martes, septiembre 06, 2016

SEGUNDO LIBRO DE CRÓNICAS de ANTÓNIO LOBO ANTUNES





















SEGUNDO LIBRO DE CRÓNICAS de ANTÓNIO LOBO ANTUNES
segundo livro de crónicas 2004
Ed. Debolsillo 267 Pág.
Traduc. Mario Merlino

Las crónicas que de las que aquí hablo son un punto intermedio entre la invención y el recuerdo, son un traspiés en el filo de la ficción y la realidad. Son historias, cortas, sobre pequeños mundos, universos enanos, que caben en el puño de una camisa, caben, incluso, en la carga de tinta de una vieja estilográfica, diría que parecen ocurrir en el tiempo que tardas en cruzar una carretera en un viejo coche con tres marchas. Son pequeños puentes entre el lector y el escritor, esbozos de improbablemente factibles tiempos comunes, o de posibles historias compartidas, o soñadas, o pensadas o...


Me recuerdo cavilando cosas -asustado, irritado, esperanzado, engañado-, como si fueran letanías de irritante necedad, que vuelven, no sé la razón, en las páginas de los libros que me gustan. Parecen que los libros se hacen grandes cuando hablan de lo pequeño.


No se cuánto tiempo hace que estoy aquí esperándote. ¿Quince minutos? ¿Media hora?¿Más? Pienso: si pasan diez coches rojos y ella no viene, me marcho- Pienso_ cuento de una a trescientos y si, al llegar a trescientos, no apareces, pido la cuenta. Pasan doce coches rojos y me quedo. He Llegado al cuatrocientos veintitrés y sigo esperando. Retrocedo del cuatrocientos veintitrés al cero con la certeza de que al ciento cincuenta te veo llegar...”

Me sorprendo a mí mismo pensando -y doliéndome- lo mismo hace muchísimos años, quizá todos, y me veo en alguna de las páginas del libro abstraído contemplando  una pequeña caja donde mueren los recuerdos, entre fotos viejas, caras asustadas y carnets olvidados. Me veo queriendo pensar lo que alguien años después pensó por mí.



Tuve siempre mucho miedo a los fotógrafos: nos ordenan que nos quedemos quietos y comienzan a observarnos, a rondarnos, a acercarse (...) y en esto un chasquido y nos devoran, la órbita mecánica nos traga de repente, pasamos, como los muertos, a un cuadrado de papel donde sin ser nosotros siendo nosotros, donde nos convertimos en una cara sin tiempo y en una sonrisa que no le pertenece a nadie
(yo no sonrío así)
y me esconde y me incomoda como un bigote postizo, imposible ser natural si dejé de existir congelado en ese gesto, en esa expresión, en esta actitud que nunca fueron mías, ninguna persona es así, ningún ser viviente es así, estas facciones tan serias sobre mis facciones fingiéndose alegres, ese hombre mayor que yo...


Como la combinación del sonido de las teclas de un piano puede crear tristeza o alegría, como los sonidos de la noche pueden asustarte o animarte; las palabras escritas son poseedoras no ya del efecto de rememorar en nombre de otras personas, en nombre de escritores que usurpan y asaltan tus recuerdos mimetizándolos con los tuyos, en una sucesión de recuerdos asumidos por ti, como basurero que eres de memorias que vas barriendo y asumiendo como tuyos; sino que son poseedoras también, esas palabras escritas, del poder de cambiarte. Poderoso poder: cambiarte. Son como una endoscopia contraria, una lobotomía inversa, un perro rastreador de si mismo. Borbotones de ideas nacen de los libros que te desnudan, y que desnudas, jirón a jirón, para ir descubriendo que no eras tú el que pensabas, no eras, ni siquiera, el que pensabas que pensabas.

La vida es una pila de platos que se caen al suelo”

Y te descubres en los papeles, mirándote con una cara que no es tuya, un pelo que no es tuyo, un idioma que no es tuyo, y recitas palabra por palabra lo que lees y los descubres en tu memoria de años, un deja vu eterno que parece que no acaba ni en las puertas del cementerio de ideas que es donde comienza mi mente.

El problema de envejecer es que nos volvemos jóvenes

Sí, lo recuerdo, eran-éramos- bárbaramente jóvenes, siempre jóvenes, hasta les-nos- bajaban el ritmo de los latidos, bajaban las luces, subían los ánimos o crecían los silencios, pero entonces era cuando nacían, a pesar de todo, las historias de cuando eran  -eramos- más jóvenes y hacían esto y aquello, que, incluso ahora,  aún seríamos -sí, seríamos- capaz de hacer, con más dignidad incluso.  Entonces empezaban -y empiezan- las crónicas de una vida -las largas peroratas-, los recuerdos y los inventos desgranados en pocas palabras, entre surtidores de risas y enjabonadores de lágrimas.


Y entre todas las crónicas, punto medio, como dije, del cuento y de la realidad, aparecen las historias sobre pobres viejos amores, sobre parejas rutinarias, sobre ruinas compartidas, sobre ilusiones olvidadas; esas cosas que parecen ser clavos que afirman, que te sustentan, en la realidad de la vida, esa de la que no te hablan en la escuela, esa de la que no naces aprendido,-nadie nace para estar solo-. Pero determinadas historias se elevan por encima y te pintan oscuros momentos, imperdonables recuerdos, viejas cosas inolvidables, pérdidas eternas, recuerdos dolorosamente amados, insatisfechas memorias, yermos antiguamente labrados por la vigencia del amor....



Con los años la muerte se va haciendo familiar. No digo la idea de la muerte ni el miedo a la muerte, digo su realidad. Las personas que queremos y se han ido amputan cruelmente partes vivas nuestras, y su falta nos obliga a cojear por dentro. Parece que no sobrevivimos a los otros sino a nosotros mismos, y observamos nuestro pasado como algo ajeno: los episodios se disuelven poco a poco, los recuerdos se diluyen, lo que hemos sido no nos dice nada, lo que somos se estrecha. La amplitud del futuro de antaño se reduce a un presente exiguo. Si abrimos la puerta de la calle lo que hay es un muro. En nuestra sangre circulan más ausencias que glóbulos”


La imposibilidad de hablar sobre todas las crónicas que aparecen en los escritos de Lobo Antunes, me ha permitido elegir ciertos momentos, destellos que me alumbraron, me evocaron, momentos concretos de mi pasado, o de mi improbable futuro, o de mi esencia como ser que a veces piensa. Podrían haber sido otros, podrían ser otras hojas, otras frases, otras memorias, otras luces encendidas, pero estas se reflejaron en el espejo y en el iris de mi imagen me vi a mi mismo desdibujado y a la vez reproducido con mimo, con detalle. No afirmo, no lo haría nunca porque para eso no sirve la literatura, que haga el mismo efecto al próximo lector, sería extraño, pero sí encontrará el que se embarque en el viaje por estos recuerdos y por estas historias, que algo lo atrapa, le parecerá que lo han pillado desnudo enfrente de una multitud, o bebido a la puerta de la habitación de tus padres, entonces cuando eras joven.

Un pequeño momento, para unas pequeñas historias, acaso no son nada, pero como dije antes : acaso el secreto de la literatura se encuentra en parecer pequeño lo que en realidad es gigante.

wineruda

jueves, julio 28, 2016

EN LAS MONTAÑAS DE HOLANDA de CEES NOOTEBOOM


















EN LAS MONTAÑAS DE HOLANDA de CEES NOOTEBOOM
in nederland 1985
Siruela 153 Pág
Tradc. Felip Lorda i Alaiz


Si me pongo a barrer, o mejor, si me pongo a pasar el plumero en una habitación llena de polvo, todo el mundo sabe que apenas servirá para moverlo de un sitio a otro: lo que antes conformaba una capa fina encima del aparador, ahora estará en la mesita de café. Son los mismos pedacitos de tu piel que muda, de arena del alguna playa lejana que ha entrado por la ventana, de polen que ha llegado de las montañas, de cemento de la ciudad que se descompone...; pero redistribuidos con distinto orden; minúsculos reordenamientos que conforman un paisaje diferente solo vistos por los múltiples ojos de algún animal de microscopio. Cees Nooteboom sopla con fuerza acertada y descomunal en un cajón donde guardaba los apuntes sobre cuentos de hadas, sobre la literatura, sobre viajes, sobre la forma de ver el mundo, sobre el lenguaje, sobre lo real y lo irreal, sobre la vida..., y estos se elevan hacia el techo para posarse, como si un rompecabezas se tratara, de una forma concreta, en esa en las que todos los pedazos encaja, sorprendentemente han caído en la postura adecuada y en el momento perfecto, como si estaríamos jugando a aquel viejo juego del “TETRIS”.

Pero no querría dar un sentido de desorden o de improvisación con la comparación de párrafo anterior, solo expresaba la magia que se posee para conformar una novela con la suma de otras que en apariencia están enfrentadas: metaliteratura, hadas, viajes, circo, amor, sexo, violencia, magia, injusticia, justicia, pobreza, muerte..

Un viejo escritor aficionado español reescribe en holandés, sentado en el pupitre de una escuela nacional, un cuento de hadas de Hans C, Andersen. La realidad está en ese pupitre zaragozano en una noche de verano mientras fuma “Ducados”, ese es tu acompañante que se sienta junto a ti, verdadera como una luna vacía en invierno, y es el que te hace creer que la historia que él esta inventando es la vida real, casi contada al instante de haber sucedido; como cuando una hermosa pareja -inigualablemente bella- de ilusionistas -Kai y Lucía-son llevados a las montañas del sur de Holanda-que no existen, pero que puede que lo hagan-, para poder sobrevivir de su trabajo y... para poder demostrar -por orden del escritor-que su amor está más allá de las palabras y los lazos de la costumbre.

Pero Alfonso Tiburón de Mendoza, inspector de carreteras y escritor aficionado de tiradas escasas, no te cuenta una historia llana e inamovible como una carretera sin montañas, no. Él habla de literatura, de la forma de contar historias en las que el autor es un dios creador; es padre, hijo, pero también es personaje -es mortal-, porque debe dejarse llevar por este último para crear. No puedes ser dios si no tienes creyentes, no puedes -¿o no debes?-ser autor si no has sido actor. Debes dejar que tus personajes tomen sus caminos, que los paisajes cambien de una hoja a otras, que el olor del ducados traspase la hoja que escribes y llegue a la nariz de tus personajes. Y son las palabras las que modelan la literatura y por ello están predispuestas a ser polísémicas, homónimas, sinónimas o antónimas. Todas vivas y que, además, recrean tanto el mundo del autor como el mundo del lector, son animales vivos que parecen nacer y morir en solo unas frases para volver a renacer en otros idiomas y en otras historias que no cuentan lo mismo.

Así el cuento es una tiovivo en el que miras a una pareja joven elevándose  y bajando en sendos caballitos de madera, y al momento aparece una rufián en un coche de policía, y al instante la rueda te enseña un payaso que se eleva en una pelota que flota en aquella vieja barraca, y a la Reina de las nieves volando en un nube blanca como la espuma de afeitar. Y sobre el tiovivo de juguete un escritor que va moviéndolo con la vieja manivela que despide un olor a aceite de engrasar y a tinta de engatusar.


Y aquel cuento infantil de Andersen en la que una niña, Gerda, busca a Kay, su novio, y lo encuentra y lo revive en el palacio de la Reina de las Nieves; se convierte en este libro en un cuento sobre la vida contemporánea, una visión sobre el sur pobre y el norte rico, sobre incomprensión, sobre sexo, sobre amor, sobre salvación , sobre creencias, sobre búsquedas, sobre corrupción... El viejo cuento de hadas ha cambiado en el nuevo cuento sobre la perdida de la inocencia. Ya no existen principies azules ni princesas perfectas, aquello se acabó en cuanto un escritor - Alfonso Tiburón de Mendoza- escupió la saliva con sabor a tabaco negro del fuerte sobre el pupitre en los que los niños escribieron unos meses antes sobre dónde vivía Papa Noel, o sobre qué era la felicidad...

Los libros son para interpretar y puede que otro que lo lea, entienda que en realidad, que de verdad, esta es una novela sobre el amor, sobre la vieja historia de la pareja unida para siempre -comiendo perdices-, sobre entender la literatura como creación continua -mentira y verdad al mismo tiempo-. También, sí,  yo lo creo porque es incluso eso...: el cubo está vacío por los agujeros del fondo y el autor y el lector han hecho un pacto para que la fuente siempre esté llenándolo.


wineruda

sábado, julio 02, 2016

LA MUERTE DE CARLOS GARDEL de ANTÓNIO LOBO ANTUNES





















LA MUERTE DE CARLOS GARDEL de ANTÓNIO LOBO ANTUNES
a morte o Carlos Gardel 1994
Siruela 328 Pág.
Trad. Mario Merlino



En un mercado de voces y miradas este sería el puesto más abarrotado, ese que contiene todas las visiones y todas las explicaciones sobre una situación o una relación, una historia, o un, simple, instante. Desde el centro de un figurado Zigurat en el que en la punta está Nuno en la camilla, a punto de morir, todos los caminos ascienden hacía él, pero, también, descienden de él. No hay sitio, lugar, conversación, caricia, desprecio, mirada, media verdad, insulto, reflexión o afirmación que, nacida desde la mirada vacía de Nuno en esa camilla, no lleve al pasado o al presente, incluso al futuro, de los personajes que lo han rodeado en su vida, los que han rodeado a estos, y los que los rodearán. Parece que cada minuto de existencia está estampada en aquellas miradas o estas voces que parecen querer recordar y que se los recuerde, como un papiro egipcio que quiere contar su historia antes que se convierta en polvo del tiempo.

“La muerte de Carlos Gardel” es una sucesión de monólogos que cuentan la visión de la vida de ellos mismos y de las personas que los rodean, que a la vez hablarán sobre aquellos. Sus versiones se entrecruzarán y mentirán sobre ellos y sobre los otros personajes, desvirtuarán otras versiones, saltarán sobre silencios, bajarán de las nubes de inocencia, explotarán de rabia, limpiarán su imagen... Todas esas miradas, en realidad,  nacerán desde la puerta del hospital donde Nuno, un drogadicto con el hígado destrozado, está a punto de morir. Sus padres divorciados, sus nuevas parejas, su tía, la novia de esta, el mismo Nuno, abrirán la puerta de su mente para contarnos y  enseñarnos de dónde vino este presente, cómo llegaron a ser lo que son, por qué son las cosas así. Toda una cadena de promesas rotas, vidas desparejadas, soportales para no enamorados, vigilias para nada, besos vacíos y niños que no llegarán a ninguna parte.

El libro posee una mirada oscura sobre las relaciones de pareja, donde todo sucumbe al paso del tiempo, incluso desde el primer segundo del nacimiento de su vínculo. Nada parece sostener la vida en común más que la inercia, la inaguantable inercia que parece caducar y nacer mil veces por día y que se hace insoportable, pero que la cobardía o el miedo a estar solos la hace invisible, podridamente invisible. Y ese enfrentamiento, ese no saber vivir, ese no saber dónde se encuentran cada uno, esa despreciable impotencia, es la que hace sufrir a los hijos y a los más débiles, perdidos en un desierto de desencuentros y maldades no planeadas, de rutinas ideadas como mejor manera de soportar la presencia de un ser que parece sobrar, no ser nada. Y el mundo, el universo de cada uno de ellos,  sufre, se avejenta entre el paso del tiempo, entre chillidos de las mismas gaviotas que gritaban hace mil años, y el mismo rio que parece inmutable al paso de los cielos sin nubes, y las mismas personas que parecen no mudar la piel ni con el paso de las estaciones. Y la angustia no desaparece, nada la hará desaparecer, porque el desconsuelo nace desde la cima de aquel Zigurat, y parece desprenderse por el mundo como aquellos idiomas se desprendieron y cayeron desde la Torre de Babel.

Pero, a pesar de todas esas sensaciones oscuras que parecen derretirse y gotear desde las líneas del libro, el texto es una obra de arte, como las mismas canciones de la inigualable voz de Gardel que son expresiones de tristes de huidas, desamores, perdidas, desalientos, amores secretos; aquí es un susurro escrito por Lobo Antunes, en las que cuenta con una suavidad poética, con palabras tejidas con cuerdas de guitarra, con la brisa suave que desprende el agujerito de un bandoneón roto, con un estallido de palabras conversas, de las que abandonan el sentido normal para entonarse como una melodía nueva, que a veces se repite para recalcarse y, a veces, se inventa de nuevo para describir las cosas más tristes, las miradas más huecas, las muertes más instruidas; de la manera más terriblemente hermosa: como una sangre color arco iris, o una herida en la que supura oro verde, o una mirada gris bala. Es inaudita la capacidad que tiene Lobo Antunes para crear luz desde los mundos oscuros con bombillas de frágil delicadeza. Hasta, incluso, inventar en este libro una malvada fuente luminosa de humor negro, muy negro.

Y..¿qué pinta el gran Carlos Gardel muerto en la novela? Pues lo cierto es que es una mirada triste a la búsqueda de algo diferente fuera de ti, es un descubrir mundo nuevos donde no existen, es vivir apegado a un sueño y querer convertirlo en verdad, porque sí; como el que juega a la lotería todos los días de su vida, convencido que el próximo será su día, porque él es especial. Así, en la novela, Gardel es la lotería, la válvula de escape, el anhelo irreal de todos nosotros, pobres de todo...hasta de sueños.

Wineruda

viernes, junio 24, 2016

EL ENCIERRO DE LAS BESTIAS de MAGNUS MILLS






















EL ENCIERRO DE LAS BESTIAS de MAGNUS MILLS
The restraint of beasts 1998
Ed Círculo de Lectores 183 Pág
Trad, Mariano Antolín Rato






El otro día escuchaba una canción en la radio, no recuerdo si era una versión o una original, y se notaba que estaba todo bien planeado y ejecutado, probablemente con la perfección de la informática. La mujer que cantaba tenía buena voz, y el conjunto era aseado y técnicamente bueno. Pero... era algo sin alma, anémicamente vació, una sucesión de notas huecas de sentido, como un fuelle tocando un saxofón o una vaca tocando el tambor con la cola. Inercia, pura inercia. Una cantante que quería ganar dinero sin dar nada a cambio. “El encierro de las bestias” tiene algo de aquello -bien ejecutado y planeado...- y, en apariencia, algo de nota hueca, de fuelle tocando el saxofón. Pero no, no es cierto, eso es solo la forma exterior; el libro tiene espíritu y entrañas. Notas, en el reverso de lo que parece poner, que algo bulle entre sus páginas. Sus textos embutidos en una simpleza fingida, destilan malvada ironía, de humor crudo sin añadidos. Imagínate que oyes un adagio que suena triste y tranquilo, tu mente comienza a huir a sitios lejanos, pero, de repente, un estruendo rápido y contundente, agita la melodía apenas un segundo, asaltando tus pensamientos y acelerando el corazón, “El encierro de las bestias” tiene algo de eso, pero como sin mala intención, como si el estruendo era algo que lo provocaron las circunstancias mientras pasaban por tu lado.


El libro es la historia de la monótona vida de unos colocadores de cercas para ganado que trabajan para una empresa escocesa. Ellos, dos jóvenes desarrapados y descuidados escoceses y un encargado inglés, se van moviendo por diferentes lugares haciendo su trabajo, hasta que les encargan un trabajo en un pueblo del sur, en Inglaterra. Allí les tocará colocar la cerca en un pueblo aburrido, donde beber cerveza, gastando todo su dinero, y mirar las pocas chicas que se mueven por los pubs, es su única forma de vida ajena al trabajo; iba a decir diversión, pero no sería la palabra correcta, porque ellos se movían por impulsos rudimentarios: comer, fumar, beber, trabajar, volver a beber y dormir. No ganaban para vivir y, tampoco, vivían para ganar. La rueda giraba inalterable todos los días, iguales hasta en lo distinto: así, la muerte les irá acompañando por sus trabajos de una manera inconsciente, casi inalterable, como si fuera la razón de la existencia, o, al menos, algo inherente a la labor que les ha sido encomendada.


Desde los tres protagonistas, hasta la legión de personajes que aparecen en sus aledaños, todos, tendrán una manera de mirar al mundo casi circunspecta, grave, a la manera de un Buster Keaton moderno, al que la vida no parece ni rozarle, y, si lo hace, no afectará a su ánimo ni a su templanza. Las más graves o las mas tontas de las circunstancias no tienen diferencia, asaltan sus dudas de la misma manera: es lo mismo un corcho en el suelo que un cadáver en el patio. Por lo tanto, la única conclusión posible que da esta descripción del libro, sí, es que es un festín de humor negro, oscuro como la boca abierta de un muerto, como la noche inglesa cuando cierran los pubs y se acaba el mundo. Toneladas de mal genio abarrotan los textos, hasta la vulgar mirada de un perro o la palabra intencionadamente inocente del escritor remite, más tarde, a una imagen o situación que no se espera. La totalidad del libro es, en realidad, una patada en el culo de la condición británica de ver el mundo, de pasear sus miserias, de sus trabajos mal pagados, de sus relaciones personales vacías, de sus mundos aburridos. ¿Condición solo británica? Pues no... la globalización nos lleva, como borregos hacia el matadero, hacia el interior de las cercas electrificadas para bestias que van apareciendo; sean con forma de televisión, de periódico, de bar, de campo de fútbol, de música cenicienta, de sueldos flacos, de pan, agua y circo.

Como un sueño tras una noche de desenfreno de alcohol, esas que el vapor etílico de tu propio sudor todavía emborracha, ese que es víspera de una resaca pastosa; este libro es una pesadilla de las que repites tu vida, una y otra vez, pero, en las pequeñas cosas, en las más nimias, es donde vas a descubrir la realidad de tu vida, la interpretación de tus comportamientos, el resultado final de lo que has hecho. Leer este libro acechando cada detalle, hasta el que te parezca inservible, es la manera de adentrarte en la historia que cuenta, conocer todos los matices, los dobles sentidos, y comprender todas sus maledicencias para con sus personajes. Para, en pocas palabras, reírte de todos y de todo.

Wineruda





lunes, junio 13, 2016

MEMORIA DE ELEFANTE de ANTÓNIO LOBO ANTUNES

MEMORIA DE ELEFANTE de ANTÓNIO LOBO ANTUNES
memória de elefante 1979
Ed Mondadori 152 Pág
Trad. Mario Merlino


Me rindo, bajo el puente levadizo, dreno el foso, destruyo la barbacana, y dejo que pase, que pasee como por su casa, que lo es, António Lobo Antunes.

 No me resulta fácil imaginar cómo se puede abastecer de belleza a todas y cada una de las 152 páginas que componen el libro sin saltarse una línea, y rellenarlas de lúcidas imágenes que sortean entre ellas el número que gana el momento de salir, sorteando los obstáculos con forma de semáforos de las calles vacías de ideas. Imágenes donde la hierba crece por doquier y de la que, al pisarla, se levantan cientos, miles, de palabras. Salen como los mosquitos que nacen de las aguas empantanadas; aguas cargadas de alimento, dueñas del placer de la quietud, de la corriente estática. Igual situación a la que que necesitan los verbos para nacer del pensamiento, ese que parece salir de donde nada ocurre, del lecho calmo de su río, pero que, en realidad, es el mayor generador de huracanes en el mundo. Como si Deep Purple pusiera en la plaza de mi pueblo altavoces a toda potencia mientras canta “Child in time” . Los agudos harán saltar los cristales de las ventanas, y los graves, levantar las faldas de las ancianas que miran con asombro como de unas palabras -cantadas- nace el mundo: furia y terror, belleza y luz. Luz que muestra caminos, pero también que enfoca el lugar donde debes mirar para observar ese puntito, pequeño y escondido, donde se encuentra lo hermoso. Lugar donde verás que se encuentra “Memoria de elefante”.

Cruzando Lisboa a lo largo de un día, un médico, un psiquiatra, cuenta sus cuitas, pasea sus desesperanzas, sus sueños, sus problemas, por lo ancho de las avenidas y por lo estrecho de sus posesiones; que empiezan en una casa donde remoja sus calcetines de hombre que ha dejado a su mujer, y limpia la conciencia de sus hijas sin padre; y que acaban en los hospitales que ahora defiende, y los que defendió en la guerra de Angola. Allá por los años donde todo parecía más difícil pero, a la vez, más factible. Todo podía ser, todo era inicio y posibilidad, hasta el amor y la vida entre sus miedos obsecuentes y sus obsesiones rebeldes. Entretanto en los entreactos de las nostalgias de pasados y amores perdidos, se descubre una ciudad que, aunque aparenta ser  un mapa de lugares - bares, escuelas, hospitales, prostíbulos...-;en realidad es la carrera de muchos personajes -borrachos, locos, perdedores, prostitutas, indigentes, colegas, sabios, abuelos, soldados, amantes-, que se retuercen cerca del psiquiatra y que parecen convivir en el texto buscando la manera de entrar en la foto de grupo en las que les espera un cámara con el flash de magnesio a punto de prender.



No habla el libro a través de complicadas tramas, no escribe sobre historias profundas, habla sobre las personas, sobre lo que hablan y piensan, acerca de lo que les ha pasado o les pasa. Lo que hace que el libro crezca y parezca gigante son las palabras: verbos, sustantivos, adjetivos, adverbios; todos llenos de poesía, de esos rasgos distintivos donde lo hermoso está en lo pensado, en lo descrito, más que en las situaciones ridículas, misteriosas, tensas, románticas o en las corrientes. Son las construcciones de frases, que conforman textos y que conciben imágenes, las que crean ese mundo de ideas tiernas, profundas, oscuras, terribles, sensibles, ilusorias, sabias. Oraciones sustantivas y predicadas a lo largo de un sinfín de conversaciones y pensamientos, que provocan que aparezcan senderos de donde no parece que existía nada: por ellos encontramos el camino al escondite donde está el poeta tímido. ¿Quién es el poeta tímido? Es el escritor que pisa con bota de bailarina el barro de los prosistas, pero que es un juglar, un cantante de fados, un labrador de campos de metáforas, un percutor de escopetas de imágenes; de esas que llenan el aire con un olor de acero y de pólvora de la que se usa para rellenar carcasas de fuegos artificiales; esas que ilumina el mundo durante segundos y dejan huellas en la imaginación de un niño recordado siempre, hasta en el lecho de su anciana muerte, el primer día que oyó los estampidos, que notó la caricia de la fina escoria y cogió de la mano a aquella muchacha que tenía los ojos dulces como pasteles de fresas color fuego y alegres como estallidos de caramelos. Mientras las comadres, ya viejas, miran con un ojo el cielo y con el otro a las jóvenes que lucen el siguemepollo mientras revolotean por la plaza entre la luz y la oscuridad de las explosiones.



El sonido de “Child in time” rebota en las paredes de mi pueblo; todavía retumba la voz de Ian Gillan: la lluvia de cristales sigue cayendo, los niños levantan los brazos en las cunas, los perros sonríen a las viejas que bajan sus faldas; todo parece haber cambiado entre mis conciudadanos, incluso los mas reticentes saben que tras la palabras, estén en inglés, en portugués, en prosa poética o en gritos agudos; está la belleza pura y dura, sagrada y bastarda, porque no es hija de nadie, aunque lo es de todos.



Wineruda

jueves, mayo 26, 2016

SOBRE LOS RÍOS QUE SE VAN de ANTÓNIO LOBO ANTUNES















SOBRE LOS RÍOS QUE SE VAN de ANTÓNIO LOBO ANTUNES
sóbolos rios que vâo 2010
ED. Random House 216 Pág.
Tradc. Antonio Sáez Delgado



Una madrugada te despertarás asustado por una pesadilla y escucharás, quizás, el sonido de los tacones de una mujer golpeando el asfalto, extendiéndose por la noche, como el ritmo del corazón, y verás que va invadiendo la habitación, te parecerá que surge de cada esquina oscura, y ocurrirá que se te introducirá en el cerebro hasta parecer que es de donde nace.
-Pasos nocturnos.
Los pasos, en la madrugada, se alejan pero sucederá que tu mente es la que los reproducirá, hasta el infinito, con el compás de un rosario rezado con la voz baja, o del lloro desconsolado de un anciana que se mueve atrás y adelante en la silla, o del mantra del budista que parece crear un ritmo que no descansa, que no parece que acaba.
-Mantra de pasos nocturnos
Verás, de pronto, que necesitas que el sincopado ritmo del tacón se introduzca en tus pesadillas, en la mezquina parte del sueño que parece engañarte para parecer despierto, y de ese modo darle un explicación al golpe de los latidos, agitados, del corazón en tu delirio.
-El tacón pisa el corazón que golpea el asfalto.
Lobo Antunes, golpea el ritmo de su vida, de sus recuerdos, no con el golpeteo del asfalto con el cuero, sino con palabras, con frases, con aseveraciones y gritos que parecen repetirse como una letanía de verdades oscuras o invenciones luminosas. Y él nos descubre en sus ensoñaciones provocadas por la morfina del hospital, que la mente es una galería de sensaciones y evocaciones que se repiten, que se retuercen, que salen y entran, que amenazan y muerden o que lloran y escapan; como el delirio de un loco que necesita responder a las preguntas de su mundo y sentir que tienen explicación, que fueron reales, que como los recuerda, sucedieron.
-Palabras que pisan morfina
“Sobre los ríos que se van” es el diario alucinado de 15 días en el hospital. En ellos, Lobo Antunes nos cuenta los sueños de morfina después de ser operado de una grave enfermedad. Los labios sellados, los ojos entrecerrados, la mente muchos años atrás y el cerebro descubriendo los recuerdos a ritmo de palabras que explican la vida, y cosen la memoria y las reminiscencias unas con otras o con el propio presente.
-Asfaltos llenos de palabras.
Y la mente va y vuelve del miedo a morir del presente a la visión de aquella mujer en la piscina que lo enamoró cuando niño, y vuelve al presente cuando la aguja o la esponja toca su piel, y vuelve a su padre y a su madre llevándolo a la escuela; vuelve a la cama del hospital sucia de orina y regresa a la niñez de tentaciones prohibidas.
-Agujas y esponjas.
La alucinación hace que los sueños del miedo actual y los recuerdos de infancia se confundan, y se repitan o se monten uno sobres otros, vacíos y llenos, al mismo tiempo, de sentido y de realidad. Lo que no aconteció se confunde con lo que él quisiera que hubiera pasado. Rabias, odios, alegrías, sabores,  miedos, vergüenzas y pasiones infantiles se confunden con la entrecortada realidad del hoy.
-Niños que nacen de nuevo .
Así los sueños que van golpeando la realidad parecen enseñar que  nadie sabe si es la verdad interpretada por un niño, o es la irrealidad inventada del adulto enfermo: Golondrinas que parten hacia otros paisajes, tíos que desaparecen en España, criadas amantes, abuelas que gritan, abuelos que se mueren, trenes que no paran, ojos de terneros que huyen del mundo, zapatos sucios de gotas que representan el mundo... Todo está mezclado, como una sopa que palpita como un corazón, llena de palabras y de imágenes, que son las partes de la que está constituida la verdad. Tacón y sonido. Sangre y corazón. Todo se mueve en el universo del sueño y la vigilia, por los ritmos de la figura y el verbo.
-La gota en el zapato limpio y sano.
La vida  vuela y él está en vela, sosteniendola porque  parece que se le escapa por los puntos de la operación , pero, así y todo, se alimenta de la morfina que recompone y corrompe sus sueños con milimétrica exactitud. Las sensaciones pasadas parecen pasear por su piel, y su familia, sus amigos, sus animales, tocan con sus zapatos y patas  la curtida piel escondida entre las blancas sabanas. Los olores, los sonidos, los colores, van entrando por el gotero de su muñeca e invadiendo, hasta desbordarlos, los sentidos.
-El gato hace ruido con el zapato.
Todo, cada una de esas partes que componen el libro, desde lo real a lo surreal, desde lo infantil a lo actual, desde lo triste a lo irreconocible...todo, crea un mundo propio que desborda lo tópico, para crear un texto de belleza extraña, que casi asusta, consumido por las palabras y las imágenes, nos muestra una existencia tan escondida como lo puede ser un sueño, tan hermoso como puede ser el de la memoria de la infancia y el de las imágenes de un lugar que fue querido; y tan triste como puede ser el de las añoranzas y la decrepitud. Nada parece escapar a lo que en realidad es la vida; y que se resume en esas dualidades que soportan la historia de cada uno de nosotros, que la hacen como es.
-Las gotas del zapato han creado esta historia.
Y como si fuera un cuadro de De Chirico o de Magritte, los trazos de la paleta hacen que el mundo, aunque parezca irregular, no lo sea, y complete y cierre  su universio propio a la medida del autor y del lienzo. En este libro son las palabras las que crean los remolinos de colores, para luego enseñarles el camino que nos lleva a la memoria. Como cuando, tras pensarlo mucho, acabas la sopa de letras del periódico y salen las diez palabras que son sinónimo de belleza.
-Las sopas de letras alimentan el mundo

wineruda


martes, mayo 24, 2016

ANTONIO PEREIRA, CONTADOR DE CUENTOS





ANTONIO PEREIRA, CONTADOR DE CUENTOS









Lo que deja huella, como esas pisadas en el cemento viejo que parecen enseñarnos acaso un juego de niño, o una travesura, o, quizás, eran solamente la torpeza de un caminante, o que alguien quiso mostrarnos que estuvo allí; es lo que termina siendo importante cuando vas cumpliendo años, y te alejas de esa estúpida sensación de que todo debe ser nuevo y estrenado por ti. Vas acomodando tu vida y tu intelecto a apreciar todas esas cosas que hacen que vuelvas a recordar un pedacito de tiempo, que no tiene porque ser propio, y ni siquiera estrictamente memorable, pero sí son herencia de los cuentos y vivencias de tus padres o tus abuelos, de forma que son parte de tu memoria casi tan claros y vivos, como si hubieran sido vividos por ti mismo. Las personas no mueren hasta que tú las olvidas, y esas personas, como las cosas ligadas a ellas, son necesarias siempre, en cada instante de tu vida y la de tus hijos, porque tú eres su legado. Recuerdo esas fotos en blanco y negro en las que identificas un bisabuelo, una boda olvidada, la foto de la niña que fue amiga del alma en la infancia de tu madre o tu abuela, o las fotos de un niño saltando en los charcos con zapatos de charol, u otras de amigos de larga gabardina esperando al emigrante en la estación de tren o las amigas llevando pasteles a bendecir a la iglesia...Todas esa cosas, extremadamente hermosas para mí, se agolpan en mi mente cuando he leído a Antonio Pereira. Aunque no vivo en León y nací años después...

Quizá hubiera debido hacer un comentario por cada uno de los tres pequeños libros de cuentos que he leído de él: “Picassos en el desván”, “Una ventana a la carretera”, “Cuentos de la Cábila”. Pero pienso que aunque no son, por suerte, iguales y han sido escritos con algunos años de diferencia; sí que me han resultado, evidentemente, hijos de una misma fuente temática, de la que brota, casi sin excepciones, un mismo licor, de color y textura de tierra adentro y olor a pueblo y lluvia, a iglesia y burdel, a caricia y golpe, a sabiduría y trastada, a anís y vino peleón, a caldo y matanza de cerdo. El cuentista nos habla de esas cosas que oyó o vio, y las cuelga de la cuerda de colgar la ropa, exponiendo sus riquezas y sus miserias al lector: sus olores, sus herencias,  colores, calores, las patrias, los milanos, las sabidurías, los consejos... Todo está entre sus líneas. Pero la lluvia solo empapa, es el olor a tierra mojada la que te trae recuerdos. Y si Pereira es lluvia, es una lluvia de esas que va impregnándote a cada paso, llenado tu cabeza y tus hombros, de donde bajan por el pecho y la espalda, hasta entrarte en los huesos, con esa sensación de que todo es agua, el mundo es agua. Como los textos, las palabras, de los cuentos que te hacen creer que todo el mundo se circunscribe a lo que describen esas frases.

Aquí, en estos libros que describo, vives tras los pasos del narrador, que casi siempre es en primera persona, como si fuera la persona que te está contando al oído las cosas que va viendo de lo que le rodea o sintiendo en su propia carne. Nos sentimos espectros del pasado y del presente que acompañamos a los niños corriendo por la plaza, o al cura en la iglesia el día de difuntos, o el alcalde jugando a las cartas en el café, o a los mozos y mozas del pueblo en el baile, o el vendedor que abre una puerta de una tienda que huele a bacalao sin desalar, o acompañamos al hidalgo de la casa señorial a punto de derrumbarse de pobreza y descuido, o al soltero, de viejas costumbres, anonadado por una mujer que le lleva al presente...

Los cuentos de Pereira estás casi todos centrados en una zona de León, en unos años que se adivinan cerca de la mitad del siglo XX, en la posguerra en España, en pueblos más o menos  pequeños, donde no ocurre nada especial, sino el vivir y sobrevivir bajo la estrictas reglas morales, políticas y sociales, bajo aquellas condiciones, tradiciones y maldiciones. Pereria nos describe esa época, que se adivina cenicienta y triste, pero a la que él saca los colores, sabe rebuscar en los momentos de vida que aparecen hasta en lo que pudieran parecer eriales, y descubre un mundo de realidades casi siempre escondidas tras las paredes o en los silencios atronadores de los pueblos donde parece que no ocurre nada, pero donde debajo de lo tradicional, de lo estricto, de lo mandado, aparece un mundo más libre, mas liberal, más sexual, mas sensual, mas colorido, menos decrépito de lo que aparenta desde nuestra vista de hoy; pero, también hay que decirlo, más profundamente hipócrita o quizá, simplemente, era ese sentido de la supervivencia que las personas bajo estrictos mandamientos impuestos desde el poder o la iglesia han sabido siempre sacar.


La prosa de Pereria es, sin duda, particular y, con leerla una vez, profundamente reconocible. En ella se mezcla lo mundano con lo serio, los localismos con la palabra culta, la poesía con el dictado clásico; todo unido parece ubicarnos en el centro una plaza de pueblo donde queremos estar, un lugar al que volver y revisitar cuando quieres encontrarte, en mi caso, con momentos y personajes, que por locales no dejan de ser universales, y parecen que reviven, desde sus cuentos, a ciertos sitios comunes,  lenguajes y comportamientos a los que aprecias o rememoras o te dan lástima o simplemente son el reflejo de una época que no por lejana o triste debe ser olvidada. Y los cuentos de Pereira son una magnifico ejemplo de buena literatura que no debe ser olvidada bajo ningún concepto.

Wineruda




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