FORMAS DE MORIR de ZAKES MDA
ways of dying 1995
Edt. Barataria 237 Pág.
Trdt. Bianca Southwood
Aún donde mora el terror, incluso
donde la desgracia y el asesinato -la muerte inútil y gratuita-
habita entre los poblados de casas de hojalata y cartón. Allí donde
el hambre, la injusticia, el racismo establecido, la lucha de etnias,
el dolor, la sospecha, la más oscura parte de la historia del hombre
moderno restalla sobre sus calles de cemento podrido, en sus
riachuelos de sangre y vómito, en sus paredes de balazos y
graffitis, en sus cielos de humo y gritos de terror...Incluso allí
existe un resquicio para la dignidad, el respeto, la pequeña
-mínima- esperanza de tener orgullo y respeto por el mundo -por el
pasado y por el presente-. Eso no pueden arrancarte de los ojos, ni
de la cabeza, ni del alma, ni siquiera de los pies agrietados. No
pueden desraizar pequeños momentos de vida agradable entre
escombros, no pueden evitar que exista la mirada compresiva entre
iguales, el roce de la palma de la mano sobre una mejilla mojada por
el llanto, los sueños posiblemente imposibles, el pasado que tuerce
por la esquina y se acerca con pasos afeitados; no, no pueden. Y
aunque parezca un tronco flotando sobre un lodazal inmundo, siempre
queda a flote el momento para ser libres en compañía de un amigo,
de una amiga, de un recuerdo sedoso, de una canción imposible, de
una risa ensoñadora, de un respeto que mereces, de la dignidad que
te has ganado a manos llenas.
Toloki es un vagabundo que se gana el
sustento como plañidero en los entierros de alguna ciudad de
Sudáfrica durante los años del apartheid. Extraño, feo y
maloliente, sobrevive de las exiguas rentas que le dan los parientes
de los finados en los muy frecuentes funerales de los barrios pobres
de la ciudad. En uno de ellos reconoce a Noria -la bella Noria-, una
amiga de la infancia, a la que han matado a su pequeño hijo. De
aquel encuentro surge una narración donde se revuelve el pasado en
su poblado natal. Los buenos, alegres, raros, llorados, pacíficos
días de infancia en los que los dos fueron amigos, hasta que la
edad y la vida los separó. La tranquilidad de aquella época,
contrasta con el presente duro y violento, donde el asesinato, el
hambre, la violencia, el racismo son lo único que conocen. La
comprensión del pasado y la unión en el presente es lo que les
hace volverse fuertes. Y desde desde debajo del tejado de hojalata
de la casa donde conviven ven el mundo girar y se encuentran con un
mundo violento donde la policía racista , y a grupos de asesinos de
un jefe tribal contrario a los pobladores de las barriadas que son
ayudados por el propio estado, y a los grupos de autodefensa de las
propias barriadas de disparo fácil, todo un círculo viciado,
terrible, desquiciante. Pero aprenden a sobrevivir entre cenizas y
lágrimas. Pequeños gramos de felicidad envueltos en polvo del
camino.
La historia está contada por un
narrador grupal. Un “Nosotros” que habla sobre la vida presente y
pasada de Noria y Toloki, que nos enseña su vida a los largo de esos
años, ya que es el grupo el que conoce el mundo en que viven los
dos, el que los defiende -y ataca,- el que comprende -y desprecia-,
el que enseña -y maleduca-; toda la vida gira alrededor de la tribu
y de las personas que te rodean, no pueden vivir sin ellos. Y así la
historia sólo puede ser contada por ellos -por nosotros- los que
aman -o no- a Noria y Toloki: sea en la tranquilidad extraña de los
poblados y de las montañas, sea en la violenta ciudad.; sea en la
infancia normal y casi mágica, sea en la madurez cortante y triste.
Así el libro compone una historia colmada de mágicos pasados y
oscuros presentes, de supervivencia extrema pero asumida, de odio
pero también de ayuda mutua y comprensión -las tristezas y pobrezas
se pelean en grupo-; compone un relato de dignidad y deshonra, de
risas infantiles y lágrimas de madres.
Nada escapa al mundo de Zakes Mda,
toda la contradicción de un mundo injusto y cruel, pero donde las
personas son también acreedoras de contener toda la fuerza de la
vida, toda las posibilidades de ser felices -aunque sea solamente
durante un instante, durante un sueño, durante una risa compartida
mirando unas fotos de una revista-. Y así el libro compone un mural
de la vida en Sudáfrica en aquel instante, en aquel sitio, en
aquella vida de asco.
wineruda
Ufff... parece un libro de lectura con estómago encogido. Pero siempre hay un color que emerge de lo gris, de lo negro. Un color vivo. Tomo nota.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Ana
ResponderEliminarTras el incendio de un bosque, la desolación sólo se soporta cuando ves pequeños brotes verdes entre las cenizas.
un abrazo