LA LIBRERIA de PENELOPE FITZGERALD
The bookshop 1978
Edt. Impedimenta. 191 Pág
Cuando leo una novela de fácil lectura
y no demasiado tamaño, siempre acepto el peligro de leerla deprisa,
como si de un tenue soplo se tratara, y acabar con la impresión de
haber dejado algo por el camino, no haberla suficientemente
desmenuzado por la propia inercia de la lectura. Así que asiento el
paso, freno mis ojos, y dejo que no sean los sentidos la que la
analicen. Y me paro a reflexionar sobre lo leído una vez acabado el
libro. Cierto es que se hace siempre, pero es esencial en el caso de
este tipo de libros que desde su apariencia de inofensivos retratos
de una ciudad, unas personas o unos momentos más o menos exóticos,
más o menos amables, más o menos típicos, esconden, socavados,
pozos de agua estancada, con ese salitre que corroe las
construcciones, los acantilados y las almas inexorablemente.
Penelope Fitzgerald no habla, aunque
parezca lo contrario, de libros o literatura en esta novela, se llama
“La Librería” como podría haberse llamado “La sastrería"” o
“ La Licorería” o “ El Colmado” las referencias literarias o acerca de libros no variarían el recorrido de la historia, nada que
aportan esos temas haría diferente esta novela. Habla de otras
cosas: de mezquindad, del clasismo imperante todavía en la sociedad
inglesa -que supura por todos las heridas de la comunidad-, habla de
cierta inexorabilidad de los acontecimientos para ciertos tipos de
personas esa sociedad, de lo limitado que es el horizonte para una
parte de los habitantes de ese pueblo, pero también habla, por
contraposición, del coraje, de las ganas de vivir o de intentar
aprender a sobrevivir con lo que se tiene entre las manos.
El recorrido de la novela por los
ambientes y paisajes del libro, te hacen recordar viejas novelas
inglesas sobre pintorescos pueblecitos marineros, donde las gaviotas,
las olas, las casitas cerradas, los hoscos acantilados, largas
playas, sus días lluviosos, su color gris, hasta su poltergeist de
andar por casa, parecen dibujar un paisaje casi de postal de
vacaciones, pero detrás esconde una ciudad encerrada en sí misma,
donde el mar va devorando centímetro a centímetros sus costas,
donde las personas son hurañas, donde parece que no ha pasado el
tiempo y no parece que quieran que lo haga, donde parece que están
aislados mental y geográficamente del resto del mundo. Y aunque
pudiera parecer que la autora sólo utiliza la ironía -que lo hace
en abundancia- lo que refleja es un mundo triste, desesperanzado,
corto de miras y apático.
Los personajes están esbozados como si
fueran parte de una pintura impresionista, pequeñas pinceladas,
dibujan la personalidad de los habitantes del pueblo, pequeños
puntos de colores, a veces brillantes y otros oscuros, configuran,
claramente, los rasgos definitorios de su comportamiento. Hasta los
diálogos son cortos, casi cortantes, para reflejar muchas cosas en
pequeño espacio; con pocos elementos se define la totalidad. Así
todo pasa rápidamente, casi bruscamente, y cada cosa que cuenta lo
hace con el ahorro, casi la frugalidad, del que sabe lo que quiere
contar y no necesita más espacio.
La historia, en sí, es simple:
Florence Green una mujer solitaria de mediana edad, decide comprar un
edificio histórico, para convertirlo en una librería. La dificultad
es que un pueblo pequeño, donde las personas no alteran sus vidas
por nada, a no ser que seas la mujer más rica del pueblo, que
pretende que las cosas sucedan como ella quiere. Algunas personas la
ayudaran, otras la zancadillearan, pero el camino, para ella, seguirá
adelante.
wineruda