B-17 G de PIERRE BERGOUNIOUX
Ediciones Alfabia, 2011
80 páginas
Tradc. Paula Cifuentes
Una imagen de televisión, un viejo programa que se vuelve a ver muchos
años después de la primera vez, vuelve a hacer recordar aquella impresión juvenil en la que se ve caer, acribillada, abatida,
derrotada a una fortaleza volante, a un B 17 , supuestamente en Alemania durante
la 2ª Guerra Mundial por un caza alemán. Esto hace desarrollar una historia a Bergounioux sobre la tripulación del
aparato americano, sobre la vida, la posible vida, de su tripulación, pero que
en realidad es la historia de todas las tripulaciones abatidas durante aquella
guerra, la historia de aquellos de hombres, no, de hombres no, de muchachos, apenas hombres de menos de
20 años que tripulaban hacia la muerte en la mayoría de los casos grandes
aparatos con forma de bala volante que trasformaban tanto los cielos, como los lugares que bombardeaban y como
transformaban sus propias vidas: Ellos apenas unos niños que pocos
años atrás no hubieran podido ni imaginar sus vidas entre ametralladoras, en aquel
azul fulgurante del cielo, entre el
rugir del viento en las torretas, sumidos en la pesadillas que son la sorpresas
que da la vida, las malas sorpresas; no lo hubieran podido imaginar cuando paseaban por
campos de maíz en el sur, o en ciudades en el este, o por cualquier costa en el
este. No hubieran podido imaginarse estar volando sobre bosques rojos, sobre
ciudades muertas, sobre miles de tumbas o muertos sin sepultar, allí, en el centro
de Europa. Rodeados de repente de amigos casi desconocidos, de gente que eran
sus hermanos desconocidos, en el avión y en la muerte. Bergouinioux habla, imagina su vida y pensamiento de uno de ellos en especial y lo llama Smith, es el ametrallador de una de las torretas del avión, había muchos Smith, todos eran Smith, como podría llamarlo García
en España, o Dupont en Francia, solo era un número, solo era un apellido, el
mayoritario, el más vulgar, como podía ser otro, pero todos los Smiths caían en aquellas
balas de aquellos cielos.
En aquella guerra caían casi niños, el piloto mandaba porque
tenía el poder de la máquina y porque tenía 23 años, edad mínima para serlo, y era
el padre, era el niño padre, era el niño jugando con la muerte, con balas, con
muerte debajo de sus aparatos; los enemigos eran abstractos allá en el cielo,
caían bombas y un surtido de fuego nacía de las ventanas, abajo. Arriba la
muerte también era igual, pero más cercana, con gritos, dolor, con cielos
azules, y fuego y silencio repentino; la verdad era la muerte que llegaba por
las colas, la verdad eran las balas que destrozaban en apenas unos segundos a
aquellos niños, sembradores y recolectores de fuego, que hacía apenas 3 años todavía
estaban en la secundaría con el primer amor, con el viaje en su primer coche, besándose
en el cine por primera vez, con el primer amor, con el último helado. Ahora estaban
buscando maneras de explicarse aquello, explicarse aquel mundo. Cuando el mundo no es explicable porque apenas ha comenzado, cómo puedes reconstruir tu espacio vital cómo encontrar tu lugar, de repente, lejos de los tuyos, de tus colores y olores, y saber, también de repente, para qué funciona el mundo, aprender con una especie de saber redentor y suficiente que el enemigo es este y es peligroso y que, debes saber que debes destruir quizá para defender lo otro, solo sabes eso.
Los jóvenes pilotos apenas llegaban a comprender dónde estaban; apenas comprendían la vida, la mayoría de las tripulaciones apenas sobrevivían
a dos o tres salidas, el fuego y las balas acaban con ellos. Jugar con el
espacio, como lo hacían ellos, les hubiera podido parecer en algun momento su vida de momento, hasta que se volvía todo real....el cielo, las ametralladoras ,el dolor.... Podrían pensar que era algo que llegaba con la guerra, al revés que otros, pocos, como Saint Exupery, muerto en la misma
guerra, que comprendía que iba a morir en aquellos aviones, en aquellas bombas volantes destinadas a la muerte en todas sus formas, pero él era un tipo de 40
años que sabía que su destino iba ser de ese modo, sabía, al contrario de aquellos
Smith, que la vida no da dos oportunidades, supongo que él si sabía que en la
guerra casi todos son carne de cañón, peones rotos en el tablero de los generales,
palomas en el paso de los cazadores, pero eran pájaros de fuego, desviados fénix
que mataban con fuego, no nacían con él, puesto que con él , sobre todos,
morían.
Y la sensación que dejó aquella guerra de jóvenes pareció un
juego a los adultos que servían para ver lo que sucedía a lo lejos, mientras en la distancia de las nubes los otros servían en aquellos aviones, en las latas
de la muerte que iban a matar y morir, solo números, hasta que un piloto alemán
quizá de la Legón Cóndor y del frente del este, llegara por detrás, contra el
sol, o a las diez en punto, y abatiera motores, cabinas y haría explotar
cabinas, cuerpos, cerebros, mentes,
institutos, novias, helados, chicles, perros olvidados, madres, haría explotar
sueños, haría explotar una pequeña ciudad llena de silencio e iglesias, igual una
ciudad como las de Faulkner, haría explotar el árbol en el que apoyaba Smith al
salir del colegio al hablar con su amigos, haría explotar su casa, haría
explotar el cine, haría explotar el futuro, explotar sueños con la facilidad
con la que un hombre abre mucho los ojos con cara de sorpresa.