DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE
AMOR de RAYMOND CARVER
what we talk about when we talk about
love 1974
ANAGRAMA 157 Páginas
Tradc Jesús Zulaika
Puede que hayan pasado 16 o 17 años desde
la primera vez que leí algo de Carver. Primero me produjo
perplejidad , no estaba acostumbrado a ese tipo de literatura, a ese
estilo de escritura. La perplejidad se tornó en curiosidad y la
curiosidad en empeño. Los filos casi cortantes de sus textos, los
silencios llenos de ruido, -de mucho ruido-, los acantilados que son
sus finales cayendo a plomo desde la última frase del cuento hasta el agua oscura de sus pasados, y que son como
una pared de cristal que protege el abismo de la sorpresa. Esa es la
sensación me dejó aquel primer Carver. Recuerdo que hice una
reseña realmente patética en la que dije cuatro cosas y hablé de
minimalismo y de escuetos silencios y de elipsis y de blah blah...
Todo cierto, todo evidente, todo nada. Nada.
Volví a leer a Carver, meses después,
este libro en concreto; para entonces ya me había leído todo lo
relativo al realismo sucio, a la vida de Raymond, al alcoholismo, a
Tess, sobre la influencia de Lish; todo lo que hiciera falta para
entender aquel “minimalismo” literario que creía que era, más
bien, técnico o estilístico. Pero... pasó lo mismo al leer este “De qué
hablamos, cuando hablamos de amor”: entendía el ambiente posesivo,
casi decadente -en el amor y la vida-, anuncios que gritan el final de todo -el final de las cosas , los momentos de consumación de algo, de término, de decadencia, todo... casi cerrado y lleno de telarañas-. Olía, en el texto,
el alcohol, sentía a veces la agresión contenida o descubría a
veces la violencia directa o la ilógica del comportamiento
humano, veía el humo del tabaco ascendiendo en habitaciones
cerradas, me abrasaba, me llenaba el cuerpo; en los cuentos aparecía la pena por la nada,... de
nuevo la nada. Cuando veía y pensaba en el amor del que me hablaba
el libro: pensaba en el aburrimiento y abandono de las parejas, sabía
de sus vidas, destruía sus silencios incluso, pero Carver se me
escapaba, algo de Carver se me iba por los desagües de mi
entendimiento real, no me valía con saber de qué iba aquello, yo
quería ser aquello, estar plegado en el papel, ser relleno en el libro, estar en la pluma de Carver, en sus ojos rojos de escribir en
noches o en los días que cerraban aquellas páginas, más cercanas a las
sensaciones como la de un pellizco doloroso en tu carne que a un
soplo de aire en la cara, sentía que eran reales para él. Y,
además, seguían estando sus finales como paradas en seco delante de
un abismo sin que consiguiera ver el fondo, acaso solo el ruido de la
piedra, o el cuerpo, al caer.
Leí “De qué hablamos cuando
hablamos de amor” por segunda vez -esta de ahora es la tercera vez-
y entonces lo entendí,- como lo he entendido ahora- Carver es un
poeta, sí, como tal deja que la idea, unas veces, otras solo la
sensación o la certidumbre asustada prevalezca sobre el texto,
pero, como está escribiendo prosa , te la cuenta,-sus diálogos son de lo mejor que he leído nunca-, te dice en una
palabra o una frase o en una imagen -como lo hacen los poetas- todo
lo que te quiere contar de su historia, el corazón del texto, lo
que hace que todo lo que le rodea a esas palabras tenga sentido,
tenga un camino y, como tal, una llegada, un fin. Otras veces te deja la exacta
sensación de estar viviendo aquello, de ser el que está mirando lo
que sucede, el que está contento o perplejo con lo sucedido, Carver
te cuenta toda una historia, relevante, claro está,
- no podría existir ese punto de central sin que tenga un mundo creado a su alrededor, una razón para existir o dejar de hacerlo-. Y eso es lo que deja conocer el lector, lo que Carver quería contar, o, más bien, hacer comprender qué era eso que desaparecía en ese abismo que he contado que me aparecía al final de sus cuentos, como si no tuviera fin, Sí, había un fin evidente, estaba, ahora, claro. Si alguien quiere leer el libro, si no lo ha leído, el primer cuento, todo el primer cuento de este libro se explica por una palabra, una simple palabra, que pasa por tus ojos, descubridla y la cueva se abrirá. Por ejemplo, en el cuento:"Una conversación sería" se revela todo el cuento en una frase , en una simple imagen.
- no podría existir ese punto de central sin que tenga un mundo creado a su alrededor, una razón para existir o dejar de hacerlo-. Y eso es lo que deja conocer el lector, lo que Carver quería contar, o, más bien, hacer comprender qué era eso que desaparecía en ese abismo que he contado que me aparecía al final de sus cuentos, como si no tuviera fin, Sí, había un fin evidente, estaba, ahora, claro. Si alguien quiere leer el libro, si no lo ha leído, el primer cuento, todo el primer cuento de este libro se explica por una palabra, una simple palabra, que pasa por tus ojos, descubridla y la cueva se abrirá. Por ejemplo, en el cuento:"Una conversación sería" se revela todo el cuento en una frase , en una simple imagen.
Todos sus cuentos tienen una centro que
los sostiene, como la clave de un arco, en ella se apoya y hasta se
explica lo que has leído, hay veces que está al principio del
cuento, otros al final, en otros es la sensación, en otros es el propio
silencio -Sí, el silencio como grito, como explicación-,
descubrirlo es la obligación del lector, Los cuentos que parecen más
cortos son, para los buenos escritores, los que pueden contar más
cosas, porque hay más palabras, ideas, sensaciones que no se dicen que las que se dicen, y
todas esas cosas son las que te están obligando a pensar, a
descubrir: ¿Qué ocurrió en esa casa?, ¿Cuándo nació el odio?
¿Dónde empieza y acaba el amor? ¿Existe el amor o es pura
costumbre? ¿Qué ocurrió en esa relación, es esa mente, en
esa....?
Carver era un genio, bueno es un genio,
si sus libros viven, él vive. Todas estas historias de perdedores
que viven en suburbios de ciudades o pueblos perdidos en la nada, en
casas donde parece que nada puede ocurrir, donde los protagonistas
son siempre parejas -unidas o alejadas, pegadas o en la lejanía, en
la mente o en el recuerdo-; donde el alcohol, el olvido, el
aburrimiento, la soledad obligada, la pérdida, la necesidad, a veces
la locura, es el ambiente por la discurren sus historias. Sus personajes sobreviven en falsos o verdaderos amores, a veces
anestesiados por el alcohol, a veces por la costumbre, otras veces se
descubre y se desprecian de repente, desnudos delante de los espejos
que van descubriendo en la casa, en ellos donde se ven reflejados como son,
ven cómo es su vida...
¿De qué hablamos cuando hablamos de
amor? Que a nadie que le guste la literatura romántica se le ocurra
comprar este libro -conozco algún caso-, será un auténtico shock-casi anafiláctico-. No es difícil descubrir que Carver no cree demasiado en el amor- al
menos en la definición “oficial y seria y estudiada y, a veces, esquilmada a Hollywood” del amor, la más concurrida en
los `papeles de la literatura universal- Sus historias hablan, sus
17 cuentos cortos, del amor, pero no esperes que te cuenten sobre
esperanzas y futuro, acaso se permite una caricia a una pareja de
ancianos perdidos en un hospital o en un juego de bingo, o el amor fraternal de unos padres
a un hijo. No, Carver no se permite creer en el amor de películas,
los de los libros rosas y de azúcar pulido; él va mirando por las
ventanas de los que han sobrepasado la frontera del disimulo, y
llegan el hartazgo. Carver mira en las casas en las que la gente
cree en el amor como un efecto de atracción obsesivo o recurrente,
al que se aferra la gente como el arpón se agarra al costado del
pescado, no importa que haga daño al ser que crees querer, solo
importa el arpón. Otras veces destruye el mundo por las bajezas del
hombre por la simple creencia en el poder del perdón donde no
existe, donde no respetar es la muerte, y la vida atada por la
influencia de sucesión de derrotas de las parejas que casi siempre han
vaciado sus bolsillos y sus vidas en años sin futuro y pasados sin
presente. Así todos los personajes, o casi, tienen una sombra del mal;
un mal acaso inocente por estúpido, o un mal cruel, o un mal por estar poseídos por lo necio. El mal aparece en las vidas de la gente cuando se acaba el
amor y hay veces que lo confunde con él, otras veces con la codicia de retener a la que crees tu posesión o tu futuro..
Y, si, aparece el bien, pero asociado a la derrota, a la caída, a
dejar pasar la vida, a vivir de recuerdos, juntos o cuando el otro ya
te ha olvidado, de hijos que ya no son más que una voz de teléfono,
casi abriendo las espuertas de la presa y dejar que el agua desborde
el mundo, tu mundo, su mundo.
Sus cuentos son Bastillas tomadas y derruidas.
Sus cuentos son Bastillas tomadas y derruidas.
Carver es un poeta, pero sus escritos
no hablan de belleza, no hablan , casi nunca , de compasión, no
hablan de risas y amaneceres de sol, de auroras sin nubes, pero sí
hablan de sentimientos; utiliza el filo del bisturí de la prosa para mostrar lo
que descubren los poemas: la realidad última de la vida: habla de la tristeza, sus historias son asedios al mundo real, cercos a la realidad, son desengaños o verdades, engaños o certezas de que todo es pasado; todo eso pasa por sus palabras. Quizá sea
una verdad cosida a una vida de gente derrotada, o sin suerte o sin
control sobre su presente, o sobre la realidad, pero es una vida real, que existe, que conozco, que la he visto. ¿Quién quiere una
literatura creada solo para contar historias sobre amores imposibles,
bodas reales, y muchachas adineradas que se casan con príncipes
pobres?, El mundo se parece más a Carver, lo sé, tengo la
suficiente edad para saberlo, que al que te enseñan en las
películas y en muchos libros y en las revistas, en los anuncios y en la radio; no amas sino que estás acostumbrado; no salvas, te salvas; no hay
amores eternos hay miedo a la soledad; el amor es una enfermedad de jóvenes que se cura con la edad, no hay mundo solo está tu
mundo, está ese mundo lleno de un “YO” continúo en el que todo
los demás es un “vosotros” que te aleja, que no importa a nadie;
solo existe unas vacaciones de alcohol y tabaco en una motel de playa
durante quince días, y once meses de ser el mismo que el pasado mes y el anterior y el anterior y... y
pensar que eres mejor. El amor se parece demasiado a la soledad
compartida o la displicente repetición de cosas porque siempre han sido así y da miedo cambiar.
En los 17 cuentos de Carver, puede que
te asustes, que veas una parte del mundo que no quieras, incluso que
haya violencia gratuita, y alcohol y tabaco a raudales, y violencia
real o soterrada, cariño olvidado, que haya esa sensación de
soportarse por soledad, y hay olvido, sueños perdidos, de recuerdos
que se van y ya no quedan, de esos que quieren aferrarse pero se
escurren, puede que no haya que creer que el amor solo es eso, pero
sí debes saber que el amor también es eso. Cuando algunos hablan de
amor, hablan de eso.
Y la tristeza...
Y la tristeza...
Wineruda
Tengo muy cerca de mi, de hecho he extendido la mano y lo he cogido, Catedral, un regalo de alguien a quien le gustan los cuentos de Carver y no entiende que alguien como yo diga que, en general, no me suelen gustar los cuentos (excepto los de dos o tres autores que me volvieron loca en su momento).
ResponderEliminarEspero encontrar esas claves en la lectura de sus cuentos y no quedarme en la superficie, de todas maneras, si ocurriera........., sé a quién le preguntaría.
Un abrazo!!
Espero que ese tipo no se haya confundido, y veas en catedral, lo que él vio, la capacidad de un escritor de ver más allá que la foto de una situación, sinoer dueño del scannner que utiliza para ver el bombeo del corazón y el movimiento que rige el cerebro de los protagonistas , más allá de su pinta o de su situación .
EliminarSeguro que ves las claves, escondidas en sus lugares, al acecho de que se las pille:)
cuídate