VINIERON COMO GOLONDRINAS de WILLIAM
MAXVELL
they came like swallows 1937
Ed. Debolsillo 207Pág
Trad. Gabriela Bustelo
A veces un escritor, pienso, debe
sentirse como un barrenero en una mina, que arranca las entrañas a
la tierra, impone caminos donde sólo hubo paredes, y en la
asfixiante oquedad descubre, cuando esta sólo, el ruido de las gotas
al caer, de las paredes moviéndose y los quejidos de los techos presionando las
vigas; y cuando está acompañado siente el olor ácido del sudor y
el intenso pánico oculto entre fatigas, monotonía y riegos allá
donde la dinamita va a explotar, asustando, por el suave temblor en
los pies, a sus familias en sus casas. Y el escritor
debe sentirse así, decido imaginar, porque las historias nacen por
un lado del propio ingenio y por otro lado del esfuerzo por dinamitar
las cuatro paredes que a veces parecen encerrar recuerdos,
pensamientos o ideas. Confinados no sólo por la propia inercia del
olvido simple, sino por el más doloroso olvido necesario y
terapéutico. Pero como todo dueño de mina sabe, la riqueza que
provoca los esfuerzos ajenos, reconforta al más despreciable de los
escépticos. Y un escritor es a la vez dueño de la mina y caballo
de tiro, potro y jinete, puesto que es autor y actor a la vez. ¿Que
qué quiero decir? Pongamos de ejemplo este libro, que para eso lo he
titulado con su nombre: Maxvell, retoma y recuerda una época de su
vida: la terrible pandemia de la gripe española que asoló el mundo
allá por los años finales de la segunda década del siglo XX, y en
ella incrusta una historia sobre la sensibilidad. Esa parte de la
personalidad que sólo se ha creado con el trascurrir del tiempo y de
las miradas, y de las caricias, y de los dolores y de las ausencias,
y de las presencias y de olvidos, hartazgos, posesiones, favores
tuyos, y solamente tuyos, barrenados en tu mente con dinamita hecha
con tu pelo, con tu sangre y con tu carne, formando un mapa de una
mina intrincada y desafiante de la que sólo existe un dueño, un
dibujante, un trabajador, una victima y un ataúd, y son todos tuyos
y para ti. Maxvell muestra toda su ternura, que no su sensiblería,
para mostrar como si fuera el punto de vista de los canarios que
llevaban los mineros para sentir cuando pudiera explotar la mina. Animales presos en un mundo tan cerrado como oscuro, pero plenos de
belleza propia, incluso alegría, en el canto y en el colorido de
sus plumas, como plenos de extrañeza de estar en lugar al que nunca
hubieran deseado ir.
En la época en la que coincide el
final de la Primera Guerra Mundial con la propagación de la gripe
española, una familia con dos hijos, y otro por venir, vive en una
barrio de una ciudad acomodada de Estados Unidos. Rodeada por casi
toda su familia y por algunos recuerdos, el tiempo transcurre como
debe ser para cada uno de los habitantes de la casa. Sus problemas,
sensaciones, sentimientos, miradas regaladas y perdidas, sus caricias
deseadas, sus pequeños rencores y sus mínimas infamias empiezan a
discurrir por las páginas del libro descritas uno detrás de otro
por los miembros de la familia, siendo el eje en el que circula el
aire y la sangre de la familia, la madre/esposa/hermana Elizabeth.
Ese pequeño universo gira, aunque le pese a Copérnico, sobre el
centro de un planeta pequeño, alado, tierno y seguro que se
convierte de día en esa mujer que parece que da sentido a la
rotación de sus satélites. Vadeando el mundo, sus hijos -Robert y
Bunny- su hermana -Irene- y su marido -James- libran una batalla
consigo mismos para poseer , defender, arreglar los errores que se
van creando cuando la mente va intentando ser más lista que la vida.
Maxvell es un autor que investiga el
mundo que le rodea, parece encontrar el color, incluso el matiz
exacto, de la mirada de las personas, parece percibir el grado de
fuerza del abrazo, o el método por el cual la sonrisa o las lágrimas
parecen surgir de un niño de un segundo a otro. Incluso da la
impresión que descubre el sabor de las sonrisas sólo por su calidez,
y la fiereza de la mueca midiendo el grado de separación de la
comisura de los labios. Nada parece ocultarsele al escritor, ha
encontrado el camino, los mapas, los senderos y sabe por donde
discurren, incluso por donde han discurrido los ya ocultos por la
maleza del tiempo. Es probable que sea porque fue su camino, su
maleza, su fiereza, sus lagrimas, sus sonrisas, su pasado, sus
abrazos, sus alegrías, sus oquedades y su mina profunda.
Este es un libro, pulido, cristalino,
bello y con aristas, como un diamante.
wineruda