FOTOCOPIAS de JOHN BERGER
Photocopies, 1996
Alfaguara 176 Pág.
Trad Pilar Vázquez
Los recuerdos se difuminan como una foto vieja que va
perdiendo colores y sobre todo el nombre de los allí reflejados, o como un
cuadro que va perdiendo color por los vapores de la cocina o por el polvo en el
desván, o por el paso de la humedad, el cielo y la niebla por la ventana de la
casa derruida; todo, recuerdo pasados los años, pierde esa sensación de clara brillantez, que puede ser del amor o del odio, de la
alegría o del pasmo; pierde ese entumecimiento del sentido real que puede quedarse después de una explosión de orgullo o de un
beso, un abrazo, un lloro o una nube que desparrama agua por las ventanas
abiertas de tu vida. De modo que, si quieres recordar esas antiguas sensaciones,
esas instantáneas de cámara de fotos, o la mirada de aquel cuadro que rompía el
silencio aquellas noches de domingo estudiando algo tan aburrido que recorrías
las paredes esperando ayuda, y estaba aquella muchacha de Manet sentada en la hierba<,
si quieres recordarlas, necesitarás perder algo para , al menos, dejarlas sentadas
en la silla enfrente de tu cama , mirandote; o dejarlas en las letras que quedarán
para siempre, lejos de la perdida de tu mente o de el paso del tiempo. Así, Berger
cree que como no puede recordar, exacto, aquello pasado, él crea sus fotocopias, que, sí,
quizá perdieron algo de su color
original, pero manteniendo vividas y ya ciertas para siempre todas las sensaciones y experiencias, porque estarán
reflejadas en un texto que recorrerá el tiempo y el espacio que separa el ayer
y el hoy. Serán figuras de sal o de cemento paradas en el tiempo, de chinchetas sacadas de posters viejos todavía queridos para atrapar a nuevos siervos alados o sensaciones aladas; habrá también,
en este texto, si lo lees, amor y cariño y recuerdos de gente que pasaron por
la vida y quedan atrapados en la arcilla de las palabras, como huellas de
pasos, de antiguos mastodontes cretácicos
que han parado el tiempo en un espacio de barro solidificado y aire; aquí,
en estas fotocopias de madera tratada y tinta, sí, aquí quedan las huellas de
personas que, de otro modo, pasan y se
olvidan `perdidos en la vorágine del tiempo y la soledad y la nada. Berger
las rescata para respetarlas entre montañas y viejas conversaciones de mesa de
madera o en el recuerdo una noche entre vasos y pan en cualquier casa querida o en
un bar de esquina, hablando de nada importante, solo siendo amigos.
Pienso que la amistad, todas las amistades, necesita muchas
veces de esas fotocopias como estropajos que rascan el presente para rememorar
el pasado, porque la amistad se nutre de pasados, respira con aires y cosas
compartidas, de aires viciados de noches de alcohol, risas y tabaco, o de besos
con sabor a chocolate, o de un rumor de canciones perdidas que hacen rememorar
cosas, esas mismas, estas mismas que Berger me muestra, él para rescatarlos o ponerlos en el centro del mundo, su mundo.
Las partes, los pequeños relatos, de esta larga colección de pequeños recuerdos pero
de grandes historias contadas en primera
persona,, son extractos de vida con títulos como de aquellas pinturas que admirábamos
en los libros de texto cuando se estudiaba historia del arte, y las clases estaban
a oscuras reflejando cuadros de grandes
nombres, como estos que cuenta Berger en pequeños avances, como capítulos de
una biblia resumida para una religión sobre el pasado y los amigos, sobre gente
que pasa y te deja más que una huella, te deja un vacío, te deja la tremenda
soledad de la gente que no volverás a ver o que ves tan poco que necesitas de
alimentarte de sus pasos y su respiración calmada durante la noche, o de su
conversación callada entre platos de pescado o de pulpo en cualquier
restaurante gallego o en museos catalanes, o en las llanura altas de alguna
montaña francesa.
Berger utiliza la poesía…, lo cierto es que a mí los libros me
dejan sensaciones, me dejan heridas o sonrisas, o me dejan dolores y festejos,
y este me dejó poesía, me dejó belleza y sensaciones amables de cariño en la
derrota y en la victoria, en la perdida y en la pura sensación de compartir
algo hermoso entre amigos; me dejó, también,
esa sensación maravillosa de los reflejos
de algo poético en la mente, de esa combinación de texto e imágenes, de verbos
e ideas que dejan un reflejo bello en cada página.
Berger ama a la gente de la que escribe, puede que alguno no
haya existido, eso no lo sé, pero todos, de eso estoy seguros, son reflejos de
gente que pasaron por este tiempo y por el espacio cercano a la máquina de fotografías
o de la mano de pintar o de las manos de mirar de John Berger