domingo, abril 19, 2015

LA LIBRERIA de PENELOPE FITZGERALD





















LA LIBRERIA de PENELOPE FITZGERALD
The bookshop 1978
Edt. Impedimenta. 191 Pág



Cuando leo una novela de fácil lectura y no demasiado tamaño, siempre acepto el peligro de leerla deprisa, como si de un tenue soplo se tratara, y acabar con la impresión de haber dejado algo por el camino, no haberla suficientemente desmenuzado por la propia inercia de la lectura. Así que asiento el paso, freno mis ojos, y dejo que no sean los sentidos la que la analicen. Y me paro a reflexionar sobre lo leído una vez acabado el libro. Cierto es que se hace siempre, pero es esencial en el caso de este tipo de libros que desde su apariencia de inofensivos retratos de una ciudad, unas personas o unos momentos más o menos exóticos, más o menos amables, más o menos típicos, esconden, socavados, pozos de agua estancada, con ese salitre que corroe las construcciones, los acantilados y las almas inexorablemente.

Penelope Fitzgerald no habla, aunque parezca lo contrario, de libros o literatura en esta novela, se llama “La Librería” como podría haberse llamado “La sastrería"” o “ La Licorería” o “ El Colmado” las referencias literarias o acerca de libros no variarían el recorrido de la historia, nada que aportan esos temas haría diferente esta novela. Habla de otras cosas: de mezquindad, del clasismo imperante todavía en la sociedad inglesa -que supura por todos las heridas de la comunidad-, habla de cierta inexorabilidad de los acontecimientos para ciertos tipos de personas esa sociedad, de lo limitado que es el horizonte para una parte de los habitantes de ese pueblo, pero también habla, por contraposición, del coraje, de las ganas de vivir o de intentar aprender a sobrevivir con lo que se tiene entre las manos.

El recorrido de la novela por los ambientes y paisajes del libro, te hacen recordar viejas novelas inglesas sobre pintorescos pueblecitos marineros, donde las gaviotas, las olas, las casitas cerradas, los hoscos acantilados, largas playas, sus días lluviosos, su color gris, hasta su poltergeist de andar por casa, parecen dibujar un paisaje casi de postal de vacaciones, pero detrás esconde una ciudad encerrada en sí misma, donde el mar va devorando centímetro a centímetros sus costas, donde las personas son hurañas, donde parece que no ha pasado el tiempo y no parece que quieran que lo haga, donde parece que están aislados mental y geográficamente del resto del mundo. Y aunque pudiera parecer que la autora sólo utiliza la ironía -que lo hace en abundancia- lo que refleja es un mundo triste, desesperanzado, corto de miras y apático.

Los personajes están esbozados como si fueran parte de una pintura impresionista, pequeñas pinceladas, dibujan la personalidad de los habitantes del pueblo, pequeños puntos de colores, a veces brillantes y otros oscuros, configuran, claramente, los rasgos definitorios de su comportamiento. Hasta los diálogos son cortos, casi cortantes, para reflejar muchas cosas en pequeño espacio; con pocos elementos se define la totalidad. Así todo pasa rápidamente, casi bruscamente, y cada cosa que cuenta lo hace con el ahorro, casi la frugalidad, del que sabe lo que quiere contar y no necesita más espacio.

La historia, en sí, es simple: Florence Green una mujer solitaria de mediana edad, decide comprar un edificio histórico, para convertirlo en una librería. La dificultad es que un pueblo pequeño, donde las personas no alteran sus vidas por nada, a no ser que seas la mujer más rica del pueblo, que pretende que las cosas sucedan como ella quiere. Algunas personas la ayudaran, otras la zancadillearan, pero el camino, para ella, seguirá adelante.


wineruda

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