EL IMITADOR DE VOCES de THOMAS BERNHARD
Der Stimmenimitator 1978
Ed. Alianza 140 Pág.
Trad. Miguel Sáenz
Me hace sentir joven leer a
Bernhard, con su mal humor proverbial -ese que convierte hasta sus
libros de humor en ejercicios extra-escolares para demostrar que el
mundo se puede desmontar-, con su sincera crueldad para con el cosmos,
con esa ganas de destrozar estos ríos y estos valles llenos de
infelices. Me hace sentir joven porque me recuerda cuando veías
claramente, allá cuando rondábamos la rebelde juventud, los fallos
del mundo, los graves errores, las evidentes carencias de este sucio
lugar donde vivimos. Y nosotros, durante aquella rebelde juventud,
que podíamos vestír arriesgados pantalones, desgarradas camisetas -qué frío-,y, sí,
cantábamos y oíamos punk y ska y mirábamos mal a los mercaderes y bandidos con
cartera. Se nos pasó, o nos domesticaron con facilidad -éramos
carne de cañón para un mundo controlado ya hacía mucho-. Acaso no podíamos estar
de ese radiante buen mal humor todo el rato, o no supimos hacerlo de
otra manera. Pero me hace sentir joven Bernhard porque él sí supo
que hay que ser diferente y contestatario siempre y en todo lugar y
tiempo. No domaron a este austríaco que maniataba a los aduladores,
perseguía con sus plumas de acero a todos los vampiros con imagen en
el espejo que lo acosaban -premiadores, aparcacoches, lastradores del
mundo, de Austria-. No consiguieron que escribiera novelas fáciles
para el adinerado gran público.
Y la multitud de cuentos -cortitos- que
componen este libro, son como un mirada irónica, son certeros como
un disparo de película de Hollywood, son sabios como una madre
múltiple; y nos muestran la vida que pasea por la alfombra roja,
bajo aquellos focos, que probablemente caerán y matarán a algún
protagonista; porque ,eso sí, Bernhard, en este librito, mata y mata y mata
y mata como si de verdad hubiera un mañana, ¿Merecidamente? Pues
a veces lo son por descuido, otras por la imbecilidad del universo,
otras por la crueldad inútil del asesino, otros por razones
evidentes, otras porque son víctimas de esa cruel lógica de la vida
actual en manos de asesinos torpes, otros estaban corriendo ese
riesgo....el de ponerse bajo el foco que sujeta Bernhard, y algunas
veces no es que los suelte sino que los arroja con
fuerza...enchufados a algo de gran potencia. Y los cuentos -cortitos-
nos hablan de todo y todos: de vacas, de trenes, de cerveceros, de
queseros, de jueces, de abogados, de filósofos, de médicos, de
leñadores, de vaqueras, de ahogados... Todos culpables o víctimas de
la afilada ironía, del sincero buen mal humor, de la bárbara mirada
malévola del autor que nos los devuelve o muestra
en forma de esquelas luctuosas con adornos florales, o contundentes noticias de
periódico -cortitas- que hablan-sin piedad- de la maldad y torpeza
humana.
Me hace sentir joven, también, porque
me ha devuelto una de esas palabras que no has usado en mucho
tiempo, no por nada especial, sino porque se nos caen sustantivos
por el camino, y es la palabra “sorna”. No es nada singular, no
es rara, pero es muy adecuada para este libro. Me brotó en la boca
en cuanto leí el primer cuento-cortito-. Si no hubiera muerto joven,
Bernhard, diría que era un tipo que miraba el mundo desde sus muchos
años y soltaba bofetadas a diestro y siniestro, para que aprendas
como era el mundo, como un obispo en aquel sacramento, la “Confirmación”
-¿aún existe?-para que se acordaran no solo de él, sino para que
recordaran que el mundo va de eso: de gente absurda, en situaciones
absurdas, con muertes absurdas y vidas absurdas.
Me hace sentir joven porque el primer
libro de Bernhard que leí fue hace muchos años y este me ha
recordado sus figura potente detrás de las palabras, pero, eso sí,
no su estilo en las novelas, que para nada es este. Y digo esto
porque un día leí, no sé dónde, que este era un libro para
“aprendices de lectura de Bernhard”, y lo cierto es que no,
porque este libro comparte, al menos con los libros que he leído de
él, temas recurrentes -el frio, la soledad, la muerte, lo malvado..-
comparte esa visión irónica y pesimista de el mundo, pero no
comparte el rasgo más evidente de sus novelas: su estilo. Lo que
hace diferente, -y no fácil.- para mí, de Bernhard, es su estilo al
escribir que no es el de estos cuentos -cortante, ágil, sucinto,
casi de antiguo telegrama- quien se introduzca en su literatura que
no tome este libro como ejemplo de futuras lecturas suyas....Por
avisar...
Me hace sentir viejo que haya acabado
este libro -por segunda vez- y entiendo que no lo volveré a leer
-hay tantos-, pero siempre queda, cuando acabas un libro que te ha
gustado, ese regusto amargo de abandonar ese universo para siempre,
de no volver a pisar aquellas letras.
wineruda