HOPPER de MARK STRAND
(1994)
LUMEN 115 Pág
Trd. Juan Antonio Montiel
Un poeta hablando de pintura, de cuadros, de escenas
estáticas que se moverán en el instante que las ves, en ese mínimo momento en
el que estás contemplando el cuadro y un ciclo de vida –de tu vida- se mueve entre
sus figuras geométricas, sus cuerpos derrotados y sus pinturas heladas; un
cuadro que respira por detrás de las
máscaras pintadas que repiten sus telas; un cuadro en el que solo la luz vive
entre las paredes, pero deja la impresión de la poesía; esa poesía que sale de
descubrir la soledad en una letra, en unas palabras o en un recuerdo, y en el
que en estos cuadros también aparece cuando te muestra una escena, plácida o cálida,
silenciosa –siempre-, la poesía aparece cuando muestra algo que revuelve el cerebro y la
imaginación, cuando revela y rebela tus emociones. Sí, eso es parte, una, la no
menos importante de la poesía: mostrar un sentimiento, usa sensación que va
avivarse , va quemar tu mente, llena de recuerdos. La vida son recuerdos, que te los muestre una
palabra o una música o una imagen, es algo que no importa, la poesía es un
gesto y es una mirada, y es una pared en blanco y es un pincel, y es un cuadro
silencioso, y es un techo manchado de humo y una levita caída en el suelo.
Mark Strand, el poeta canadiense, mira a Edward Hopper, el
pintor estadounidense que pinta poemas de luces. Ambos se reúnen en un punto entre la
enseñanza y la admiración que muestra Strand por los cuadros. Él los interpreta
desde un punto de vista artístico, pero también desde la enseñanza que nos
deja, de la impresión que quiere dar el cuadro, es un écfrasis natural que
desviste a los cuadros de su impostada tranquilidad, de esa imagen que una
mirada ausente o desdeñosa podría ver que son acciones o imágenes o pinturas
simples y quietas, solitarias y aburridas, pero no, allí se ve, se siente, una
sensación de desamparo o de tranquilidad o de tristeza. Realmente si te adentras
aparece su inquietante interpretación; cuadros que dejan paso al olvido, al
miedo, a la soledad, a la distancia, a la distancia o a la simple vida…interior.
La luz, el color, la posición de las figuras, el paisaje, el
dibujo, la técnica artística que crea Hopper está al servicio de la recreación
del instante que es un cuadro, y él consigue convertirlo en momento atrapado en
el que a veces quedas aprehendido a él, como en una red o un anzuelo que te
deja prendido de sus paredes o sus tristezas o perdido en tu sorpresa de ver un
cuadro lejano que refleja un instante de tu propia vida-acaso una sensación-. O puede
que no quedes atrapado en el cuadro, pero veas por dónde ha venido esa mujer
sentada mirando el mundo o por dónde se irán esa pareja que ya no tiene nada
que decirse o el desamparo de la acomodadora del cine, enfrentadas sus vidas entre los escorzos y las actitudes esquivas que
la extraña y simple minuciosidad de Hopper inventa en sus escenas. Escenas que
suelen ser momentos desoladores o simples reflejos de lo habitual, de la vida
pintada como sucesión de cosas que a veces quedan atrapadas para contener,
entre el marco de un cuadro, un momento inolvidable, no tanto porque conozcas
el sitio o la situación, sino porque te refleja cómo han sido momentos tuyos.
Un poeta que escribe pinturas y un pintor que pinta poemas,
los papeles se invierten, o ¿quizá se cruzan?, se pisan los estados y las
manchas del suelo –sean de tinta de escribir o de pintar-. Strand quiso ser
pintor y se quedó en escritor de huellas, huellas de la vida en los poemas o
huellas de tinta y pintura en sus zapatos de escribir. Hopper es el pintor que
no necesita de grandes demostraciones pictóricas para contar lo que pocos
cuentan, no necesita de barroquismo para llenar el cuadro de sentido, para
abarrotarlo incluso, no necesita de colores abruptos para que se le vea, para
que sus cuadros refuljan como un fósforo encendido.
De entre todos los pintores Hopper es mi favorito, me cuenta
cosas que ningún otro lo ha hecho, no es el mejor dibujante, no es el mejor con
los juegos de luces, sus cuadros no hacen juegos de sombras ni hay luz que
alumbre desde fuera; porque sus cuadros son luz, y son la luz que necesitan,
son luces que llegan desde dentro del cuadro, desde el personaje o la ventana abierta
o la noche apenas subrayada. Hopper es el pintor que más se acerca a la poesía,
no de las cosas bellas, no del amor, no de las grandes pasiones, sino que es la
poesía de la vida, de las derrotas y las visiones, de la mirada sutil al
instante, a la revelación de un estado y un estadio de la vida.
Strand escribe un librito extremadamente bello por lo que se
compone, cuadros que él analiza, descubre y desnuda sus significados, sus texturas y sus técnicas, esos
que él ha descubierto desde su sensibilidad, Strand no escribe poesía en este
libro, pero habla desde ella, desde el análisis del mundo más allá de los
convencional, de lo obvio, de lo común, para encontrar el pulso de la sensación,
la vida o el sentido a cada cuadro.
Una belleza.