LA CALLE DE LAS CAMELIAS de MERÇE
RODOREDA
El carrer de las Camèlies 1966
Edt. Salvat 253 Pág.
¿Acaso no se escapan los pájaros de
la comida y el agua segura de su jaula para encontrar su libertad,
para encontrar su camino sea el que sea? ¿Acaso esos pájaros no
lograrán marcharse cuando el frió e inerte invierno se desploma
sobre los árboles y campiñas, sin comida ni calor que los
satisfaga? ¿Acaso eso evita su fuga, sus ganas de salir de entre
barrotes de hierro y comederos de plástico, palos que no son de
madera y columpios de un sólo trayecto?
Cecilia fue encontrada, allá por las
primeras décadas del siglo XX, a la puerta de unos señores
acomodados, era un bebe de lloros forzados y risas fáciles. Acogida
por aquellos señores fue educada en el estricto conocimiento de ser
niña abandonada; vivió en su mundo de ensoñaciones, olores,
flores, rocíos, sentimientos encontrados, sábanas de segunda mano,
cariños controlados y ganas de ver el mundo lejos de los arriates
del jardín de la casa. Así, un día, partió de casa para siempre
sin ser niña pero tampoco madura, con su amigo de infantiles
escapadas, ya convertidas en huidas sin retorno. Vivió, con él,
entre maderas amontonadas de su refugio lleno de goteras, agujeros y
vientos traidores. Acabado aquello, nada mantenía a Cecilia entre
los abrazos, las miradas, las palabras de una persona única; y
seguía escapando de todos sus amantes: los esporádicos de las
calles de Las Ramblas o, más tarde, de los pisos de mantenida por
hombres casados buscando su rutina de amor lejos del matrimonio. A
pesar de que su descenso fue lo más lejos al infierno, su mente se
perdía entre sueños-a veces pesadillas- y realidades que variaban
entre lo pasado y su mundo interior lleno de recuerdos, ganas,
futuros, flores, imágenes, ensoñaciones, miedos, engaños y
la búsqueda de su propia supervivencia.
Rodoreda utiliza la primera persona,
para contar tanto los hechos como las reflexiones, los sueños, las
sensaciones; para describir la, a veces, errática mente de Cecilia. Eso le permite, a la autora, no juzgar al personaje; ni la condena ni
la absuelve, sólo la describe tal cual es, con sus errores y sus
triunfos, sus caídas a los abismos y sus vueltas a la superficie. Lo
usa para describir y registrar una época en una ciudad
-Barcelona-, un lado de la sociedad de aquella época, un
comportamiento masculino, una forma de ver el mundo, un código moral
y ético, una forma de vida,; donde una mujer sin oficio ni
beneficio, no educada en nada, no consolada ni defendida por nadie,
es pasto para amorales o impasibles hombres de mirada dura y
comportamiento angustioso.
Es sencillamente admirable la facilidad
de Rodoreda para lijar con lima de grano grueso lo que parece una
superficie lisa y suave, para agriar con ácido lo que las palabras
de su prosa agradable, natural y delicada, parecen indicar. Sobre
las lineas de frases que no parecen advertir lo que va ocurrir o está
ocurriendo, estalla una situación donde la zozobra y la angustia se
apodera de la acción, de los gestos o las voces. Pero nada se
inmuta en su discurso: ha sucedido y lo he contado. Como si fuera una
visión de un carretera polvorienta que se dirige al horizonte con
baches y trayectos lisos, donde un coche recorre esa carretera a
pesar de todos los obstáculos y sigue recto, para perderse allá
entre la podredumbre de la neblina sucia y la belleza de las flores
silvestres que invaden la ruta. El recorrido a pesar de todo será
fluido y sencillo sólo acomodado al color del cielo, al ruido suave
del motor, a los jirones de niebla oscura y al olor de aquellas
flores, acaso camelias.
wineruda
No hay comentarios:
Publicar un comentario