jueves, octubre 20, 2016

FORMAS DE DEVOCIÓN: Historias y Grabados, de DIANE SCHOEMPERLEN



















FORMAS DE DEVOCIÓN: Historias y Grabados, de DIANE SCHOEMPERLEN
forms of devotion 1998
Ed: Seix Barral 223Pág.
Trad. Ana María de la Fuente





Tengo muchos libros por leer: 500, 600, no sé, 700. Todos, creo, buscados y rebuscados, no están comprados al azar. Puede que me haya equivocado en alguno o en muchos, puede que algunos sean extraños libros de extrañas -y buenas- recomendaciones, parcas menciones en largas listas, sensaciones bruscas en un libro, o página, apartado, pero todos y cada uno de ellos, no falla uno, son deseados, e incluso , necesitados; esperados con ganas cuando tardaban en llegar. Este libro de Diane Schoemperlem. la escritora canadiense; lo recibí hace exactamente tres días, hoy lo reseño. No, no lo reseño: lo expongo, lo saco a pasear, lo muestro a la mayoría de los lectores, porque supongo que, como publicado, habrá sido leído, pero, intuyo, por poca gente. Yo al menos no lo conocía, hasta que lo vi en una pequeñita cita en una pequeña lista. Y por eso es que da igual que tenga 1000 libros por leer, que siempre se busca ese nuevo tipo de letra, el diferente texto, la novedad de hace dos décadas que ni siquiera paso desapercibida; es que no pasó, no estuvo delante de ningún escaparate, no lució, probablemente, delante de ningún foco que por el 98 sería de alto consumo. No se hablaría de él en las tertulias de la radio ni se mancharía de café en algún bar mientras era leído, con avidez, por alguna mujer sin prisa, o por algún hombre sin silencios. No hay manchas en mi libro, no hay huellas dactilares, no se han reído con él, pero tampoco han llorado, no lo han tirado con rabia ni lo han acariciado. Pero...

Cuando miraba por estos lugares de Internet, únicos posibles para encontrar referencias de este libro, armado con traductores de idiomas, -porque, evidentemente en español no había nada que leer- vi que aparecía en una conocida librería en el aparatado: Autoayuda. No se encendieron las alarmas, es que se oscureció el cielo, cayó algún pájaro muerto a mis pies -mal augurio- y el triángulo de las Bermudas se desplazó miles de kilómetros al este. Pero..


Y si un hambriento cruza enfrente tuyo, espero que le des de comer, dale,aunque sea, dinero para un bocadillo; si un sediento, de agua, cruza por tu costado, espero que le acerques un vaso, si es anciano ayúdalo, también, a sentarse en una silla; si un pájaro cruza cerca de tu mirada, espero que le observes hasta que se pierda en el horizonte, lejos; si un viento acaricia tu cara, si huele a hierba cortada o a lluvia de verano, espero que esperes a cerrar la puerta hasta que se calme; si alguien te pide un libro para leer, espero que le des uno que hable del mundo, que hable sobre como verlo, de como analizarlo, en cómo desnudarlo para que sepas cómo es, que sepa usar el bisturí entre sus paralelos y meridianos, sepa desecar su mares para ver y limpiar el fondo. A mí, si me piden ese libro, le recomendaría este.


Y os preguntareis la razón por la que esa librería pone este libro entre los de autoayuda. Pues es sencillo, por que el empleado se lió, miró las primera páginas, las sopesó, y no entendió la férrea y cruda ironía que vierte Diane Schoemperlen en sus escritos; del casi cinismo a la autoayuda hay un camino tan tan tan largo que el empleado hizo muy mal trabajo, no prestó interes a lo desconocido, lo de siempre... Por cierto, lo siento, aun no lo hecho, no he dicho de qué van estas páginas, de qué va el libro. Tremenda reseña esta. Pues el libro va de visiones, de formas de mirar la vida. La vida se mira según los gustos del observador, por lo tanto tendrá odios y tendrá admiraciones, tendrá: devociones. Y esas devociones son, para Diane a secas, mi íntima, ya, amiga Diane; digo que esas devociones son las palabras, las ideas, las imágenes, los textos inteligentes, es decir; la literatura. Son once relatos, son como pedazos de nube pegados al papel con celofán, ¿por qué nubes? por originales, por ser algo tan etéreo que empieza y acaba en el libro (llueven y escampan ideas), por diferente, por no encontrar nada parecido en ningún otro libro que haya leído; no he encontrado esas versiones, esos trucos de prestidigitador de los temas, esa voz de ella que se adivina detrás de todas las historias, de todos los vocablos; con su acierto punzante -de bisturí-, con un mirada cortante -de estilete-, parece que sus ideas están cortadas, ya, con cuchillo de mesa, y pinchados con el tenedor, con la que la escritora nos lleva a la boca, sin necesidad de hacernos el “avióncito” como a lo niños, unos bocados de literatura -la iba a poner en mayúsculas pero sonaba, o, mejor, se veía muy manido-. Pedazos de texto que acumulan palabras de mujer, miradas de mujer, visiones desde lo alto del mundo, desde el cenit de la vida, o desde lo profundo de un pozo; en las que se distinguen pasiones, amores, recuerdos, sensaciones, ideas, partes del todo que se desgajaron de un pangea femenino que mira el mundo desde la libertad, la ironía, la franqueza, el desacuerdo con las cosas que nos ven llegar, desde la caída desencantada de que el mundo no es lo que pensaste que iba a ser; ni el amor, ni todo este maldito universo de pacotilla, ni la religión, ni los hombres, ni, siquiera, las mujeres. Ya sabes, además, todos los sabemos, o deberíamos hacerlo, que casi siempre se pierde el futuro en los atajos y los caminos sin salida en los que nos empujan los años mientras crecemos. Pero...


Pero no crean que es algo tan sesudo o analítico, o triste o desencantado, bueno desencantado sí, pero tampoco es deprimente, no se preocupen; al contrario: es irónico, tramposo, sincero, demostrativo, limpio, cerradamente cruel a veces, abiertamente burlón, otras; incluso cínico alguna que otra vez. Todas sus historias tienen partículas de todo eso, y de más cosas que no debo decir; todas son, bella y certeramente, apuntadas a la diana:  en ellas aparecen y nos hablan -casi siempre mujeres mostrando sus mundos y sus pensamientos- desde  gentes creyentes que mueven los hilos del mundo hasta la extenuación -propia y ajena-; o las formas con las que se pueden decorar las habitaciones -y nombrarlas y vivirlas y dejarlas-; o las de un hombre que no puede vencer al mundo,- ni con su pareja; o la solitaria mujer excéntrica que hace su paseo por la ciudad mientras roban en su casa y en su mente y en sus recuerdos; o la de las mujeres que lo dejan todo, sus saberes y sus poderes, por la familia y el hombre; o habla de cómo escribir una novela de amor .¿o cómo no hacerlo? No sé, adivinadlo-; o como mirar con perspectiva el mundo, tu mundo, tus dibujos, tus lugares o tus acciones ¿o cómo no hacerlo?; o como los problemas de trenes de nuestra infancia, nos llevan de un punto A hacia uno B, y nos llevan consigo, y los lugares tienen vida, ¿sabemos todo de todo?¿queremos saberlo?; o mira al hombre centímetro a centímetro para saber de sus ventajas e inconvenientes, de sus fuertes y sus debilidades, de sus nadas y sus todos; o los cuentos de hadas, que no son lo que eran, en estos tiempos; y acaba con un diccionario para conocer, no el mundo, sino los mundos... Cosa diferente.

Todas esas habilidades del libro, así sin perspectiva, así en blanco y negro, así en descarnado y tierno a la vez; no parecen ser motivos extraordinarios de lectura. Es posible, quizá, como siempre, que no tenga día inteligente y, como diría algún cantante cubano, no sé ir más allá; pero, sí diré que, la construcción del libro, las bases y las paredes, las ideas y los dibujos -que frecuentan por todo el libro adornándolo y dándole belleza-, todas las frases, el estilo, la manera de ver al literatura, son fruto de una lección de amor por ella  -como besarla, abrazarla, acariciarla, pero también pincharla, abrasarla a palabras como bucles o bucles como palabras, o a verdades como templos aún  no derribados-. Todas las visiones, los temas, lo mirado, lo analizado,  son certeras vivisecciones de las cosas de la vida, del amor, de las relaciones, de la vida solitaria, del matrimonio, de la amistad, de la tontería de vivir, de la inteligencia de sobrevivir; son operaciones a corazón abierto de una mujer, protagonista intima en casi todos los casos, en las que descubre su cerebro , capa a capa, sus neuronas lascivas y recatadas, amables y duras, tiernas y correosas, se ve el mundo desde lo profundo de la montaña desde donde no se olvida nada.



Wineruda

martes, octubre 11, 2016

PEDRO PÁRAMO de JUAN RULFO




















PEDRO PÁRAMO de JUAN RULFO
Edt. Anagrama 122 Pág.



Miro alrededor,  mi casa, las calles que me rodean, el parque junto a la iglesia que hay enfrente de mi ventana, el balcón de mi derecha; no hay nada importante, nada impresionante: piedras, hierbas, tiendas casi cerradas a esta hora de la noche, parejas que se retiran agarradas de la mano, un hombre fumando en el balcón, la luz mortecina de las farolas; domina la oscuridad y ese silencio que cae en las ciudades cuando comienza la noche. Sin embargo, no es esa la mirada que hoy busco, miro más atrás, miro todo lo que he visto, todo lo que se me ha quedado en mi mente, en mis recuerdos. Me impresionan las sensaciones inmediatas que se me reproducen en el cerebro cuando veo esos lugares, y recuerdo mi pasado y todos los pasados que por aquí pasaron, y de alguna forma aun pasan, claros como si fueran ahora mismo, tan verdaderos como en el segundo posterior a que ocurrieran. Aquellos chicos que, muchos años atrás, jugaban al fútbol en el parque de la iglesia, mientras yo miraba por la ventana, aún están jugando, todas las mañanas que miro por la ventana hacia la silenciosa iglesia están allí gritando con voces juveniles reclamando el balón; en la tienda de enfrente, en la que hubo antiguamente una panadería, aún huelo sus pastelitos de leche y su pan de kilo, todavía humean y me provocan; por la calles veo todos aquellos amigos y novias que me esperaban en el portal, al cartonero estirando su carro de madera, a los niños de primera comunión con sus incómodos zapatos de charol, a los curas con la sotana larga y sucia, a los vendedores de miel con sus cubos que parecían de madera. Todos esos fantasmas existen tan claramente en mi mente que interaccionan conmigo, me miran al pasar, los huelo y los respeto. “Pedro Páramo” es la historia de todos aquellas personas, vivas y muertas, que vivieron en Comala, aquellas que se quedaron entre sus casas y sus calles, en el punto medio entre la muerte y el infierno; “Pedro Páramo” es una historia de ánimas y de desánimos; es un descenso al purgatorio y al infierno de ayer; es la historia de gente que no tenía dónde huir y allí se quedó, presas del agobiante presente, del imposible futuro y del pasado del que arrepentirse. Es la historia de un pueblo, de sus habitantes y un hombre poderoso, cruel y práctico, que dominó la vida y la muerte. Es una historia de vacíos que se no se rellenan, de paredes que no se echan. Es la historia de todos aquellos cuerpos, todos las voces, todas las carreras, todo el sexo, todo los rezos, todos los lloros, todas las risas, todos los escupitajos, toda la sangre derramada, todas las traiciones, todos las mentiras; que se quedaron suspendidos en el tiempo y en el espacio a la espera de que alguien los recuperara, los trajera al presente, a la misma realidad calmada y demostrable que existe donde solo el pasado es importante.

Juan Preciado aparece en Comala en busca de su supuesto padre, Pedro Páramo, y como un peregrino de culpas ajenas, se refugia entre casas y personas que se mueven en el límite de la existencia y de la nada; personas visibles por insistentes, muertas entre vivos, sentenciadas desde nacer, cautivas de sus oscuras pasiones, de sus traiciones, de sus pecados consumidos en la creencia despegada en un dios que no acepta regalías ajenas, -donde el cura es el vendedor de culpas y el comprador de venganzas-. Juan Preciado buscará a Pedro Páramo, en un lugar confundido, entre los vivos; en el mismo lugar donde este, soberbio y cruel, mató a sus enemigos, se vengó de sus amigos, y se aprovechó de todas la mujeres, prisioneras de las iras de los ingenios de las celestinas y de la vergüenza de sus hombres.

Y desde el recuerdo de un pasado verde, florido, alegre, natural, llega el presente de lluvias, vientos que secan el estómago y la voz y que asesinan la virtud. Desde ese campo desnudo, solo aparecen trozos de conversación, murmullos de gentes enterradas, bostezos de personas que no saben morir, escupitajos de señores y fantasmas que se quedaron prendidos al cuero de los caballos, al alfiler de las faldas, al candil que iluminaba su sepelio de muerto olvidado al nacer. Y aun en ese oscuro cielo, entre gotas de lluvia que tañen en las tierras que tapan los féretros compartidos, sitio desde donde se eleva un suave cuchicheo que se convierte en un bisbiseo y luego en un susurro que llena el aire y las vaguadas, y cuenta sobre culpables, muertos, cuitas de enamorados de sentencias despechadas, o venganzas despavoridas; entre aquellas lluvias descubres que al final todo, o casi todo, se movió por amores despechados o filiales; así, desde ellos, Pedro Páramo, como dueño y señor de Comala, digno y cruel entre sus siervos de vida y de muerte, de él dependen; se mueve haciendo y deshaciendo vientos y charcas, destrozando vidas por amor vengativo a su padre muerto, matando padres por amor obsesivo a Susana la minera, matando por amor derrotado a los caballos que penan sus culpas de hijos muertos; Pedro Páramo vencido por los amores y los odios, el más muerto de todos los muertos, el más vivo de todos los que sangran, todavía, en Comala.

No hay nadie en las calles, los vivos huyen de los muertos, ellos de sí mismos: siempre hay un comienzo de viaje, un fin certero, una odisea de  paseantes, sigilosa o ruidosa, con aliento o sin vaho en el espejo, que comienza y acaba entre el terror a la muerte, y a la misma muerte inconfesa, a los miedos terrenales y la imposible vida futura; presos de inmemoriales viajes entre islas secas con sirenas que ya no pueden engañar a nadie con su canto, de cíclopes de pistola y libro sagrado, de poseidones de caballo regio y cuchillo fácil; ya nadie espera cosiendo y descosiendo ropajes, todos han huido de Comala, no hay nada allí, solo los que no tiene para qué ni dónde huir, y los muertos que se quedaron porque no son una  parte del pueblo, son el pueblo, son sus huesos y sus tejados, son su sangre y su agua.

Rulfo no atrapa el tiempo, lo desperdiga, lo lleva y lo trae; como ese viento que molesta entre las hojas; las personas van y vienen, el tiempo en el que viven no es exacto: puede que ocurriera o que esté ocurriendo. El pasado, más humano, parece descargarse como un camión que vuelca su carga, y las piedras y la tierra se mezclan, como se mezclan los días y las noches, las idas y las venidas de Comala. Apenas se ve que el pasado existe, que el presente es un suspiro y el futuro solo es el presente.

Y el viento resopla por mi ventana, caen las gotas que golpean el rosal que cuelga al vacío, el olor a incienso ha salido desde la iglesia y puede que mis fantasmas no se muevan entre venganzas y casas derruidas, entre temores y olvidos, entre miedo a Dios y el terror para con Pedro Páramo, el del Rancho de la Media Luna; no, no son de esos, pero se presentan tan vividos, tan corpóreos, como los de Rulfo; con los mismos susurros de los que habla que salen de las esquinas de las calles, me parece oírlos cuando por la noche, insomne, escucho las viejas campanas de la Iglesia repicar y una mujer pasa golpeando el asfalto, con cadencia de tacones y prisa; es tarde y surgen por todos los lados, pasados que golpean y me hablan, me dicen que no los olvide, que son parte de mí, y de todos las personas que rondaron aquellos días y noches; son yo, y son Comala, son Juan Preciado, son Pedro Páramo, son Susana, son Dorotea, son Fulgor, son personas y personajes, que no por literarios, que no por perdidos en el tiempo y el espacio, dejan de hablarte, de contarte, en un murmullo, que volverán, siempre.


Wineruda



Hoy...

50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS de EZEQUIEL ZAIDENWERG

  50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS SELECCIÓN, TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE EZEQUIEL ZAIDENWERG     Decían que decía...