lo que fuimos pisando de niños y
lo que fuimos viendo, y lo que fuimos viviendo, somos los paisajes que vimos y
la peripecia de estar que libramos; somos lo que quisieron las calles que
recorrimos que fuéramos, somos lo que hablamos en las conversaciones de noches
de desasosiego o de amor que tuvimos.
Somos parte de la tierra que estamos y la que estuvimos,
somos tan grandes como el horizonte que se veía desde nuestra ventana cuando
amanecía, entonces, cuando había, solo, que estudiar y vivir, sí solo eso; somos aún
el niño de entonces, más aguerridos o más cobardes, pero el mismo que descubrió
que lo era; somos tan grandes o tan
pequeños como nos dejaron ser; somos tan mentirosos como las mentiras que
aguantamos entonces, somos tan duros como las veces que nuestras rodillas se ensangrentaron,
entonces, cuando el futuro no se
necesitaba.
En las montañas pequeñas pero agrestes, en los bosques, en
las hendiduras donde pudo habitar el diablo, en el pueblo donde el río moría en
el último puente de la ciudad; allí en la Aquitania, en el Lemosín, en el lugar
donde habitaban los guerreros de los álamos, donde los árboles, entonces, parieron guerreros, allá donde los ejércitos de
Cesar batieron a los últimos francos, allá nace Bergounioux. Allí donde impone su terquedad el cielo azul en las
montañas, entre zanjas, tierras baldías y piedras duras , y en el llano un
cielo de hojas y ramas contrapone su fuerza en donde los bosques derraman su potencia por donde camina el escritor ahora, el niño entonces. Y sabe el hombre,
el hombre escritor, que esos lugares, esas piedras, esos silencios, ese
murmurar de pájaros escondidos, de ramas quebradas, sabe que esos gritos de
piedras viejas ha hecho de él lo que es; sabe que han hecho no un gran hombre,
han hecho un hombre cerrado, oscuro, sabe que es un tipo que será tan profundo y luchador como sus bosques, será tan inalcanzable como sus montañas, como los
cielos azules; y que será, a pesar de ser escritor o ser médico o ser versado en las verdades del universo, a
pesar de ello sabe que solo podrá ser un
hombre de esa tierra de fríos y oscuridades, de lucha por sobrevivir, será un
hombre agreste, que nadie podrá alcanzar, será un hombre que cultivará la
piedra y la vida, será tierra baldía entre terrones de tierra demasiado secos, demasiados
muertos para sacar grandeza, y, al final, su mundo será la lucha por no ser... y perderá. Y lo sabrá.
Sí, ese lugar que
conoce, donde nació, Lemosin, es un lugar donde el hombre entonces vivía para
sobrevivir, aun hoy , abandonado las épocas de esplendor, es un lugar en el que
los que viven sobreviven, ese lugar fiero, ese lugar inquieto y duro, ese
lugar donde la agricultura era arrancada a la
piedra y a las tierra poco fértiles, esa tierra será invadida, más antes que tarde, no por
las cohortes de Roma, sino por la naturaleza que espera su turno paciente, sapiente
que vencerá , tarde o temprano recuperará su lugar de bosques y zarzas, y caerán
casas, caerán iglesias, caerán los últimos hombres, y la tierra, los árboles recuperarán su lugar, quizá junto con aquellos guerreros de los álamos, recuperarán ellos también sus lugares de
supervivencia entre claros de bosque y fieras montañas.
El escritor- y aquel niño de entonces- sabe que a pesar de la cárcel que creía ser su valle profundo y su oscuro bosque y su montaña agreste, sabe que su universo, tan pequeño, de niño, se rompió cuando cruzó aquel puente del fin del mundo, donde se escapaban las personas, pero, a pesar del tiempo, queda la mente, queda lo que respira, lo que sangraba con los espinos, lo que sonaba en el silencio y saltaba -salta todavía hoy- en la soledad de los caminos. Él se fue y se llevó para siempre a los amigos, y los miedos y la vida dura, con él se quedaron junto con lo que nos queda a todos, el futuro que no fue.
El escritor- y aquel niño de entonces- sabe que a pesar de la cárcel que creía ser su valle profundo y su oscuro bosque y su montaña agreste, sabe que su universo, tan pequeño, de niño, se rompió cuando cruzó aquel puente del fin del mundo, donde se escapaban las personas, pero, a pesar del tiempo, queda la mente, queda lo que respira, lo que sangraba con los espinos, lo que sonaba en el silencio y saltaba -salta todavía hoy- en la soledad de los caminos. Él se fue y se llevó para siempre a los amigos, y los miedos y la vida dura, con él se quedaron junto con lo que nos queda a todos, el futuro que no fue.
Pero Bergounioux sabe que a pesar de estar preso de una
personalidad agreste, pueblerina, intratable, fiera, sabe que
ello no hace ocultar que no puede apartar de ella, de ser como es, y en
su penitencia de palabras tambien aparece, y está, su imposibilidad de cambio y su
saber dónde está cada uno de sus sentimientos, y cada uno de sus maneras diferentes
de ver el mundo , de ser, de saber que es diferente. Y y sabe que no podrá cambiar
nunca, es parte de él. Y lo es por lo aprendido en su infancia y porque le ha
sido impuesto por todo lo que le rodeaba aun casi antes de nacer: porque le
rodeaban piedras, las vieja casas por
derrumbar, le rodeaban lugares que luchaban para no ser conquistados, le
rodeaban espacios que no querian ser pisados por el hombre, le rodeaban
amigos derrotados pero vencedores, le rodeaban personas que , a veces, rompían con
los moldes y se regían por su propia voluntad por encima de las costumbres y las imposiciones del pasado , aún hoy le rodean personas que demuestran, incluso
por encima del escritor y lo escrito, que no es lo mismo la apariencia que la
realidad, que hay que identificar, y casi
nunca pasa, lo real de lo creído: la costumbre, la habitualidad, lo
pensado… sí incluso lo pensado… por la mayoría del pueblo, de la vida, ello solo
es un lugar común que no puede, y no suele ser cierto. El vulgo es más vulgo
cuando se cree invencible, en poder de la verdad absoluta.
Bergounioux, al final, pasea por sus viejos paisajes pasados
los años, rememora viejas historias, intenta invadir viejos lugares que aún hoy
se resisten, intenta que no lo invadan a
él todas aquellas historias, todos aquellos caminos, aquellos bosques que dominaban
su infancia y dominan cada momento, aún ocultamente, de su vida, siempre presentes en la
oscuridad de su mente, en los lugares profundos en los que se crea la luz y se
apaga, y de las lunas y de los soles. Aún hoy
cuando pasea por altos, por riberas o entre árboles, sabe que los murmullos que
oye, los que el espacio sonsaca a la quietud, al silencio, no son vientos, no
son aguas saltarinas, no son viejos pájaros, son, lo sabe, murmullos de todos
los que pasaron por aquellas tierras y han dejado su huella, fija, en el viento
y en el humus creador y salvaje de sus bosques .
Cuando uno se aleja de ese trozo de cielo bajo el cual se ha criado, ha correteado, necesita retornar a él, para recuperar parte de lo que has sido, por que uno es parte del aroma de las zarzas, o el espliego, o las flores que han rodeado tu niñez, la roca caprichosa a la que te subías, el álamo que te daba sombra, las viejas casas desde cuyas ventanas se escabullía el olor a frutas, pan, o miel, o café… Hay algo en todo eso que marca tu esencia, a fuego, y la llevas como una bandera invisible, seas o no consciente de portarla, allá donde vayas, es más patria y más bandera sentarte junto al viejo olmo de tu niñez y escuchar la corriente del río, que cualquier trapo de colores al que rendir honores como símbolo de una identidad que no huele a flores, ni tiene el rumor de un arrollo, o la voz cálida de tu madre en la noche fría.
ResponderEliminarMe pregunto si también seremos aquellos lugares en los que nunca estuvimos pero siempre anhelamos estar.
Una seductora lectura y manera de contarla.
Gracias, Wineruda, cuídate.
Itaca siempre es la misma: el lugar dónde quedan los recuerdos. Y la mayoria de los recuerdos, al menos los recuerdos que crees mejores, son los de tu infancia.
EliminarCuídate
Suele ser la infancia el lugar más habitado de un ser humano. Todo estaba por ser descubierto y asistíamos al encuentro de la vida con todos los sentidos puestos en ella. No importaba el entorno tanto como el prestar atención. Luego, fue perdiendo encanto y dejamos de habitarnos para habituarnos.
ResponderEliminarKavafis fue claro: el viaje es más importante que el destino.
Un abrazo, Maestro.
Tienes razón, pero siempre se vuelve, como dijo el tango, al primer amor, que no tiene que ser un hombre o una mujer, sino un espacio o un recuerdo o una calle o un olor o... Siempre.
Eliminarcuídate