SEGUNDO LIBRO DE CRÓNICAS de ANTÓNIO
LOBO ANTUNES
segundo livro de crónicas 2004
Ed. Debolsillo 267 Pág.
Traduc. Mario Merlino
Las crónicas que de las que aquí
hablo son un punto intermedio entre la invención y el recuerdo, son
un traspiés en el filo de la ficción y la realidad. Son historias,
cortas, sobre pequeños mundos, universos enanos, que caben en el
puño de una camisa, caben, incluso, en la carga de tinta de una
vieja estilográfica, diría que parecen ocurrir en el tiempo que
tardas en cruzar una carretera en un viejo coche con tres marchas.
Son pequeños puentes entre el lector y el escritor, esbozos de
improbablemente factibles tiempos comunes, o de posibles historias
compartidas, o soñadas, o pensadas o...
Me recuerdo cavilando
cosas -asustado, irritado, esperanzado, engañado-, como si fueran
letanías de irritante necedad, que vuelven, no sé la razón, en las
páginas de los libros que me gustan. Parecen que los libros se hacen
grandes cuando hablan de lo pequeño.
“No se cuánto tiempo hace que
estoy aquí esperándote. ¿Quince minutos? ¿Media hora?¿Más?
Pienso: si pasan diez coches rojos y ella no viene, me marcho-
Pienso_ cuento de una a trescientos y si, al llegar a trescientos, no
apareces, pido la cuenta. Pasan doce coches rojos y me quedo. He
Llegado al cuatrocientos veintitrés y sigo esperando. Retrocedo del
cuatrocientos veintitrés al cero con la certeza de que al ciento
cincuenta te veo llegar...”
Me sorprendo a mí
mismo pensando -y doliéndome- lo mismo hace muchísimos años, quizá
todos, y me veo en alguna de las páginas del libro abstraído contemplando una pequeña caja donde mueren los recuerdos, entre fotos
viejas, caras asustadas y carnets olvidados. Me veo queriendo pensar
lo que alguien años después pensó por mí.
“Tuve siempre mucho miedo a los
fotógrafos: nos ordenan que nos quedemos quietos y comienzan a
observarnos, a rondarnos, a acercarse (...) y en esto un chasquido y
nos devoran, la órbita mecánica nos traga de repente, pasamos, como
los muertos, a un cuadrado de papel donde sin ser nosotros siendo
nosotros, donde nos convertimos en una cara sin tiempo y en una
sonrisa que no le pertenece a nadie
(yo no sonrío así)
y me esconde y me incomoda como un
bigote postizo, imposible ser natural si dejé de existir congelado
en ese gesto, en esa expresión, en esta actitud que nunca fueron
mías, ninguna persona es así, ningún ser viviente es así, estas
facciones tan serias sobre mis facciones fingiéndose alegres, ese
hombre mayor que yo...
Como la combinación
del sonido de las teclas de un piano puede crear tristeza o alegría,
como los sonidos de la noche pueden asustarte o animarte; las
palabras escritas son poseedoras no ya del efecto de rememorar en
nombre de otras personas, en nombre de escritores que usurpan y
asaltan tus recuerdos mimetizándolos con los tuyos, en una sucesión
de recuerdos asumidos por ti, como basurero que eres de memorias que
vas barriendo y asumiendo como tuyos; sino que son poseedoras
también, esas palabras escritas, del poder de cambiarte. Poderoso
poder: cambiarte. Son como una endoscopia contraria, una lobotomía
inversa, un perro rastreador de si mismo. Borbotones de ideas nacen
de los libros que te desnudan, y que desnudas, jirón a jirón, para
ir descubriendo que no eras tú el que pensabas, no eras, ni
siquiera, el que pensabas que pensabas.
“La vida es una pila de platos que
se caen al suelo”
Y te descubres en
los papeles, mirándote con una cara que no es tuya, un pelo que no
es tuyo, un idioma que no es tuyo, y recitas palabra por palabra lo
que lees y los descubres en tu memoria de años, un deja vu eterno
que parece que no acaba ni en las puertas del cementerio de ideas
que es donde comienza mi mente.
“El problema
de envejecer es que nos volvemos jóvenes”
Sí, lo recuerdo, eran-éramos- bárbaramente
jóvenes, siempre jóvenes, hasta les-nos- bajaban el ritmo de los latidos, bajaban las luces,
subían los ánimos o crecían los silencios, pero entonces era cuando nacían, a
pesar de todo, las historias de cuando eran -eramos- más jóvenes y hacían esto
y aquello, que, incluso ahora, aún seríamos -sí, seríamos- capaz de hacer, con más dignidad incluso. Entonces empezaban -y empiezan- las crónicas de una vida -las largas peroratas-, los recuerdos y los inventos
desgranados en pocas palabras, entre surtidores de risas y
enjabonadores de lágrimas.
Y entre todas las
crónicas, punto medio, como dije, del cuento y de la realidad,
aparecen las historias sobre pobres viejos amores, sobre parejas
rutinarias, sobre ruinas compartidas, sobre ilusiones olvidadas;
esas cosas que parecen ser clavos que afirman, que te sustentan, en
la realidad de la vida, esa de la que no te hablan en la escuela,
esa de la que no naces aprendido,-nadie nace para estar solo-. Pero
determinadas historias se elevan por encima y te pintan oscuros
momentos, imperdonables recuerdos, viejas cosas inolvidables,
pérdidas eternas, recuerdos dolorosamente amados, insatisfechas
memorias, yermos antiguamente labrados por la vigencia del amor....
“Con los años la muerte se va
haciendo familiar. No digo la idea de la muerte ni el miedo a la
muerte, digo su realidad. Las personas que queremos y se han ido
amputan cruelmente partes vivas nuestras, y su falta nos obliga a
cojear por dentro. Parece que no sobrevivimos a los otros sino a
nosotros mismos, y observamos nuestro pasado como algo ajeno: los
episodios se disuelven poco a poco, los recuerdos se diluyen, lo que
hemos sido no nos dice nada, lo que somos se estrecha. La amplitud
del futuro de antaño se reduce a un presente exiguo. Si abrimos la
puerta de la calle lo que hay es un muro. En nuestra sangre circulan
más ausencias que glóbulos”
La imposibilidad de
hablar sobre todas las crónicas que aparecen en los escritos de Lobo
Antunes, me ha permitido elegir ciertos momentos, destellos que me
alumbraron, me evocaron, momentos concretos de mi pasado, o de mi
improbable futuro, o de mi esencia como ser que a veces piensa.
Podrían haber sido otros, podrían ser otras hojas, otras frases,
otras memorias, otras luces encendidas, pero estas se reflejaron en
el espejo y en el iris de mi imagen me vi a mi mismo desdibujado y a
la vez reproducido con mimo, con detalle. No afirmo, no lo haría
nunca porque para eso no sirve la literatura, que haga el mismo
efecto al próximo lector, sería extraño, pero sí encontrará el
que se embarque en el viaje por estos recuerdos y por estas
historias, que algo lo atrapa, le parecerá que lo han pillado
desnudo enfrente de una multitud, o bebido a la puerta de la
habitación de tus padres, entonces cuando eras joven.
Un pequeño
momento, para unas pequeñas historias, acaso no son nada, pero como
dije antes : acaso el secreto de la literatura se encuentra en
parecer pequeño lo que en realidad es gigante.
wineruda