LOS HUESOS DEL INVIERNO de DANIEL
WOODRELL
winter`s bone 2006
Edt. Alba. 221 Pág.
Trdt. Concha Cardeñoso
Cuando alguien, como yo, se siente
apegado, casi adherido, a la novela negra clásica, aquélla que
detallaban Dashiell Hammett o Raymond Chandler, ésa que pasaba como
un suspiro, desnuda de segundos sentidos, limpia de polvo y paja;
donde la acción y la palabra eran el acto supremo de la historia,
donde todo encaja y fluye sin artificios como una bicicleta que baja
por una pendiente sin más ayuda que lo natural, sin motores ni gasolina
que la alimente. Cuando ese alguien encuentra “Los huesos del
invierno” se para unos segundos y se sorprende de la necesidad que
tenía de ella. Y no es que cumpla con todos los cánones estrictos
de aquel tipo de novela, en la pura práctica está en el lado
opuesto: allá donde hay duros detectives aquí hay una jovencita
tenaz, donde en aquella novela había elegantes gansters con
sombreros marca “borsalino” en ésta aparece rudos hombres de las
montañas de camisa raída y vaqueros gastados, aquéllas sucedían
en grandes ciudades, en ésta todo sucede entre montañas y
bosques... Y a pesar, también, de la utilización de la recreación
de ambientes -solitarios, boscosos, nevados, invernales-, que no
encaja en todos los tópicos de esa novela negra, a pesar de todo
eso... Woodrell escribe, y consigue, una novela casi clásica en la propuesta, en la formación, en la sensación y en esa rodada y suave
percepción que parece desprenderse de todás las páginas del libro-en el planteamiento, en el nudo y en el desenlace- y la tranquilizadora imagen de las frases que se concatenan como debieran, que los párrafos están en el orden
debido y que las hojas se pasan debido a que esperas con ansiedad lo que
sucede en el reverso. Todas esas cosas que, al menos yo, espero de la
lectura de una novela negra que te atrapa sin perdón. Todos los
olores de los libros viejos, de tapas rotas y envejecidas se me
acumularon súbitamente en la nariz y me recordaron la vieja
sensación que me atrapó hace ya años, pero con el sabor a fresco
de los dedos al tocar y pasar las blancas páginas del libro
nuevo.
“Los huesos de invierno” es la
historia de la adolescente Ree Dolly y de sus hermanos pequeños, su
madre loca y su padre Jessup. Y también de todos los habitantes de
las colinas de Ozarks: viejos, jóvenes, niños y niñas casi todos
fuera de la ley, para los que la metanfetamina y todos los tipos de
droga son su modo de supervivencia, sobreviviendo en un ambiente
hostil y salvaje, donde las conversaciones se cortan con cuchillo,
las relaciones se establecen sobre sangre, y la vida se rige por los
mismos valores que se regiría en una familia presa en una cárcel de
bosques y casas arruinadas. En ese ambiente Ree deberá encontrar a
su padre que ha huido dejando la casa y la tierra donde viven como
fianza de su excarcelamiento. Por lo tanto, la desaparición
supondría la perdida de la casa, y el caos para su familia. Por ello
encontrarlo será una necesidad y un deber para
ella.
Woodrell escribe sobre un país en otro
país, donde las viejas tradiciones y lo antiguo están, por
contraste, imbuidas en las formas de actuar de unas personas que viven
de las modernas drogas, donde la blanca nieve se enfrenta a un lugar
y unos ambientes oscuros y sucios, donde la quietud de la naturaleza
se enfrenta a la terrenal sucesión de hechos feroces e implacables.
Todo se enfrenta y nada parece sagrado excepto la leyes no habladas,
no escritas.
“ Los huesos de invierno” es una
novela violenta, aparece en lo que se dice, en lo que se piensa, en lo que se hace y en lo que no se hace, pero con un resplandor de esperanza; de rigor humano
sobre la imposible visión de un mundo tranquilo donde, por debajo
de una sociedad enferma, se descubren pequeñas raíces de brotes
recién nacidos, donde aunque debieran crecer como árboles malsanos,
también pueden crecer altos robles de cuerpo recto y firme. Quizás
sólo sea la impresión de que sobre toda la podredumbre del mundo
rige cierta actitud moral aunque sea sólo adaptada a esa vida que
viven.
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