POESÍAS COMPLETAS DE ANTONIO MACHADO
Espasa Calpe 424 pag
No resulta extraño que 35 años
después de comprarlo, rotas las guardas, sueltas algunas hojas,
manchadas otras de café, tinta o amarillas de tabaco, aún sea esta
vieja versión de Espasa la que guarde con cariño, con esa mezcla de
amor, pena y melancolía que me provoca Machado, que me provocan sus
lecturas. Y no es extraño porque es donde conocí la poesía y con
ella a Don Antonio, casi un profesor de esos que había que tratar,
como antes a los profesores, de “don”, Y no es extraño porque
con él, con el poeta y el libro, aprendí a querer a la poesía, y
olvidarme de aquellas enseñanzas como ordenes con las que te
apremiaban los profesores y las notas, y descubrí que la poesía es
bella, sin ataduras, sis grilletes que corten tu pasión por leer,
por adentrarte en el mundo egoísta, por propio, y altruista, también
por propio y por ajeno, de los poetas y la poesía.
Yo escucho los cantos
de viejas cadencias
que los niños
cantan
cuando en corro juegan,
y vierten en coro
sus
almas, que suenan,
cual vierten sus aguas
las fuentes de
piedra:
con monotonías
de risas eternas
que no son
alegres,
con lágrimas viejas
que no son amargas
y dicen
tristezas,
tristezas de amores
de antiguas leyendas.
En los labios niños,
las canciones llevan
confusa la
historia
y clara la pena;
como clara el agua
lleva su
conseja
de viejos amores
que nunca se cuentan.
Jugando, a la sombra
de una plaza vieja,
los niños
cantaban...
La fuente de piedra
vertía su eterno
cristal de leyenda.
Cantaban los niños
canciones ingenuas,
de un algo que
pasa
y que nunca llega:
la historia confusa
y clara la
pena.
Seguía su cuento
la fuente serena;
borrada la historia,
contaba la pena.
Los poemas de Don Antonio, eran algo serio y juguetón;-aún me recuerdan a una casa a la que vuelvo porque es mía, es propia; todavía siento el olor de los libros, de este libro ya casi roto, pero siento su antiguo olor a nuevo, igual que los poemas que me vuelven, que quieren volver a mi lado cada cierto tiempo esperando el turno de vuelta y de viaje- . También estos poemas, serios y jueguetones, tenían
entonces, para mí, esa rara virtud de la hermosa contradicción;
porque también sabían llevarme por lugares tan aparentemente
cercanos como lejanos en su situación: Sevilla, Soria, Castilla entera, el mundo...
Aun hoy, yo que vivo y amo los paisajes verdes del País Vasco,
disfruto, y adoro, con los paisajes de Castilla, que pudiera parece
que se alejan de mis gustos, hasta que recuerdo los poemas de
Machado, y me siento tan en casa como paseando entre las hojas de
este libro o entre los tréboles que se arremolinan en las campas que
me llevaban a Urko, el monte que se alza, que se ha alzado siempre y
se alzará después de mí, frente a mi casa; como los poemas que
aquí recuerdo se alzan entre las riberas del Duero, entre sus
acantilados, entres sus tierras, entre las llanuras de Soria, y se
alzarán siempre...
“A orillas del
Duero”
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso
día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando
los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para
enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o
bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano
diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril
cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de
altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor —romero,
tomillo, salvia, espliego—.
Sobre los agrios campos caía un sol
de fuego.
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario
el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y
agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos
alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo
arnés de guerra—,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el
Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a
Soria. —Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la
torre castellana—.
Veía el horizonte cerrado por
colinas
obscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos
peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro,
arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes del río
lucir
sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente,
lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! —carros, jinetes y
arrieros—
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de
piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de
Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y
yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni
arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y
atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aun van,
abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla,
hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos
desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre
derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se
mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y
el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma
yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes
madrastra es hoy
apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa
un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de
su nueva fortuna y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos
de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus
bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la
corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de
tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios
galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos
nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio
firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor
distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no
acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha
abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos
desprecia cuanto ignora.
El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso
tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas
viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me
miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo ¡tan curiosas!…
Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón
abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.
Y entre todos los poetas, guardado por aquellas épocas por
cantadas versiones conocidas de sus poemas, él me apareció el más vencido,
el más perdido, el más triste de los poetas de España; de aquellos que
perdieron la guerra; lejos de todos y de todo, él era el símbolo de
los poetas muertos lejos de los suyos, de los perdidos por la gracia
de un dios que no era el suyo, por unos traidores que no eran los
suyos, por unos caminos que él no conocía y que no quiso pisar y
que no volverá a pisar nunca, ni de vuelta, preso de sus penas y de
sus ausencias, lleno de tierra de Colliure. Tendido en tierra no tan
extraña si te ha visto morir, tan cercana a ti como todos los que
luego lloraron con lágrimas de falsa agonía tus penas, capadas, incompletas,
traidoras como el alma de los miedosos.
“A
una España joven”
… Fue un tiempo de mentira, de infamia.
A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida
nos
la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
para que no acertara la
mano con la herida.
Fue ayer; éramos casi adolescentes; era
con
tiempo malo, encinta de lúgubres presagios,
cuando montar
quisimos en pelo una quimera,
mientras la mar dormía ahíta de
naufragios.
Dejamos en el puerto la sórdida galera,
y en una
nave de oro nos plugo navegar
hacia los altos mares, sin aguardar
ribera,
lanzando velas y anclas y gobernalle al mar.
Ya
entonces, por el fondo de nuestro sueño—herencia
de un siglo
que vencido sin gloria se alejaba—
un alba entrar quería; con
nuestra turbulencia
la luz de las divinas ideas batallaba.
Mas
cada cual el rumbo siguió de su locura;
agilitó su brazo,
acreditó su brío;
dejó como un espejo bruñida su armadura
y
dijo: «El hoy es malo, pero el mañana… es mío.»
Y es hoy
aquel mañana de ayer… Y España toda,
con sucios oropeles de
Carnaval vestida
aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda;
mas
hoy de un vino malo: la sangre de su herida.
Tú, juventud más
joven, si de más alta cumbre
la voluntad te llega, irás a tu
aventura
despierta y transparente a la divina lumbre:
como el
diamante clara, como el diamante pura.
Y me reconcome el alma ver a Don Antonio más símbolo que poeta,
más foto que letra, más estribillo que verso, más lejos que un
paso; porque entre sus versos y sus canciones, y sus juegos y sus
seriedades brota un cuaderno de apenas 400 páginas donde se guarda
toda la poesía del mundo, toda la que pueda entrar debajo de lo ojos
y encima de la nube que crea el aire que exhalas cuando contemplas
los fríos de Castilla, o el verdor de un patio de Sevilla, o la
sequedad del olmo, o el lejano -y esquivo- Abel Martín, el testigo
Juan de Mairena, y España... esa que conocía hasta los huesos.
Proverbios y Cantares
L
—Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿sueño?
¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
—El vacío
es más bien en la cabeza.
Soledades
I
O que yo pueda asesinar un día
en mi alma, al
despertar, esa persona
que me hizo el mundo mientras yo
dormía.
II
O que el amor me lleve
donde llorar yo
pueda ...
Y lejos de mi orgullo
y a solas con mi pena
III
Y
si me da el amor fuego y aroma
para quemar el alma,
¿no
apagará la hoguera el agrio zumo
que el vaso turbio de mi sueño
guarda?
IV
Vuela, vuela a la tarde
y exprime el
agrio jugo
del corazón, poeta,
y arroja al aire en sombra el
vaso turbio ..
V
Tu alma será una hoguera
en el
azul invierno atardecido
para aguardar la amada primavera.
No me resulta extraño que sea, entre
todos los poetas,- hay muchos y grandes como olmos, floridos como un
limonero brotando- al que más respeto, el que creo que pertenece
a mi familia, ese personaje testigo y presente, esa sensación y locura y artimaña de la mente que se acerca, cuando quieres, a contarte historias; esa persona a la que volver cuando te
has ido durante muchos años; esa persona que no se olvida a pesar de
la distancia y los años; ese amigo al que, perdida la distancia de
la mirada y el habla durante años, cuando la recuperas es como si
nunca hubieras traspasado ninguna frontera, ningún olvido nos gana,
nada lo hará, nunca lo hizo, a pesar de todo.
PROVERBIOS Y CANTARES
- XLI
Bueno es saber que los vasos
nos sirven para beber;
lo
malo es que no sabemos
para qué sirve la sed.
- XXXVIII
¿Dices que nada se crea?
Alfarero, a tus
cacharros.
Haz tu copa y no te importe
si no puedes hacer
barro.
XXXIX
Dicen que el ave divina,
trocada en pobre gallina,
por
obra de las tijeras
de aquel sabio profesor
(fue Kant un
esquilador
de las aves altaneras;
toda su filosofía,
un
sport de cetrería),
dicen que quiere saltar
las tapias del
corralón,
y volar
otra vez, hacia Platón.
¡Hurra!
¡Sea!
¡Feliz será quien lo vea!
XLIII
Dices que nada se pierde
y acaso dices verdad,
pero todo lo perdemos
y todo nos perderá.
XLVI
Anoche soñé que oía
a Dios, gritándome:
¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía,
y yo gritaba:
¡Despierta!
Y, de verdad, me espanta no tanto que el mundo se acabe, que lo
hará tarde o temprano para mí, sino que estrofas, versos,
canciones, libros y poetas sean masa para hacer el pan de los textos
escolares, con los que alimentar al maestro que aprobará al niño
panadero que olvidará que Machado era el poeta de los versos de
mirada inteligente y palabra fácil y de torpe indumentaria, y
que escribía sobre las cosas del mundo y de España no para que
apruebe un profesor, sino para indultar amores, para verter caminos,
para asfaltar mares, para soñar versos, para inventar futuros, para reprobar pasados, para recordar lo absoluto y olvidar lo obvio.
Machado escribió versos porque siempre supo que es la manera más
hermosas de enseñar el mundo, de mostrar sus esquinas y sus
humedades, pero también sus alegrías y sus paisajes vestidos de
fiesta.
RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto
claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en
tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no
quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis
mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me
asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota
de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su
doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las
viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la
actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los
grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de
los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso,
como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la
blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla
solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática
con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi
trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la
mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde
yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir
la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero
de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Sentir y oler a tierra y exilio, a versos exiliados, a tierra exiliada, a cartas
exiliadas, a agua del Duero o del Guadalquivir exiliada, a mares
exiliados, a canciones exiliadas, a mentes exiliadas, a ideas
exiliadas, a proverbios exiliados, a Soledades exiliadas, a Campos
exiliados, a traicionados exiliados, a recuerdos exiliados, a Juan de
Mairena exiliado, al amor exiliado, a la ternura exiliada, a Leonor
exiliada, a las nubes exiliadas, a los trigales exiliados, a los soñadores exiliados, a las
plazas exiliadas...No solo se exilió Don
Antonio, no murió solo en Francia, detrás de las montañas, con él
estaba un mundo, un universo apretado a su sombrero y su raído
abrigo. No, no murió solo, aún Collioure está lleno, hoy también,
de abigarradas vidas y cosas y aguas y montañas y sueños, y versos, y estrofas enteras que lo acompañaron incluso bajo las piedras y la
tierra que ahora cubre su cuerpo.-ni un poeta muere, si no dejan morir
sus versos-
wineruda