RIMBAUD EL HIJO de PIERRE MICHON
De los muchos Rimbaud que hay: Rimbaud genio, Rimbaud joven,
Rimbaud herido, Rimbaud huyendo, Rimbaud harto de escribir, Rimbaud amante, Rimbaud
malhumorado, Rimbaud naciendo…Michon elige Rimbaud hijo, que no excluye a los
demás, es más los incluye, pero hace un aparte, acentúa, una parte del poeta,
la de su madre. Ella, dominante, viuda sin finado, la exigente, la rígida
educadora, la que sostiene la familia, pero también es la que pone en el cielo
el sol y en la tierra el mando de la familia Rimbaud. ¿Cuánto de ella hay en el carácter del poeta? o ¿Cuánto contra ella hay en su vida? No sé, tampoco importa, o ¿El
peso de las almas no se compensa como plumas de grúa con los contrapesos?, ¿no se
compensa el peso de las almas con los de la vida, con los conocimientos, los sufrimientos,
con las vueltas las huidas? Saber más es como intentar recoger cosechas donde
solo se plantaron soplidos, hálitos de respiración o de viento inocuo.
El libro es una región extraña, es el camino por el que
Michon desvía a Rimbaud del camino oficial, del camino de las biblias, las
vulgatas, que definen la vida del poeta, las que la sajan, y sacan sangre y
supuestas verdades, y la vuelven a coser para ofrecer a los dioses de la
historia o en su defecto a los institutos de enseñanza con ejemplares
profesores que acaso harán amar u odiar a Rimbaud a sus alumnos. Michon va
por el camino de al lado, ese que resulta cuando viajas en tren y te adelantan
por la carretera justo al lado de las vías, coches y camiones sobrepasando la
velocidad y la tranquilidad, para llegar a ninguna parte, y tú en el tren ves,
por un momento, vidas pasar, otras vidas, como si fueran postes de luz
arrancados de la tierra para huir a alguna parte, a alguna…
Pecaré de lo que suelo pecar cuando acabo un libro que voy a
adorar toda la vida, la verdad es que me dejo pecar, me encanta decir que este
es uno de los mejores libros que he leído nunca. Me permito decirlo porque,
quizá, no llegarán otros y seré feliz al menos estos instantes, sí. A nadie le importará, pero si lo hiciera,
deben saber que pasear por estas hojas es un delicado movimiento de lectura, un
pasear por un bosque con hojas que se rompen entre los pies y la niebla se
eleva para taparlo todo: tú, lo verde y lo marrón de los árboles, lo gris de la
niebla, el ruido suave del paso en las hojas que acarician y rompen a la vez,
un lugar amniótico. En el caso del libro es el mismo paseo, es la belleza de lo
escrito, los pasos que recorre, los pasillos estrechos y las grandes avenidas
repletas de voces calladas, son las palabras, el montaje, la construcción del
edificio, grande, opulento, que remite a todo, que lo añade todo, y el paso
suave por las hojas ya muertas de Rimbaud (y con él el recuerdo que tengo de
sus poemas que lo acompañan), todo hace un lugar que parece parir un mundo relleno
de arte.
La vida de Rimbaud recorrida como si fuera un túnel en el
que van apareciendo habitaciones, o mejor, ventanas enormes a paisajes y figuras
que conforman y reconstruyen, paso a paso, la posible, vida de Rimbaud, otra
vida. Por un parte son los profesores o los poetas que lo acompañaron en el
cortísimos paso de su paso por la poesía, los que Michon utiliza desde su
primera persona que describe todo que lo analiza , todo lo que juzga, el narrador es absolutamente subjetivo (ama, odia, explica, se desdice, escupe, miente, exagera...) de la misma manera que lo es un tipo que ama lo que hace; que
pregunta por las cosas que pasaron y las que pudieron pasar: el es el narrador, es Michon, es el fantasma de los poetas pasados, es el fantasma de los profesores de
literatura que no fueron … no sé…es alguno de ellos… Él hace que deriven los
personajes y hace que describa y se dirija al lector y le pregunte, o, a veces, esté en la cabeza de Rimbaud cuando
se dirige a casa de Theodore de Banville, a enseñar,-infante nervioso-sus
poemas, ¿Nervioso? acaso no. O , aparece, como Verlaine amenazando borrachos con sus
pistola, o de repente es el hombre que ve subir al coche de caballos en Londres a pesar
de la espesa niebla a los dos poetas enamorados. El narrador, Michon, los fantasmas... dan una explicación a su amor
y a su odio: alguien la da... si el fantasma de los escritores futuros lo dice... será
así...
La forma de escribir de Michon, no deja de ser un camino con
aristas, con dificultades, un lugar en el que sale y entra de temas, abre puertas
que cierra, abre temas , la primera persona, el narrador omnisciente, pero también
creador y matador, dios de letras tapizadas de plata, voz de los que no leen
vulgatas, vulgar narrador de inventos. Sí, él, el que reconstruye o recuerda personajes
que debes conocer, pasea por precipicios, pasea por calles concurridas o por
tejados sin cuerdas, pasea siempre pasea de la mano de ideas, rapidez de ideas,
desbordante de ideas y formas, humor, saber… El presente del lector se une al pasado
del poeta que es presente porque, el narrador,
todo lo sabe, pero de Rimbaud todos
sabemos, todos hemos entrado en sus escuelas como en sus versos, en sus poemas
como en su casa, en su huida como en nuestras sorpresas. Pero en los pasos del narrador, aquí, es
presente: hay dos presentes, el presente que explica al lector y el presente de
Rimbaud, siempre lo es, todo es realidad, todo es verdad, todo es como debe ser
la literatura: juego, pasión, belleza y pasos estrechos por caminos de
montañas, que llevan a nuevos valles.