miércoles, noviembre 20, 2019

B-17 G de PIERRE BERGOUNIOUX























B-17 G de PIERRE BERGOUNIOUX
Ediciones Alfabia, 2011
80 páginas
Tradc. Paula Cifuentes


Una imagen de televisión, un viejo programa que se vuelve a ver muchos años después de la primera vez, vuelve a hacer recordar aquella impresión juvenil en la que se ve caer, acribillada, abatida, derrotada a una fortaleza volante, a un B 17 , supuestamente en Alemania durante la 2ª Guerra Mundial por un caza alemán. Esto hace desarrollar una historia  a Bergounioux sobre la tripulación del aparato americano, sobre la vida, la posible vida, de su tripulación, pero que en realidad es la historia de todas las tripulaciones abatidas durante aquella guerra, la historia de aquellos de hombres, no, de hombres no, de muchachos, apenas hombres de menos de 20 años que tripulaban hacia la muerte en la mayoría de los casos grandes aparatos con forma de bala volante que trasformaban tanto los cielos, como  los lugares que bombardeaban y como transformaban sus propias vidas: Ellos apenas unos niños que pocos años atrás no hubieran podido ni imaginar sus vidas entre ametralladoras, en aquel azul fulgurante del cielo,  entre el rugir del viento en las torretas, sumidos en la pesadillas que son la sorpresas que da la vida, las malas sorpresas; no lo hubieran podido imaginar cuando paseaban por campos de maíz en el sur, o en ciudades en el este, o por cualquier costa en el este. No hubieran podido imaginarse estar volando sobre bosques rojos, sobre ciudades muertas, sobre miles de tumbas o muertos sin sepultar, allí, en el centro de Europa. Rodeados de repente de amigos casi desconocidos, de gente que eran sus hermanos desconocidos, en el avión y en la muerte. Bergouinioux habla, imagina su vida y pensamiento de uno de ellos en especial y lo llama Smith, es el ametrallador de una de las torretas del avión, había muchos Smith, todos eran Smith, como podría llamarlo García en España, o Dupont en Francia, solo era un número, solo era un apellido, el mayoritario, el más vulgar, como podía ser otro, pero todos los Smiths caían en aquellas balas de aquellos cielos.


En aquella guerra caían casi niños, el piloto mandaba porque tenía el poder de la máquina y porque tenía 23 años, edad mínima para serlo, y era el padre, era el niño padre, era el niño jugando con la muerte, con balas, con muerte debajo de sus aparatos; los enemigos eran abstractos allá en el cielo, caían bombas y un surtido de fuego nacía de las ventanas, abajo. Arriba la muerte también era igual, pero más cercana, con gritos, dolor, con cielos azules, y fuego y silencio repentino; la verdad era la muerte que llegaba por las colas, la verdad eran las balas que destrozaban en apenas unos segundos a aquellos niños, sembradores y recolectores de fuego, que hacía apenas 3 años todavía estaban en la secundaría con el primer amor, con el viaje en su primer coche, besándose en el cine por primera vez, con el primer amor, con el último helado. Ahora estaban buscando maneras de explicarse aquello, explicarse aquel mundo. Cuando el mundo no es explicable porque apenas ha comenzado, cómo puedes reconstruir tu espacio vital  cómo encontrar tu lugar, de repente, lejos de los tuyos, de tus colores y olores, y saber, también de repente,  para qué funciona el mundo, aprender con una especie de saber redentor y suficiente que el enemigo es este y es peligroso y que, debes saber que debes destruir quizá para defender lo otro, solo sabes eso.


Los jóvenes pilotos apenas llegaban a comprender dónde estaban; apenas comprendían la vida, la mayoría de las tripulaciones apenas sobrevivían a dos o tres salidas, el fuego y las balas acaban con ellos. Jugar con el espacio, como lo hacían ellos, les hubiera podido parecer  en algun momento su vida de momento, hasta que se volvía todo real....el cielo, las ametralladoras ,el dolor.... Podrían pensar que era algo que llegaba con la guerra, al revés que otros, pocos, como Saint Exupery, muerto en la misma guerra, que comprendía que iba a morir en aquellos aviones, en aquellas bombas volantes  destinadas a la muerte en todas sus formas, pero él era un tipo de 40 años que sabía que su destino iba ser de ese modo, sabía, al contrario de aquellos Smith, que la vida no da dos oportunidades, supongo que él si sabía que en la guerra casi todos son carne de cañón, peones rotos en el tablero de los generales, palomas en el paso de los cazadores, pero eran pájaros de fuego, desviados fénix que mataban con fuego, no nacían con él, puesto que con él , sobre todos, morían.


Y la sensación que dejó aquella guerra de jóvenes pareció un juego a los adultos que servían para ver lo que sucedía a lo  lejos, mientras en la distancia de las nubes los otros servían en aquellos aviones, en las latas de la muerte que iban a matar y morir, solo números, hasta que un piloto alemán quizá de la Legón Cóndor y del frente del este, llegara por detrás, contra el sol, o a las diez en punto, y abatiera motores, cabinas y haría explotar cabinas, cuerpos,  cerebros, mentes, institutos, novias, helados, chicles, perros olvidados, madres, haría explotar sueños, haría explotar una pequeña ciudad llena de silencio e iglesias, igual una ciudad como las de Faulkner, haría explotar el árbol en el que apoyaba Smith al salir del colegio al hablar con su amigos, haría explotar su casa, haría explotar el cine, haría explotar el futuro, explotar sueños con la facilidad con la que un hombre abre mucho los ojos con cara de sorpresa.

viernes, noviembre 15, 2019

UN POCO DE AZUL EN EL PAISAJE de PIERRE BERGOUNIOUX























UN POCO DE AZUL EN EL PAISAJE de PIERRE BERGOUNIOUX
Ed Minúscula Pág. 96
Traducción de David Stacey

Somos lo que fuimos, somos lo que fuimos pisando de niños y lo que fuimos viendo, y lo que fuimos viviendo, somos los paisajes que vimos y la peripecia de estar que libramos; somos lo que quisieron las calles que recorrimos que fuéramos, somos lo que hablamos en las conversaciones de noches de desasosiego o de amor que tuvimos.

Somos parte de la tierra que estamos y la que estuvimos, somos tan grandes como el horizonte que se veía desde nuestra ventana cuando amanecía, entonces, cuando había, solo,  que estudiar y vivir, sí solo eso; somos aún el niño de entonces, más aguerridos o más cobardes, pero el mismo que descubrió que lo era;  somos tan grandes o tan pequeños como nos dejaron ser; somos tan mentirosos como las mentiras que aguantamos entonces, somos tan duros como las veces que nuestras rodillas se ensangrentaron, entonces,  cuando el futuro no se necesitaba.

En las montañas pequeñas pero agrestes, en los bosques, en las hendiduras donde pudo habitar el diablo, en el pueblo donde el río moría en el último puente de la ciudad; allí en la Aquitania, en el Lemosín, en el lugar donde habitaban los guerreros de los álamos, donde los árboles, entonces,  parieron guerreros, allá donde los ejércitos de Cesar batieron a los últimos francos, allá nace Bergounioux. Allí donde  impone su terquedad el cielo azul en las montañas, entre zanjas, tierras baldías y piedras duras , y en el llano un cielo de hojas y ramas contrapone su fuerza en donde los bosques derraman su potencia por donde camina el escritor ahora, el niño entonces. Y sabe el hombre, el hombre escritor, que esos lugares, esas piedras, esos silencios, ese murmurar de pájaros escondidos, de ramas quebradas, sabe que esos gritos de piedras viejas ha hecho de él lo que es; sabe que han hecho no un gran hombre, han hecho un hombre cerrado, oscuro, sabe que es un tipo que será tan profundo y luchador  como sus bosques, será tan inalcanzable como sus montañas, como los cielos azules; y que será, a pesar de ser escritor o ser médico o ser versado en las verdades del universo, a pesar de ello sabe que solo podrá ser  un hombre de esa tierra de fríos y oscuridades, de lucha por sobrevivir, será un hombre agreste, que nadie podrá alcanzar, será un hombre que cultivará la piedra y la vida, será  tierra baldía entre terrones de tierra demasiado secos, demasiados muertos para sacar grandeza, y, al final, su mundo será la lucha por no ser... y perderá. Y  lo sabrá.

Sí,  ese lugar que conoce, donde nació, Lemosin, es un lugar donde el hombre entonces vivía para sobrevivir, aun hoy , abandonado las épocas de esplendor, es un lugar en el que los que viven sobreviven, ese lugar fiero, ese lugar inquieto y duro, ese lugar donde la agricultura era arrancada a la  piedra y a las tierra poco fértiles, esa tierra será invadida, más antes que tarde, no por las cohortes de Roma, sino por la naturaleza que espera su turno paciente, sapiente que vencerá , tarde o temprano recuperará su lugar de bosques y zarzas, y caerán casas, caerán iglesias, caerán los últimos hombres, y la tierra, los árboles recuperarán su lugar, quizá junto con aquellos guerreros de los álamos,  recuperarán ellos también sus lugares de supervivencia entre claros de bosque y  fieras montañas.
 El escritor-  y aquel niño de entonces- sabe que a pesar de la cárcel que creía ser su valle profundo y su oscuro bosque y su montaña agreste, sabe que su universo, tan pequeño, de niño, se rompió cuando cruzó aquel puente del fin del mundo, donde se escapaban las personas, pero, a pesar del tiempo,  queda la mente,   queda lo que respira, lo que sangraba con los espinos, lo que sonaba en el silencio y saltaba -salta todavía hoy- en la soledad de los caminos. Él  se fue y se llevó para siempre a los amigos, y los miedos y la vida dura, con él  se quedaron junto con lo que nos queda a todos, el futuro que no fue.

Pero Bergounioux sabe que a pesar de estar preso de una personalidad agreste, pueblerina, intratable, fiera, sabe que  ello no hace ocultar que no puede apartar de ella, de ser como es, y en su penitencia de palabras tambien aparece, y está, su imposibilidad de cambio y su saber dónde está cada uno de sus sentimientos, y cada uno de sus maneras diferentes de ver el mundo , de ser, de saber que es diferente. Y y sabe que no podrá cambiar nunca, es parte de él. Y lo es por lo aprendido en su infancia y porque le ha sido impuesto por todo lo que le rodeaba aun casi antes de nacer: porque le rodeaban piedras, las  vieja casas por derrumbar, le rodeaban lugares que luchaban para no ser conquistados, le rodeaban espacios que no querian ser pisados por el hombre, le rodeaban amigos derrotados pero vencedores, le rodeaban personas que , a veces, rompían con los moldes y se regían por su propia voluntad por encima de las costumbres  y las imposiciones del pasado ,  aún hoy le rodean personas que demuestran, incluso por encima del escritor y lo escrito, que no es lo mismo la apariencia que la realidad, que hay que identificar,  y casi nunca pasa,  lo real de  lo creído: la costumbre, la habitualidad, lo pensado… sí incluso lo pensado… por la mayoría del pueblo, de la vida, ello solo es un lugar común que no puede, y no suele ser cierto. El vulgo es más vulgo cuando se cree invencible, en poder de la verdad absoluta.

Bergounioux, al final, pasea por sus viejos paisajes pasados los años, rememora viejas historias, intenta invadir viejos lugares que aún hoy se  resisten, intenta que no lo invadan a él todas aquellas historias, todos aquellos caminos, aquellos bosques que dominaban su infancia y dominan cada momento, aún ocultamente, de su vida, siempre presentes en la oscuridad de su mente, en los lugares profundos en los que se crea la luz y se apaga, y de las  lunas y de los soles. Aún hoy cuando pasea por altos, por riberas o entre árboles, sabe que los murmullos que oye, los que el espacio sonsaca a la quietud, al silencio, no son vientos, no son aguas saltarinas, no son viejos pájaros, son, lo sabe, murmullos de todos los que pasaron por aquellas tierras y han dejado su huella, fija, en el viento y en el humus creador y salvaje de sus bosques .

lunes, noviembre 11, 2019

EL ORDEN NATURAL DE LAS COSAS de ANTÓNIO LOBO ANTUNES


 

















EL ORDEN NATURAL DE LAS COSAS de ANTÓNIO LOBO ANTUNES
SIRUELA 311 Pág.
Traduc. Mario Merlino

Mientras lo leía, un amigo me preguntó lo que pregunta por educación  todo el que encuentra a alguien conocido leyendo: ¿De qué va, está bien? Y me quedé pensando a ver cómo le explico a mi amigo, -que sé que nunca le gustará, ni por asomo, Lobo Antunes ni nada que se le parezca-, que el libro habla -la verdad es que habla de lo que siempre habla Don António-: del pasado, de la soledad, de la muerte, de la añoranza, habla de la tristeza,  del hombre y la mujer desnudos sin espacio para ocultar nada, habla de lo real, del pensamiento último de las personas, su naturaleza descarnada, habla de la maldad, y del amor, habla de la vida pura y dura sin ocultar nada, y, me preguntaba ante mi amigo, a ver cómo le iba a decir que iba de eso… y que es un libro tremendamente bello. 

¿De qué va, está bien? Era entonces algo que me hizo plantearme la razón por la que me gusta Lobo Antunes. Supongo, pensé, que decir que este libro con sus crudezas y sus sucesos terribles, y sus señales de soledad y de olvido, era hermoso, era algo atrevido, o supongo que sería más correcto decir, que era algo que no lo comprendería demasiada gente bajo estándares tópicos de la literatura actual; pero, pensé,  es inevitable que lo diga porque es cierto. Se confrontan entonces en estas novelas dos mundos enfrentados y en apariencia contradictorios, el mundo de los temas duros y no bellos, y de la expresión, la explicación, la exposición que sí es bella, hasta tremendamente bella. Sin embargo lo diferencia la clave para distinguir esa separación creo que es que  el mundo de Lobo Antunes, su territorio, como lo es Macondo para Márquez o Obaba para Atxaga o Yoknapatawpha para Faulkner, es la escritura, es su prosa, es su estilo; allá donde otros configuran un espacio o una manera de ver el mundo o de comportarse, él descubre en su prosa el mundo común en el que viven sus figuras y sus paisajes; él, desde la poesía, crea un lugar donde van dibujando, casi siempre en primera persona, un lugar y una vida que parecen un lugar común para muchas de sus novelas(las 12 que he leído). Poesía, o prosa poética, que empieza en la primera línea y acaba en el sucinto final –que casi siempre , ese final , pudiera acabar de otra manera que no importaría, los libros de Lobo Antunes no van de eso, de sorpresivos y tremendos finales- Y esa poesía va creando su propio ritmo interno, muchas veces como si fuera una letanía religiosa, que repite ideas o frases, o renueva personajes, o crea un sucesión de imágenes que van dando un ritmo de corazón viviente, como una sístole y diástole de verbos y adjetivos que van generando una corriente eléctrica –a veces como una descarga-  que engendra una novela. La poesía de sus libros no habla de cosas bellas, pero la propia poesía, la combinación de palabras e ideas son tan hermosas que superan las imágenes que a veces recrea. 

¿De qué va, está bien? También te hace pensar en que ese narrador en primera persona, ese descarnado recuento de suceso o sensaciones, o, simplemente, de pasados o ignorancias, sea una expresión última de un recuerdo, como el monólogo interior de una persona confesándose a sí misma. Pero no puedo dejar de pensar que en realidad todas esas primeras personas narradoras siempre están bajo el mismo patrón, ese territorio Lobo Antunes, y de forma que todas las primeras personas parecen salir del mismo árbol, o ser meandros del mismo río, y son sus experiencias las que diferencias la realidad de cada una de ellas. Sobre la persona narradora, entonces, está siempre, evidente, la voz de Don António.

¿De qué va, está bien? Me pregunté al acabarlo ý pensé que es probablemente, este, el mejor libro que había leído nunca. Pensé que este libro en el que la confesiones o explicaciones o declaraciones de amor, verdad, odio o sufrimiento  de cada uno de sus personajes en primera persona recomponiendo una historia desde sus puntos de vista (reales o falsos, soñados o recordados) era una creación literaria digna de decir que era lo mejor que había leído.  Luego lo repensé y me dije, que sí que era de los mejores libros que había leído, pero probablemente lo que estaba admirando es la totalidad de los libros que he leído de Lobo Antunes –cree recordar que 12- y que cada vez que lo leo voy sumando cosa al conocimiento de su forma de narrar, a la comprensión de sus textos, de sus guiños, de sus ritmos, de sus oraciones, de sus penas, de sus manías, de sus pasajes repetidos, de sus creencias, de sus tics, de sus nadas y sus todos; y  de las cosas que aún no he descubierto y tengo que descubrir o de las cosas que quiero entender y su “obra rio” irá completando; esas cosas que me faltan por saber, porque creo que todas las obras que he leído de él son parte de un conjunto superior, como un rio que va acogiendo afluentes y suman al río principal, y se ocultan en él, pero también lo muestran. Por eso creo que en realidad el lugar donde trascurren sus novelas es su escritura, es su prosa poética la que crea una uniformidad en su mundo,  la que hace que si lees a Lobo Antunes sabes perfectamente que es él, que no es nadie más , que aunque encuentre una hoja desgarrada en el suelo, sin título ni plan, sepas que es él, porque la literatura es más literatura cuando lo importante, o al menos tan importante como los sucesos contados, es el ´cómo están contados puesto que la literatura es, y no es otra cosa, que el arte de la expresión de la palabra.

Hoy...

50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS de EZEQUIEL ZAIDENWERG

  50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS SELECCIÓN, TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE EZEQUIEL ZAIDENWERG     Decían que decía...