EN LAS MONTAÑAS DE HOLANDA de CEES
NOOTEBOOM
in nederland 1985
Siruela 153 Pág
Tradc. Felip Lorda i Alaiz
Si me pongo a barrer, o mejor, si me
pongo a pasar el plumero en una habitación llena de polvo, todo el
mundo sabe que apenas servirá para moverlo de un sitio a otro: lo
que antes conformaba una capa fina encima del aparador, ahora estará
en la mesita de café. Son los mismos pedacitos de tu piel que
muda, de arena del alguna playa lejana que ha entrado por la
ventana, de polen que ha llegado de las montañas, de cemento de la
ciudad que se descompone...; pero redistribuidos con distinto orden;
minúsculos reordenamientos que conforman un paisaje diferente solo
vistos por los múltiples ojos de algún animal de microscopio. Cees
Nooteboom sopla con fuerza acertada y descomunal en un cajón donde
guardaba los apuntes sobre cuentos de hadas, sobre la literatura,
sobre viajes, sobre la forma de ver el mundo, sobre el lenguaje,
sobre lo real y lo irreal, sobre la vida..., y estos se elevan hacia el techo para
posarse, como si un rompecabezas se tratara, de una forma concreta,
en esa en las que todos los pedazos encaja, sorprendentemente han
caído en la postura adecuada y en el momento perfecto, como si
estaríamos jugando a aquel viejo juego del “TETRIS”.
Pero no querría dar un sentido de
desorden o de improvisación con la comparación de párrafo
anterior, solo expresaba la magia que se posee para conformar una
novela con la suma de otras que en apariencia están enfrentadas:
metaliteratura, hadas, viajes, circo, amor, sexo, violencia, magia,
injusticia, justicia, pobreza, muerte..
Un viejo escritor aficionado español
reescribe en holandés, sentado en el pupitre de una escuela
nacional, un cuento de hadas de Hans C, Andersen. La realidad está
en ese pupitre zaragozano en una noche de verano mientras fuma “Ducados”, ese es tu acompañante que se
sienta junto a ti, verdadera como una luna vacía en invierno, y es el
que te hace creer que la historia que él esta inventando es la vida
real, casi contada al instante de haber sucedido; como cuando una
hermosa pareja -inigualablemente bella- de ilusionistas -Kai y
Lucía-son llevados a las montañas del sur de Holanda-que no existen, pero que puede que lo hagan-, para poder
sobrevivir de su trabajo y... para poder demostrar -por orden del
escritor-que su amor está más allá de las palabras y los lazos de
la costumbre.
Pero Alfonso Tiburón de Mendoza,
inspector de carreteras y escritor aficionado de tiradas escasas, no
te cuenta una historia llana e inamovible como una carretera sin
montañas, no. Él habla de literatura, de la forma de contar
historias en las que el autor es un dios creador; es padre, hijo,
pero también es personaje -es mortal-, porque debe dejarse llevar por
este último para crear. No puedes ser dios si no tienes creyentes,
no puedes -¿o no debes?-ser autor si no has sido actor. Debes dejar
que tus personajes tomen sus caminos, que los paisajes cambien de una
hoja a otras, que el olor del ducados traspase la hoja que escribes y
llegue a la nariz de tus personajes. Y son las palabras las que
modelan la literatura y por ello están predispuestas a ser
polísémicas, homónimas, sinónimas o antónimas. Todas vivas y
que, además, recrean tanto el mundo del autor como el mundo del
lector, son animales vivos que parecen nacer y morir en solo unas
frases para volver a renacer en otros idiomas y en otras historias
que no cuentan lo mismo.
Así el cuento es una tiovivo en el que
miras a una pareja joven elevándose y bajando en sendos caballitos de
madera, y al momento aparece una rufián en un coche de policía, y
al instante la rueda te enseña un payaso que se eleva en una pelota
que flota en aquella vieja barraca, y a la Reina de las nieves
volando en un nube blanca como la espuma de afeitar. Y sobre el
tiovivo de juguete un escritor que va moviéndolo con la vieja
manivela que despide un olor a aceite de engrasar y a tinta de
engatusar.
Y aquel cuento infantil de Andersen en
la que una niña, Gerda, busca a Kay, su novio, y lo encuentra y lo
revive en el palacio de la Reina de las Nieves; se convierte en este
libro en un cuento sobre la vida contemporánea, una visión sobre el
sur pobre y el norte rico, sobre incomprensión, sobre sexo, sobre
amor, sobre salvación , sobre creencias, sobre búsquedas, sobre
corrupción... El viejo cuento de hadas ha cambiado en el nuevo
cuento sobre la perdida de la inocencia. Ya no existen principies
azules ni princesas perfectas, aquello se acabó en cuanto un
escritor - Alfonso Tiburón de Mendoza- escupió la saliva con sabor
a tabaco negro del fuerte sobre el pupitre en los que los niños
escribieron unos meses antes sobre dónde vivía Papa Noel, o sobre qué
era la felicidad...
Los libros son para interpretar y puede
que otro que lo lea, entienda que en realidad, que de verdad, esta es
una novela sobre el amor, sobre la vieja historia de la pareja unida
para siempre -comiendo perdices-, sobre entender la literatura como
creación continua -mentira y verdad al mismo tiempo-. También, sí, yo lo
creo porque es incluso eso...: el cubo está vacío por los agujeros del fondo y el autor y el
lector han hecho un pacto para que la fuente siempre esté
llenándolo.
wineruda