martes, abril 28, 2015

LOS HUESOS DEL INVIERNO de DANIEL WOODRELL













LOS HUESOS DEL INVIERNO de DANIEL WOODRELL
winter`s bone 2006
Edt. Alba. 221 Pág.
Trdt. Concha Cardeñoso




Cuando alguien, como yo, se siente apegado, casi adherido, a la novela negra clásica, aquélla que detallaban Dashiell Hammett o Raymond Chandler, ésa que pasaba como un suspiro, desnuda de segundos sentidos, limpia de polvo y paja; donde la acción y la palabra eran el acto supremo de la historia, donde todo encaja y fluye sin artificios como una bicicleta que baja por una pendiente sin más ayuda que lo natural, sin motores ni gasolina que la alimente. Cuando ese alguien encuentra “Los huesos del invierno” se para unos segundos y se sorprende de la necesidad que tenía de ella. Y no es que cumpla con todos los cánones estrictos de aquel tipo de novela, en la pura práctica está en el lado opuesto: allá donde hay duros detectives aquí hay una jovencita tenaz, donde en aquella novela había elegantes gansters con sombreros marca “borsalino” en ésta aparece rudos hombres de las montañas de camisa raída y vaqueros gastados, aquéllas sucedían en grandes ciudades, en ésta todo sucede entre montañas y bosques... Y a pesar, también, de la utilización de la recreación de ambientes -solitarios, boscosos, nevados, invernales-, que no encaja en todos los tópicos de esa novela negra, a pesar de todo eso... Woodrell escribe, y consigue, una novela casi clásica en la propuesta, en la formación, en la sensación y en esa rodada y suave percepción que parece desprenderse de todás las páginas del libro-en el planteamiento, en el nudo y en el desenlace- y la tranquilizadora imagen de las frases que se concatenan como debieran, que los párrafos están en el orden debido y que las hojas se pasan debido a que esperas con ansiedad lo que sucede en el reverso. Todas esas cosas que, al menos yo, espero de la lectura de una novela negra que te atrapa sin perdón. Todos los olores de los libros viejos, de tapas rotas y envejecidas se me acumularon súbitamente en la nariz y me recordaron la vieja sensación que me atrapó hace ya años, pero con el sabor a fresco de los dedos al tocar y pasar las blancas páginas del libro nuevo.


“Los huesos de invierno” es la historia de la adolescente Ree Dolly y de sus hermanos pequeños, su madre loca y su padre Jessup. Y también de todos los habitantes de las colinas de Ozarks: viejos, jóvenes, niños y niñas casi todos fuera de la ley, para los que la metanfetamina y todos los tipos de droga son su modo de supervivencia, sobreviviendo en un ambiente hostil y salvaje, donde las conversaciones se cortan con cuchillo, las relaciones se establecen sobre sangre, y la vida se rige por los mismos valores que se regiría en una familia presa en una cárcel de bosques y casas arruinadas. En ese ambiente Ree deberá encontrar a su padre que ha huido dejando la casa y la tierra donde viven como fianza de su excarcelamiento. Por lo tanto, la desaparición supondría la perdida de la casa, y el caos para su familia. Por ello encontrarlo será una necesidad y un deber  para ella.


Woodrell escribe sobre un país en otro país, donde las viejas tradiciones y lo antiguo están, por contraste, imbuidas en las formas de actuar de unas personas que viven de las modernas drogas, donde la blanca nieve se enfrenta a un lugar y unos ambientes oscuros y sucios, donde la quietud de la naturaleza se enfrenta a la terrenal sucesión de hechos feroces e implacables. Todo se enfrenta y nada parece sagrado excepto la leyes no habladas, no escritas.

“ Los huesos de invierno” es una novela violenta, aparece en lo que se dice, en lo que se piensa, en lo que se hace y en lo que no se  hace, pero con un resplandor de esperanza; de rigor humano sobre la imposible visión de un mundo tranquilo donde, por debajo de una sociedad enferma, se descubren pequeñas raíces de brotes recién nacidos, donde aunque debieran crecer como árboles malsanos, también pueden crecer altos robles de cuerpo recto y firme. Quizás sólo sea la impresión de que sobre toda la podredumbre del mundo rige cierta actitud moral aunque sea sólo adaptada a esa vida que viven.




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