ARIEL de SYLVIA PLATH
ariel 1965
Edto Hiperión 197 Pág
Trad. Ramón Buenaventura
Suelo retomar este libro, más o
menos, cada seis meses. No sé si lo necesito o ya es una manera de
reemprender un camino conocido, con paisajes repetidos, olores
reincidentes, pisadas acompasadas, que parecen tranquilizarme,
parecen ser ese refugio que parecía recomponer todo tu mundo cuando
eras pequeño; fuese la amplitud de un paraguas bajo la lluvia, fuese
un armario grande jugando al escondite, fuese una casa -maltrecha-.en
el árbol; todos eran lugares donde el universo parecía que se
paraba en sus fronteras y lo dominabas a tu antojo. Volver a”Ariel”
es todo eso y es descubrimiento, personal y del libro. Personal
porque cada vez que lo lees descubres una manera de verlo, de
distinguirlo, de interpretarlo que no estaba en ti las anteriores
veces; sabes que tu visión cambió, que ese día, que ese momento,
que , quizá , para siempre descubriste una razón, una explicación,
un porqué que no estaba antes en ti. Y descubres, cada vez, el libro
porque reconoces senderos y atajos por los que no habías andado, ya que el
libro es diferente cada día que abres sus páginas. Y así debe ser
puesto que los libros son seres vivos que respiran contigo -acompasan su
respiración a la tuya-, cierran los ojos cuando lo haces tú, y ríen o
sollozan cuando tu lo haces, son tan parte de ti en ese instante que
parecen ser sido escritos por ti o sólo para ti.
Así que este comentario de “Ariel”
sólo es representativo de este día y, en este día, de este
momento...
“Ariel” es la lágrima que cae del
rostro de Sylvia; es parte del fantasma funesto que llevaba dentro;
es el altar donde expone todas las cosas que componían su vida:
bellas, tristes, sin importancia, amables, obsesivas, sangrantes; es
el canto del pájaro que se sabe abatido y parece alegrarse por eso:
es el recibidor donde Sylvia deposita su sombrero, sus zapatos, sus
recuerdos y su alma , es el sagrario donde deja sus huesos y su
sangre.
PAPAITO
Ya no, ya no
ya no me sirves, zapato negro
En el cual he vivido como un pie
durante treinta años, pobre y blanca
sin atreverme apenas a respirar o hacer
achis
Papaito he tenido que matarte.
Te moriste antes de que me diera
tiempo.
pesado como el mármol, bolsa llena de
Dios,
lívida estatua con un dedo del pie
gris,
del tamaño de una foca de San
francisco
Y la cabeza en el Atlántico
extravagante
en el que se verte el verde legumbre
sobre el azul
en aguas del hermoso Nauset.
Solía rezar para recuperarte.
Ach, du.
En tu lengua alemana, en la localidad
polaca
apisonada por el rodillo
De guerras y más guerras.
Pero el nombre del pueblo es
corriente.
Mi amigo polaco
dice que hay una o dos docenas.
De modo que nunca supe distinguir
donde
pusiste pie, raíces;
nunca me pude dirigir a ti-o.
La lengua se me pegaba a la mandíbula.
Se me pegaba a un cepo de alambre de
púas.
Ich, ich, ich, ich,
Apenas lograba hablar.
Creía verte en todos los alemanes .
Y el lenguaje obsceno.
Una locomotora, una locomotora
que me apartaba con desdén, como a un
judío.
Judío que va hacia
Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como los
judíos.
Creo que podría ser judía yo misma.
Las nieves del Tirol, la cerveza clara
de Viena
No son ni muy puras ni muy auténticas
Con mi abuela gitana y mis suerte rara
y mis naipes del Tarot, y mis naipes
del Tarot,
podría ser algo judía.
Siempre te tuve miedo:
Con tu Luftwaffe, con tu pomposa jerga,
y tu recortado bigote
y tus ojos arios, azul brillante
Hombre-pánzer, hombre-pánzer. Oh tú…
No Dios sino una esvástica
Tan negra que por ella no hay cielo que
se abra paso.
Cada mujer adora a un fascista,
con la bota en la cara, el bruto
el bruto corazón de un bruto como tú.
Estas de pie junto a la pizarra,
papaito
en el retrato tuyo que tengo,
un hoyo en la barbilla en lugar de en
el pie
pero no por ello menos diablo, no menos
El hombre de negro que
me partió de e un mordisco el bonito
corazón en dos .
Tenía yo diez años cuando te
enterraron.
a los veinte traté de morir
Para volver, volver a ti.
Supuse que con los huesos bastaría.
Pero me sacaron de la tumba
y me recompusieron con pegamento.
Y entonces supe lo que había que
hacer.
Saqué de ti un modelo,
un hombre de negro, con aire de
Meinkampf,
e inclinación al potro y al garrote.
Y dije sí quiero, sí quiero.
De modo, papaito que pro fin he
terminado.
El teléfono negro está desconectado
de raíz,
las voces no logran que crie lombrices.
Si ya he matado a un hombre, que sean
dos:
el vampiro que dijo ser tú
y se me estuvo bebiendo la sangre
durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
Ya puedes descansar papaito
Hay una estaca clavada en tu negro y
grasiento corazón,
a la gente del pueblo nunca le
gustaste.
Bailan y patalean sobre ti.
Siempre supieron que eras tú.
Papaito, papaito, hijoputa ya he
terminado.
Y en estos poemas se desbrozan todos
los caminos por donde caminaba la poeta, todas sus alucinaciones o
realidades, todos sus miedos, angustias, odios, sentimientos,
complejos.. Sylvia las presenta con tal fuerza, con tal lucidez, con
esa mezcla de resentimiento y furia que parece destruir todos los
puentes, ya sea con los muertos, como en esta poesía con su padre que la
dejó sola al morir,ya sea con la fiereza contra su marido que parece alejarse de ella.
Todo parece sobrepasarla. Y la devastadora poesía parece ser el
volcán por donde expulsar sus sentimientos. Que por un lado parecen
ser vengativos y, por ello, combativos, y por otro lado son de
aceptación de la búsqueda del fin, de la nada, de la, según ella,
tranquilidad de la tierra...
“Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.”
Pero como todas las clases de arte, lo
que estremece también atrae, lo que reconcome se abalanza sobre tu
intelecto, y pareces preguntarte la razón por la que se escribe, por
la que un autor expone sus sentimientos, y, lo que es más importante,
buscas la razón por la que tú las lees y te importa, y de repente
aparece un poema como un epitafio, una despedida como un poema...
FILO
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,
la apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga,
sus pies desnudos parecen decir,
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así los pétalos de una rosa cerrada,
cuando el jardín se envara
y los olores sangran de las dulces gargantas profundas
de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.
Y todo parece oscurecerse: sentimientos, ideas, futuros, pasados...nada parece ser importante. Se trazan las palabras en las que un poeta se va, consciente, y abandona...Lo deja todo y acaba con un poema, como último suspiro... Como último sitio para ser pasto de la belleza antes que de los gusanos.
Pero me niego a que Sylvia sea solo la poeta de “Papaito” o de “Filo” o de “Lady lazarus” creados casi como si fueran cuerpos brillantes celestes en la inmensa oscuridad del cielo -negra, muy negra, oscuridad-...No. Ella es una poeta de palabras labradas, de imágenes deslumbrantes, de metáforas que parecen decirte que aun hay sensaciones más lejos de lo que creías, que de la nada salen sueños y sensaciones que no debes olvidar. Que los verdaderos poetas se desnudan desde el alma hasta los pies, que luchan a degüello, sin hacer prisioneros, y como en las viejas películas de vaqueros, una trompeta suena porque parece que llega el fin, las sombras parecen rodear la ciudad y el héroe mira la oscuridad queriendo descubrir de dónde vendrá todo, de qué lugar llegará el principio o el fin.
Esta también es poesía de esas que surge de la luz clara del alma.
CANCION MATUTINA
EL amor te echó a andar como un rollizo reloj de oro.
La comadrona te palmeó la planta de los pies, y tu grito calvo
ocupó su lugar entre los elementos
Tu llegara se agranda en el eco que nuestra voz la hace estatua nueva.
En un museo de corrientes de aire, tu desnudez
proyecta sombra en nuestra seguridad: estamos a tu alrededor
en blanco como paredes.
No soy más madre tuya
que la nube que destila un espejo en el cual se reflejes su propio demorado
desvaneces por mano del viento.
Durante toda la noche, tu aliento de polilla
tilila entre las rosas planas y rojizas, Me despierto a escuchar:
un mar lejano se mueve en mi oído.
Un grito: bajo la cama a tropezones, pesada como una vaca y floral
en mi camisón victoriano.
Abre la boca con limpieza de gato; el rectángulo de le ventana
palidece y se engulle sus estrellas opacas, Y ahora Tú ensayas
tu puñado de notas:
como globos se elevan las claras vocales.
Cada poema es singularmente distinto
para cada lector, para cada momento y para cada estado mental; así que nada
parece ser igual para los lectores de Sylvia: habrá gente que le
asuste, que no le guste, que le de miedo, incluso que le espante,
pero, estoy seguro, no hay indiferencia hacia sus poemas, porque lo
que nace de entre esos lugares abruptos, se empecina en no dejar que
su parto, su viaje, no haya sido en balde: furia o amor, sitio o
huida, salmo o insulto, serpiente o manzana, todo, todo habrá nacido
de ellos y será parte del lector, no pasará de puntillas, por un
lado u otro.
Con el tiempo, he aprendido a
comprender las páginas del libro -a mi manera- sólo quizás para
mí, pero he descubierto el lado por donde más luce la belleza,
lejos de los postes que señalan los lugares más frecuentados,
porque siempre es agradable descubrir que tras un lugar bello se
esconde uno, incluso, más hermoso.
PEQUEÑA FUGA
Se agitan los dedos negros del tejo;
pasan por encima frías nubes .
Igual los sordos y los mudos
hacen señas al ciego y quedan
ignorados
Me gustan las expresiones negras.
¡La carencia de rasgos de esa nube de
ahí!
!blanca en todas partes, como un ojo!
El ojo del pianista ciego,
conmigo a la mesa, en el barco.
Buscaba la comida a tientas.
Tenía en cada dedo una nariz de
comadreja.
Yo no lograba apartar al vista.
Era capaz de escuchar a Beethoven:
negro tejo, blanca nube,
las horrendas complicaciones.
Trampas para dedos -un tumulto de
teclas.
Tontos y vacíos como platos,
sonríen los ciegos.
Envidio los grandes ruidos,
el seto de tejo de la Grosse Fugue.
La sordera es otra cosa.
¡Qué embudo tan oscuro, padre mio!
Veo tu voz
negra y frondosa, como en mi niñez,
seto de tejos, hecho con ordenes
gótico y bárbaro, puro alemán.
Los muertos gritan desde él.
Pero yo no tengo la culpa de nada.
Luego el tejo es mi Cristo,.
¡No padece los mismos tormentos!
¡Y tú, durante la Gran Guerra.
En la delicatessen en California,
desmochando embutidos!
Ellos colorean mis sueños,
rojos, con motas, como cuellos
cortados!
¡Qué silencio !
Un gran silencio de un orden distinto
tenía siete años y no sabía nada.
El mundo sucedía
tenías una pierna, y la mente
prusiana.
Ahora, nubes parecidas
están desplegando sus sábanas vacuas.
¿No dices nada?
Ando algo coja de memoria.
Recuerdo un ojo azul,
un maletín de mandarinas.
¡Eso queda de un hombre, pues!
La muerte se abría, como un árbol
negro, negramente.
Sobrevivo ese rato
poniendo en orden la mañana.
Éstos son mis dedos, éste es mi hijo
recién nacido.
Las nubes son un vestido de boda, así
de pálidas.
Lejos quedan los años que vivió y
murió Sylvia Plath; lejos quedan lugares, países, vidas y fuegos;
pero este libro quema entre mis manos como recién nacido de la fragua
que parece ser soplada por una procesión de inciertos amantes de la
nada, de las llamas, del amor, de la belleza, de los sentimientos, de
los sabores ácidos y dulces, de los amantes de todo.