DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE AMOR de RAYMOND CARVER
Puede que hayan pasado 16 o 17 años desde la primera vez que leí algo de Carver. Primero me produjo perplejidad , no estaba acostumbrado a ese tipo de literatura, a ese estilo de escritura. La perplejidad se tornó en curiosidad y la curiosidad en empeño. Los filos casi cortantes de sus textos, los silencios llenos de ruido, -de mucho ruido-, los acantilados que son sus finales cayendo a plomo desde la última frase del cuento hasta el agua oscura de sus pasados, y que son como una pared de cristal que protege el abismo de la sorpresa. Esa es la sensación me dejó aquel primer Carver. Recuerdo que hice una reseña realmente patética en la que dije cuatro cosas y hablé de minimalismo y de escuetos silencios y de elipsis y de blah blah... Todo cierto, todo evidente, todo nada. Nada.
Volví a leer a Carver, meses después, este libro en concreto; para entonces ya me había leído todo lo relativo al realismo sucio, a la vida de Raymond, al alcoholismo, a Tess, sobre la influencia de Lish; todo lo que hiciera falta para entender aquel “minimalismo” literario que creía que era, más bien, técnico o estilístico. Pero... pasó lo mismo al leer este “De qué hablamos, cuando hablamos de amor”: entendía el ambiente posesivo, casi decadente -en el amor y la vida-, anuncios que gritan el final de todo -el final de las cosas , los momentos de consumación de algo, de término, de decadencia, todo... casi cerrado y lleno de telarañas-. Olía, en el texto, el alcohol, sentía a veces la agresión contenida o descubría a veces la violencia directa o la ilógica del comportamiento humano, veía el humo del tabaco ascendiendo en habitaciones cerradas, me abrasaba, me llenaba el cuerpo; en los cuentos aparecía la pena por la nada,... de nuevo la nada. Cuando veía y pensaba en el amor del que me hablaba el libro: pensaba en el aburrimiento y abandono de las parejas, sabía de sus vidas, destruía sus silencios incluso, pero Carver se me escapaba, algo de Carver se me iba por los desagües de mi entendimiento real, no me valía con saber de qué iba aquello, yo quería ser aquello, estar plegado en el papel, ser relleno en el libro, estar en la pluma de Carver, en sus ojos rojos de escribir en noches o en los días que cerraban aquellas páginas, más cercanas a las sensaciones como la de un pellizco doloroso en tu carne que a un soplo de aire en la cara, sentía que eran reales para él. Y, además, seguían estando sus finales como paradas en seco delante de un abismo sin que consiguiera ver el fondo, acaso solo el ruido de la piedra, o el cuerpo, al caer.
Leí “De qué hablamos cuando hablamos de amor” por segunda vez -esta de ahora es la tercera vez- y entonces lo entendí,- como lo he entendido ahora- Carver es un poeta, sí, como tal deja que la idea, unas veces, otras solo la sensación o la certidumbre asustada prevalezca sobre el texto, pero, como está escribiendo prosa , te la cuenta,-sus diálogos son de lo mejor que he leído nunca-, te dice en una palabra o una frase o en una imagen -como lo hacen los poetas- todo lo que te quiere contar de su historia, el corazón del texto, lo que hace que todo lo que le rodea a esas palabras tenga sentido, tenga un camino y, como tal, una llegada, un fin. Otras veces te deja la exacta sensación de estar viviendo aquello, de ser el que está mirando lo que sucede, el que está contento o perplejo con lo sucedido, Carver te cuenta toda una historia, relevante, claro está,
- no podría existir ese punto de central sin que tenga un mundo creado a su alrededor, una razón para existir o dejar de hacerlo-. Y eso es lo que deja conocer el lector, lo que Carver quería contar, o, más bien, hacer comprender qué era eso que desaparecía en ese abismo que he contado que me aparecía al final de sus cuentos, como si no tuviera fin, Sí, había un fin evidente, estaba, ahora, claro. Si alguien quiere leer el libro, si no lo ha leído, el primer cuento, todo el primer cuento de este libro se explica por una palabra, una simple palabra, que pasa por tus ojos, descubridla y la cueva se abrirá. Por ejemplo, en el cuento:"Una conversación sería" se revela todo el cuento en una frase , en una simple imagen.
- no podría existir ese punto de central sin que tenga un mundo creado a su alrededor, una razón para existir o dejar de hacerlo-. Y eso es lo que deja conocer el lector, lo que Carver quería contar, o, más bien, hacer comprender qué era eso que desaparecía en ese abismo que he contado que me aparecía al final de sus cuentos, como si no tuviera fin, Sí, había un fin evidente, estaba, ahora, claro. Si alguien quiere leer el libro, si no lo ha leído, el primer cuento, todo el primer cuento de este libro se explica por una palabra, una simple palabra, que pasa por tus ojos, descubridla y la cueva se abrirá. Por ejemplo, en el cuento:"Una conversación sería" se revela todo el cuento en una frase , en una simple imagen.
Todos sus cuentos tienen una centro que los sostiene, como la clave de un arco, en ella se apoya y hasta se explica lo que has leído, hay veces que está al principio del cuento, otros al final, en otros es la sensación, en otros es el propio silencio -Sí, el silencio como grito, como explicación-, descubrirlo es la obligación del lector, Los cuentos que parecen más cortos son, para los buenos escritores, los que pueden contar más cosas, porque hay más palabras, ideas, sensaciones que no se dicen que las que se dicen, y todas esas cosas son las que te están obligando a pensar, a descubrir: ¿Qué ocurrió en esa casa?, ¿Cuándo nació el odio? ¿Dónde empieza y acaba el amor? ¿Existe el amor o es pura costumbre? ¿Qué ocurrió en esa relación, es esa mente, en esa....?
Carver era un genio, bueno es un genio, si sus libros viven, él vive. Todas estas historias de perdedores que viven en suburbios de ciudades o pueblos perdidos en la nada, en casas donde parece que nada puede ocurrir, donde los protagonistas son siempre parejas -unidas o alejadas, pegadas o en la lejanía, en la mente o en el recuerdo-; donde el alcohol, el olvido, el aburrimiento, la soledad obligada, la pérdida, la necesidad, a veces la locura, es el ambiente por la discurren sus historias. Sus personajes sobreviven en falsos o verdaderos amores, a veces anestesiados por el alcohol, a veces por la costumbre, otras veces se descubre y se desprecian de repente, desnudos delante de los espejos que van descubriendo en la casa, en ellos donde se ven reflejados como son, ven cómo es su vida...
¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Que a nadie que le guste la literatura romántica se le ocurra comprar este libro -conozco algún caso-, será un auténtico shock-casi anafiláctico-. No es difícil descubrir que Carver no cree demasiado en el amor- al menos en la definición “oficial y seria y estudiada y, a veces, esquilmada a Hollywood” del amor, la más concurrida en los `papeles de la literatura universal- Sus historias hablan, sus 17 cuentos cortos, del amor, pero no esperes que te cuenten sobre esperanzas y futuro, acaso se permite una caricia a una pareja de ancianos perdidos en un hospital o en un juego de bingo, o el amor fraternal de unos padres a un hijo. No, Carver no se permite creer en el amor de películas, los de los libros rosas y de azúcar pulido; él va mirando por las ventanas de los que han sobrepasado la frontera del disimulo, y llegan el hartazgo. Carver mira en las casas en las que la gente cree en el amor como un efecto de atracción obsesivo o recurrente, al que se aferra la gente como el arpón se agarra al costado del pescado, no importa que haga daño al ser que crees querer, solo importa el arpón. Otras veces destruye el mundo por las bajezas del hombre por la simple creencia en el poder del perdón donde no existe, donde no respetar es la muerte, y la vida atada por la influencia de sucesión de derrotas de las parejas que casi siempre han vaciado sus bolsillos y sus vidas en años sin futuro y pasados sin presente. Así todos los personajes, o casi, tienen una sombra del mal; un mal acaso inocente por estúpido, o un mal cruel, o un mal por estar poseídos por lo necio. El mal aparece en las vidas de la gente cuando se acaba el amor y hay veces que lo confunde con él, otras veces con la codicia de retener a la que crees tu posesión o tu futuro.. Y, si, aparece el bien, pero asociado a la derrota, a la caída, a dejar pasar la vida, a vivir de recuerdos, juntos o cuando el otro ya te ha olvidado, de hijos que ya no son más que una voz de teléfono, casi abriendo las espuertas de la presa y dejar que el agua desborde el mundo, tu mundo, su mundo.
Sus cuentos son Bastillas tomadas y derruidas.
Sus cuentos son Bastillas tomadas y derruidas.
Carver es un poeta, pero sus escritos no hablan de belleza, no hablan , casi nunca , de compasión, no hablan de risas y amaneceres de sol, de auroras sin nubes, pero sí hablan de sentimientos; utiliza el filo del bisturí de la prosa para mostrar lo que descubren los poemas: la realidad última de la vida: habla de la tristeza, sus historias son asedios al mundo real, cercos a la realidad, son desengaños o verdades, engaños o certezas de que todo es pasado; todo eso pasa por sus palabras. Quizá sea una verdad cosida a una vida de gente derrotada, o sin suerte o sin control sobre su presente, o sobre la realidad, pero es una vida real, que existe, que conozco, que la he visto. ¿Quién quiere una literatura creada solo para contar historias sobre amores imposibles, bodas reales, y muchachas adineradas que se casan con príncipes pobres?, El mundo se parece más a Carver, lo sé, tengo la suficiente edad para saberlo, que al que te enseñan en las películas y en muchos libros y en las revistas, en los anuncios y en la radio; no amas sino que estás acostumbrado; no salvas, te salvas; no hay amores eternos hay miedo a la soledad; el amor es una enfermedad de jóvenes que se cura con la edad, no hay mundo solo está tu mundo, está ese mundo lleno de un “YO” continúo en el que todo los demás es un “vosotros” que te aleja, que no importa a nadie; solo existe unas vacaciones de alcohol y tabaco en una motel de playa durante quince días, y once meses de ser el mismo que el pasado mes y el anterior y el anterior y... y pensar que eres mejor. El amor se parece demasiado a la soledad compartida o la displicente repetición de cosas porque siempre han sido así y da miedo cambiar.
En los 17 cuentos de Carver, puede que te asustes, que veas una parte del mundo que no quieras, incluso que haya violencia gratuita, y alcohol y tabaco a raudales, y violencia real o soterrada, cariño olvidado, que haya esa sensación de soportarse por soledad, y hay olvido, sueños perdidos, de recuerdos que se van y ya no quedan, de esos que quieren aferrarse pero se escurren, puede que no haya que creer que el amor solo es eso, pero sí debes saber que el amor también es eso. Cuando algunos hablan de amor, hablan de eso.
Y la tristeza...
Y la tristeza...
Aún no he leído a Carver (un pecado), pero me consta que en tus apreciaciones está la esencia toda del autor.
ResponderEliminarDe hecho tu comentario parece un relato en sí mismo, no tiene desperdicio. Carver se arrima a la realidad que miramos de refilón, esa que es más ingrata, a la de los perdedores, por que la mirada también hay que ponerla ahí, y que alguien tenga los arrestos y, sobre todo, el talento para contarlo.
Tus palabras son elocuentes, recrean todo un mundo.
Cuídate, amigo Wineruda.
Carver, supongo, es incómodo. La vida que no sale en las películas, en las novelas de amor. Una lluvia de realidad que inunda todo, será la.mirada dístinta, la que no gusta, pero tan real como cualquiera, es la que vende poco, la que sería la que borraras de tus cartas. Yo la prefiero, es la realidad sin artificios.
EliminarGracias Paco