Vamos a contar canciones, de José María Conget
La música como telaraña pegajosa de recuerdos, que pueden
pegarse a la piel, a la cara, a los ojos
y picarte y sentir deseos de huir; la música como lluvia que va empapando y va haciéndote
suyo, va apagando tu cuerpo y haciendo que seas parte de ella como tus pasos en
el chapoteo de los charcos, seas frio o calor, seas refresco, o estés triste;
la música como recipiente, como habitación que te encierra y te deja rellena de
notas y de sonidos, que no son apenas más que retazos de recuerdos, sean de
hace un instante, sean de siempre, tan impalpables como inolvidables, tan
oscuros como las noches que no has perdido debido a ella, o los días que
refrescan con el sonido de la música. ¿Pero es la música o es el pasado? ¿Es la
vida que da al sonido vida, o es el sonido el que da vida? Pasear junto a un
río, una rompiente, recoge sonidos que me llevarán a cosas tan perdidas que
pensé que nunca existieron y, de repente, están ahí, tan salvadas, tan
naturales como el árbol que arrastra esta corriente; pero paseando junto a una
fábrica perdida, es el silencio, el absoluto silencio el que rememora la vida,
los golpes de la prensa, de la vida sucia, del olor a hierro y madera rota; el
silencio, el sonido, no son nada si junto a una mesa vacía, una barra olvidada,
un paseo vacío, un atardecer luminoso, se te viene a la cabeza los sonidos
acaso de música , acaso de una voz ya casi olvidada, incluso el sonido de los
pasos de … de cualquiera que pretendiste querer.
Conget atrapa sus recuerdos y los convierte en música, las
cosas se mueven por empujones, todos tenemos necesidad de no dejar solo a la
persona que fuiste antes, no dejar que se quede en la oscuridad olvidable de
los sueños nocturnos, todos necesitamos comprender de dónde somos, cómo venimos,
y los caminos que seguimos. En esos caminos, fuesen pequeños y estrechos
pasadizos o anchas avenidas, sean acompañados o solitarios, siempre, en esos
caminos, nos acompañan sonidos y músicas. Y ligas los sonidos de la radio con
la merienda que tomabas de pequeño, y la merienda te lleva a tus abuelos, y tus
abuelos al ruído del chapoteo en la bolsa de agua caliente al ponerla en la sábana fría de aquella época infantil. Y las voces que cantaste
son voces que te acompañaron cuando te dabas ánimos en tu caminar por la calle
solitaria, o te recuerdan las canciones en grupo o en el coro, o en la abarrotas,
entonces, misas de mentira y clavo, te acompañan con su olor a incienso y vela quemada,
relicario y cura batiente. Las canciones que cantabas en cenas y en compañía de
amores y saltimbanquis, todo es recuerdo, todo es pasión o tristeza.
Conget, acompaña toda su vida de música, todo es música,
todo hay que pese como una nota, y golpee como esa fina lluvia que te cubría y
no hallabas la forma de separarte de ella, de radios, tocadiscos, sabores de tabaco,
o de besos. El amor siempre suele ir ligado a música o ruidos que comparten, un
paso que arrastra el pie, una canción que deja acariciar, un coche que arranca
y se va…Un autobús que acompaña o un violín que acerca. Todos tenemos lugares donde
refugiarnos al refugio de nuestros oídos y nuestras mentes, y nuestros
escalofríos y nuestros intentos, imposibles, de olvido.
Conget crea un mundo en el que pasea sus recuerdos, los recibe
y los sienta tras la máquina de escribir, los ata a la silla y los hace
escribir, o los invita a beber mientras les hace contarle lo que fueron, o simplemente
se sienta y mira y deja que ellos le hablen y hablen para ser como entonces.