in the heart of the heart of the
country 1958
Ed. Alfaguara 265 Pág.
Trad. Ana Antón Pacheco
Ya nadie mira por la ventana. Miras a
las ventanas, a los balcones, a las azoteas de las ciudades y nadie está asomado viendo el discurrir de la vida bajo su alfeizar, acaso una señora está
regando las flores, las pocas flores que ya tiene, pero nadie parece quere observar lo que pasa en la vida allí fuera. La gente se sedimenta en casa, se
solidifica frente a la televisión , en el ordenador, en la tablet,
en la mirada baja del móvil. Se han cerrado sobre sí mismas y les
importa más lo que ocurre en un plató de televisión o en la webcam
que se asoma desde el balcón de alguna rara e importante ciudad, que
el transcurrir de la vida entre sus calles, entres sus curvas y sus
voces. Es una vida de espiral que se pliega sobre sí misma en cada
círculo casi concéntrico que en cada curva se va aislando más del
exterior, con capas y capas de cerrada piel, gruesa piel protectora,
que nos curva hasta los huesos sobre si mismos, como un cielo
protector rellenado con la palabra yo, o la palabra nuestro. El
centro del universo en un metro cuadrado de aire que respirar y que
nos va ahogando encerrados en esa espiral que se inmiscuye en
nuestro pulmones y se extiende en nuestros ojos, que solo ven
círculos cerrados en sí mismos donde no tenemos vecinos, ni amigos,
ni siquiera conocidos de vista. Ciegos de emergencia, cíclopes a los
que ya ha visitado nuestro Ulises egoísta, patrones de barcos
encallados porque no tienen remeros. Nadie silbará nuestras sentencias,
solamente mirará nuestra tumba pasar callados solo en ese instante.
William Gass, también se cierra en ese aparente aislamiento del
humano en si mismo, se cierra parapetado en el inmenso retiro o
desamparo, no lo sé, de los personajes en los campos sin fin del
centro de Estados Unidos; son como barcos flotando en una mar de
llana tierra seca, solo asaltada por la nieve desde el cielo, el
calor desde los poros, y la soledad desde los rincones. Pero no me
engaña esta aparente recogimiento de los personajes de Gass, la
espiral en la que se encierran los aplasta de tal manera que vuelcan
el contenido de su mente y su corazón y su estómago en largos
monólogos, que muestran lo que nadie quiere mostrar: el tuétano del
centro de nuestros pensamientos. Y , de ese modo, son escupidos hacia
fuera, con la piel al revés, mostrando sus entrañas, órganos y
tibiezas, y ocultando lo evidente, lo que engaña: su cara y, en ella, sus
ojos.
Este libro se compone de cinco cuentos.
En todos ellos habla su protagonista desde los rincones más ocultos
de la mente, en un monólogo que se mueve desde el monólogo
interior hasta la descripción impetuosa y aparentemente irreflexiva
de lo que le ocurre, o lo que le ocurrió, o lo que algún personaje
quiere que ocurra; y nos muestra, doloridas, las cosas, los
sentimientos, las impresiones, las experiencias y fantasías que les roen la
mente y el cuerpo.
Jorge, un niño que vive en una granja,
ahora aislada por la nevada y la ventisca, debe ayudar a que un
joven de una granja cercana sobreviva de las congelaciones que ha
sufrido en una extraña escapada entre ese frío. El viaje a la
granja de esa familia será una travesía a lo profundo del terror y
del horror para Jorge.
Un hombre que quisiera vivir apartado
de todo, comienza a vivir en un barrio donde analiza a sus vecinos
con mirada cruel. Recreando cada mirada, cada grito, cada aspaviento,
cada silencio como el recorrido hacia el infierno que resulta la vida
con ellos. Pero su mente se esconde hasta de su aguzada lengua.
Un vendedor de casas comienza a ser
poseído por los lugares -las casas, los terrenos, las tiendas- que
quiere vender o en la que vive: lo poseen, hasta en sus expresiones más
destructivas, hasta en las más efímeras. Su mente sortea la soledad
y la destrucción admirando lo que no es él: parte del mundo.
Una ama de casa comienza a observa
escarabajos muertos en su alfombra. El asco se convierte en
curiosidad y esta en admiración; profunda, alargada, siniestra pero
edificante para ella; descubre la belleza de lo escondido, de lo que
no se quiere mirar, de lo oculto a los humanos.
Un poeta nos va mostrando una población
de Indiana, casi etiquetándola, a sorbos, a pedazos; es un lugar
seco de espíritu, pero la descripción, a veces, es húmeda de
deseo: el deseo por una mujer que, quizá, por allí vivió, pero que
sí vive en la mete del poeta aun ahora, anda y pasea, y hace el amor
entre sus sesos, pero que no está, que fue, que había sido, Que le
asalta cada vez que mira a un lugar que adora, a pesar de sus
habitantes, tan profundamente tradicionales.
Gass mira la mente del que habla,
siempre va ascendiendo -escalando hacia el cielo de las ideas
ocultas- por la cuerda de las palabras y allí encuentra el sitio
donde se descubre lo más recóndito de la mente: lugar donde se
pergeña el monólogo que comienza en lugares comunes: enfadados,
contentos, sorprendentes, aparatosos, silenciosos, envidiosos,
pulcramente normales, hasta llegar a un grado casi de desatino
mental, a un, a veces, desaforado monólogo interior que va
explotando puentes, atacando molinos y gigantes de hielo, derribando
casas e imposibles faros marinos, abatiendo estrellas del norte. Desde aquellos
planteamientos casi lógicos, pensados, normales, vulgares, de esos
que descubres -al momento- cuando entras en un bar donde conoces a
todos; Gass da la vuelta al plano, y los lugares y los deseos se
trastocan, caen por la pendiente, incluso ves que las realidades, los anhelos o las
intenciones, o simplemente el tono de las versiones o suplicas o
exclamaciones que describían los personajes no siempre eran
ciertas, y existe como una emigración de almas -un intercambio de sentimientos o de espíritus-, desde el que habla
al que es descrito, o al pueblo o al ansia o al capricho. A veces la
pretensión se convierte en terrible realidad o a veces el deseo es
la meta que nunca se alcanzará; otras veces la frustración pasada o
presente se convierte en el único lugar donde se posa la mirada y
altera sus medidas, esa frustración crece y se hace gigantesca o se
convierte en lago tan efímero como el hielo que acabará fundiéndose
llevándose lo que quedaba de belleza o de inspiración o de
curiosidad o de interés por la vida .
El viento y la nieve barre el centro
del centro de Estado Unidos y a los personajes de Gass siempre trae o
se lleva algo: trae odio recogido entre pobreza, estupidez y locura,
trae envidia y curiosidad, letargo e impaciencia; lleva silencio y abandono, trae amores pasados o sentimientos perdidos, trae curiosidad y miradas inquisitivas, trae frío y desamparo; trae y los
arrastra y los remueve y golpea contra las casas y los horizontes sin
fin. El paisaje es tan grande que fabrica soledad, los muros solo
sirven para los humanos, las verjas se caen de dolor; el viento trae
recuerdos de pasados mejores, de pérdidas; el viento y la nieve
hacen bello el paisaje no el paisanaje.
A veces ocurre que leyendo un libro
sientes la sensación que sabes la palabra que sucederá a otra, por
la simple razón que es la que encaja, la que lo embellece, que es la
que debe ser, que es la que necesita esa verbo, o ese sustantivo;
pero, todo es tan nuevo y tan viejo, tan original o tan sellado con
lacre como el nacimiento de un río, que siempre lleva agua y siempre
lo hará, pero nunca, ni por un segundo, es la misma, como el fluir
de este libro.
Wineruda